No puedo olvidar lo decepcionado que me sentí aquella noche lejana en que me mostraron la estrella polar. Esperaba ver un lucero refulgente, un astro incomparable brillando en el espacio infinito. En su lugar advertí un punto de luz pequeño, casi tímido diría, opacado y perdido en un techo de cielo estrellado.
¿Cómo podía ser tan importante con tan poco brillo? Decepcionado; no puedo decir lo que sentí usando otra palabra. Tardé algún tiempo en entender que su importancia no estaba en el efluvio de su brillo, sino en la dirección que indicaba. Ella señala al norte, y durante siglos guio a comerciantes y marinos. En los campos y desiertos sacó a destino seguro a miles de caminantes que le usaron como referente para llegar. Un punto de luz modesto, casi apagado…
Dios nos regaló personas en la vida; muchas de ellas apenas brillaban. Padres humildes, hijitos pequeños e indefensos, maestros pobres, amigos sencillos, algunos despojados de imaginación; escaso brillo el que daban, pero eran, y todavía hoy son, en extremo importantes no por el halo radiante que expelieron sino por la dirección en la que nos empujaron. Por ellos llegamos a puerto seguro; fueron instrumentos benditos en las manos del Altísimo.
En tales cosas no es el resplandor de brillo vano, que fulgura en confeso desafío, lo que cuenta; importa el rumbo que se marca, la dirección que se revela. Hace 2700 años Jesús fue descrito como alguien “…sin atractivo para que le deseemos” (Is. 53:2c). Él indica para siempre la salvación y la vida eterna.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Su comentario a este artículo se recibe con respeto y gratitud.