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jueves, 20 de agosto de 2020

Los consejos de Esculapio

Fue tal vez el primer artículo que leímos en los albores de la carrera de medicina, en aquel lejano y agitado primer año. Toda una primicia con relación a lo que vendría detrás. No era un documento técnico; se trataba de un artículo clásico de la historia, y su autor era Esculapio. A este gran médico de los romanos, elevado por la mitología a ‘dios de la medicina y la curación’, venerado en Grecia como Asclepio de Epidaur, se atribuyen los llamados “Consejos de Esculapio”. Por años han pasado de generación en generación, y no ha existido médico que, temprano, al alba de su oficio, no los haya leído con asombro. Así se registran:

¿Quieres ser médico hijo mío?
Aspiración es ésta de un alma generosa, de un espíritu ávido de ciencia.
¿Deseas que los hombres te tengan por un dios que alivia sus males y ahuyenta de ellos el espanto?
¿Has pensado bien en lo que ha de ser tu vida?
Tendrás que renunciar a tu vida privada; mientras la mayoría de los ciudadanos puede, terminada su tarea, aislarse lejos de los infortunios, tu puerta quedará siempre abierta a todos, a toda hora del día o de la noche vendrán a turbar tu descanso, tus placeres, tu meditación; ya no tendrás horas que dedicar a tu familia, a la amistad o al estudio, ya no te pertenecerás.
Los pobres acostumbrados a padecer, no te llamarán sino en caso de urgencia; pero los ricos te tratarán como a un esclavo encargado de remediar sus excesos, sea porque tienen una indigestión, sea porque están acatarrados; harán que te despierten a toda prisa tan pronto como sientan la menor inquietud, pues estiman muchísimo su persona. Habrás de mostrar interés en todos los detalles mas vulgares de su existencia, has de decidir si han de comer ternera o cordero, sin han de andar de tal o cual modo cuando se pasean. No podrás ir al teatro ni estar enfermo, tendrás que estar siempre listo tan pronto como te llame tu amo.
Eras severo en la elección de tus amigos; buscabas la sociedad de los hombres de talento, de artistas, de almas delicadas; en adelante no podrás desechar a los fastidiosos, a los escasos de inteligencia, a los despreciables.
El malhechor tendrá tanto derecho a tu asistencia como el hombre honrado; prolongarás vidas nefastas, y el secreto de tu profesión te prohibirá impedir crímenes de los que seas testigo.
Tienes fe en tu trabajo para conquistarte una reputación; ten presente que te juzgarán, no por tu ciencia, sino por las casualidades del destino, por el corte de tu capa, por la apariencia de tu casa, por el número de criados, por la atención que dediques a las charlas y a los gustos de tu clientela. Los habrá que desconfiarán de ti si no gastas barba, otros, si no vienes de Asia, otros, si crees en los dioses, otros si no crees en ellos. 
Te gusta la sencillez; habrás de adoptar la actitud de un augur. Eres activo, sabes lo que vale el tiempo; no habrás de manifestar fastidio ni impaciencia; tendrás que soportar relatos que arranquen del principio de los tiempos para explicar un cólico; ociosos te consultarán por el solo placer de charlar. Serás el vertedero de sus nimias vanidades.
Sientes placer por la verdad, ya no podrás decirla. Tendrás que ocultar a algunos la gravedad de su mal; a otros su insignificancia pues les molestaría. Habrás de ocultar secretos que posees, consentir en parecer burlado, ignorante, cómplice.
Aunque la medicina es una ciencia oscura, a la cual los esfuerzos de sus fieles van iluminando de siglo en siglo, no te será permitido dudar nunca, so pena de perder todo crédito. Si no afirmas que conoces la naturaleza de la enfermedad, que posees un remedio infalible para curarla, el vulgo irá a charlatanes que venden la mentira que necesitan.
No cuentes con agradecimiento; cuando el enfermo sana, la curación es debida a su robustez; si muere tu eres el que lo ha matado. Mientras está en peligro, te tratan como a un dios, te suplica, te promete, te colma de halagos, no bien está en convalecencia, ya le estorbas, cuando se trata de pagar los cuidados que le has prodigado se enfada y te denigra. Cuanto más egoísta son los hombres más solicitud exigen.
No cuentes con que este oficio penoso te haga rico. Te lo he dicho: Es un sacerdocio y no sería decente que produjera ganancias como las que saca un aceitero o el que vende lana.
Te compadezco si sientes afán por la belleza; verás lo más feo y repugnante que hay en la especie humana; todos tus sentidos serán maltratados. Habrás de pegar tu oído contra el sudor de pechos sucios, respirar el olor de nauseabundas viviendas, los perfumes harto subidos de las cortesanas, palpar tumores, curar llagas verdes de pus, contemplar los orines, escudriñar los esputos, fijar tu mirada y tu olfato en inmundicias, meter el dedo en muchos sitios.
Cuantas veces, un día hermoso, soleado y perfumado al salir de un banquete o de una pieza de Sófocles, te llamarán por un hombre que molestado por dolores de vientre, te presentará un bacín nauseabundo, diciéndote, satisfecho: ‘Gracias a que he tenido la precaución de no tirarlo’. Recuerda, entonces, que habrá de parecerte interesante aquella deyección. Hasta la belleza misma de las mujeres, consuelo del hombre, se desvanecerá para ti. Las verás por la mañana desgreñadas, desencajadas, desprovistas de bellos colores, y olvidando sobre los muebles parte de sus atractivos. Cesarán de ser diosas para convertirse en pobres seres afligidos por la miseria, sin gracia. Sentirás por ellas menos deseos que compasión. ¡Cuántas veces te asustarás al ver a un cocodrilo adormecido en el fondo de la fuente de los placeres!
Tu oficio será para ti una túnica de Neso. En la calle, en los banquetes, en el teatro, en tu casa misma, los desconocidos, tus amigos, tus allegados, te hablarán de sus males para pedirte un remedio. El mundo te parecerá un vasto hospital, una asamblea de individuos que se quejan. Tu vida transcurrirá en la zozobra de la muerte, entre el dolor de los cuerpos y de las almas, de los duelos, y de la hipocresía, que calcula a la cabecera de los agonizantes. Te será difícil conservar una visión consoladora del mundo. Descubrirás tanta falsedad bajo las más bellas apariencias, que toda confianza en la vida se derrumbará y todo goce será emponzoñado. La raza humana es un Prometeo desgarrado por buitres.
Te verás sólo en tus tristezas, sólo en tus estudios, sólo en medio del egoísmo humano. Ni siquiera encontrarás apoyo entre los médicos que se hacen sorda guerra por interés o por orgullo. La conciencia de aliviar males te sostendrá en tus fatigas; pero dudarás si es acertado hacer que sigan viviendo hombres atacados de un mal incurable, niños enfermizos que ninguna probabilidad tienen de ser felices y que transmitirán su triste vida a seres que serán más miserables aún.
Cuando a costa de muchos esfuerzos hayas prolongado la existencia de algunos ancianos o de niños deformes, vendrá una guerra que destruirá lo más sano y robusto que hay en la ciudad. Entonces te encargarán que separes los débiles de los fuertes, para salvar a débiles y enviar a los fuertes a la muerte.
Piénsalo bien mientras estás a tiempo. Pero si, indiferente a la ingratitud, si sabiendo que te verás solo entre las fieras humanas, tienes un alma lo bastante estoica para satisfacerse con el deber cumplido sin ilusiones, si te juzgas pagado lo bastante con la dicha de una madre, con una cara que sonríe porque ya no padece, con la paz de un moribundo a quien ocultas la llegada de muerte; si ansías conocer al hombre, penetrar todo lo trágico de su destino, hazte médico, hijo mío (1).

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(1) Lo conservo en viejas fotocopias. Usted lo puede encontrar en: Facultad de Ciencias Médicas. Universidad Nacinal de La Plata. Lecturas… “Consejos de Esculapio…”. http://www.med.unlp.edu.ar/index.php/biblioteca3/lecturas1/consejos-de-esculapio-a-su-hijo Accedido: 19 de agosto de 2020, 11: 25 PM.   



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