Se dice que todos los ministros evangélicos debían de tener un Pablo, un Silas y un Timoteo. Lo lamentable del asunto es que casi siempre abundan los Timoteos y escasean deplorablemente los Pablos y los Silas. Seguramente no tengo que explicarte que Pablo es el modelo del mentor que batalla con nuestras insuficiencias en aras de formarnos, y frente a todos los escollos y avatares del ministerio nos asiste como noble asesor. Los Silas comparten con nosotros las guerras espirituales y las tribulaciones del Reino; como Silas fue apresado con Pablo y enviado al foro (Hch. 16:19), para luego ser fijado al cepo y encadenado con él (vv. 24, 26), así los Silas sufren a nuestro lado y cantan hasta que tiembla la cárcel y caen las cadenas (v. 26). Finalmente, los Timoteos son nuestros discípulos. Seas pastor o maestro los tendrás y te seguirán siempre, ocupando un lugar en tus preocupaciones y pensamientos como lo hizo Timoteo en la mente y el corazón de Pablo, que veló por él y le dedicó las últimas epístolas carcelarias.
Abundan los Timoteos, pero qué penosa escases de Pablos y Silas tenemos. Oremos por ellos, para que no nos falten. No existan siervos orillados y deprimidos por no tener alguien con quién hablar. Un mal del pastor moderno es verse rodeado de Timoteos a los que no les pueden mostrar debilidad, y en la hora de la prueba y de la soledad existencial, siendo que el pastor también es una oveja: ¿con quién hablar?
Oremos por Pablos y oremos por Silas. Como nunca antes son necesarios hoy.
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