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martes, 4 de agosto de 2020

Tres caminos para el conocimiento del pasado

Se abren tres caminos para el conocimiento del pasado: la historia, la tradición y la leyenda. Los expertos afirman que ese mismo orden define su grado de importancia.
La historia es la madre de las ciencias que estudian el pasado. Tiene peso propio y nutre sus conclusiones con un cuidadoso balance de pruebas documentales y arqueológicas. Es toda una ciencia que traza el camino por el que llegamos aquí.
No deseche con ligereza a la tradición, como muchos hacen tras mirarlas oblicuamente. Como las olas del mar traen a la orilla las tablas deformes de una gran barca, del mismo modo la vox populi empuja hasta hoy la llegada del registro algo distorsionado pero reconocible, de cientos de memorias que terminan por verificarse, alumbradas por los adelantos modernos. Nínive y Troya tuvieron rango de tradición, cuasi leyenda, hasta que la pala del arqueólogo las desenterró, y las convirtió en historia.
Es muy poco lo que llega de la verdad en la leyenda. ¿Cómo discernir esos pocos grumos de lo que fue cierto, cuando están diluidos en un fondo de noveladas idealidades? No deja de ser una tarea para el historiador. Con frecuencia la leyenda, aun cargada de subjetividades, es un socorro para el apoyo de una historia lejana. El diluvio, por ejemplo, es historia bíblica que, curiosamente, aparece en cientos de leyendas que perviven en otras civilizaciones, con otros protagonistas, vestidas con ropajes propios, como los que les pone la babilónica Epopeya de Gilgamesh, la leyenda china de Dum o la del héroe azteca Coxcox que flotó con su esposa en una barca hasta que cesó el diluvio y el descenso de las aguas les dio descanso en una montaña.
A veces se entretejen los tres caminos: la historia, la tradición y la leyenda. Dios dé sabiduría para separarlas, y cuando no, para usarlas unidas en la noble y perenne búsqueda de la verdad.



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