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domingo, 9 de febrero de 2020

¿A quién oye Dios?

Todos necesitamos ser oídos por Dios, pero Dios no oye a todo el mundo. Puede parecerle rara esta afirmación, pero es el epicentro de una discusión que se desarrolla en el capítulo 9 de Juan. Todo su contenido gira en torno a un ciego de nacimiento, al que Jesús da la vista. Es extraño lo que hace el Señor: escupe en tierra, hace lodo, pone de él en los ojos del ciego, le envía al estanque de Siloé, que traducido es Enviado, el ciego se lava y entonces regresa viendo. Es sábado, día de reposo, y esto desencadena, de parte de los judíos, una discusión en torno al hombre que había estado ciego respecto a la identidad de aquel que le sanó. Para entonces Jesús no estaba; los ánimos se caldearon, los judíos querían arrancar una confesión a tono con sus desafueros legales, y terminan por decirle: “Da gloria a Dios; nosotros sabemos que ese hombre es pecador” (Jn. 9:24b). Todo ciego, en el contexto del siglo I era analfabeto, y este lo era como el que más; nunca leyó o escribió un libro, sin embargo, la tesis que levanta delante de aquellos acusadores parece aprendida en un recinto teológico universitario, cuando afirma: “…a mí me abrió los ojos. Y sabemos que Dios no oye a los pecadores; pero si alguno es temeroso de Dios, y hace su voluntad, a ése oye (Jn. 9:30d, 31). 
Desde su pobre luz aquel iletrado trazó a todos el camino para ser oídos por Dios: “si alguno es temeroso…”, “y hace su voluntad…” a ese oye. Es asombroso lo que dijo.
El temor a Dios…, casi se ha perdido hasta el concepto o la idea de lo que significa. Predicadores exaltados le dan órdenes al cielo; otros gritan descompuestos en la oración pública: “¡No aceptamos un 'no' por respuesta!” Ya ni pedir oración se puede. Hace poco vi a una persona ofenderse; nos increpó diciendo que debíamos confesar la Palabra en lugar de estar reuniendo voluntades para orar. El movimiento de confesión positiva pugna por desplazar la oración ferviente y sentida. Atienda bien a esto: Jesús es la Palabra. Juan 1: 1 le llama “el Verbo (logos) de Dios”: “Y aquel Verbo fue hecho carne, y habitó entre nosotros…” (Jn. 1: 14a). Si alguien podía confesar la Palabra era Él, pero la Escritura afirma: “Y Cristo, en los días de su carne, ofreciendo ruegos y súplicas con gran clamor y lágrimas al que le podía librar de la muerte, fue oído a causa de su temor reverente” (He. 5:7). Es necesario que lo repita: fue oído a causa de su temor reverente, no de su confesión positiva.
"El hacer Su voluntad" es el segundo momento que llena el camino para ser oído. Así lo afirmó aquel hombre: “…si alguno es temeroso de Dios, y hace su voluntad, a ése oye (Jn. 9: 31b). Es el propio Juan, autor de este evangelio el que, anciano, al escribir su primera epístola, afirma: “Y esta es la confianza que tenemos en él, que si pedimos alguna cosa conforme a su voluntad, él nos oye” (I Jn. 5:14).
¿Tienes oraciones sin contestar? ¿No te sientes oído? Tal vez sea bueno que reflexiones en el camino por donde debemos andar para que Dios nos oiga, y te haga bien recordar a aquel ciego, que vivió en total oscuridad tantos años, con el propósito del cielo de que las obras de Dios se manifestaran en él (Jn. 9: 3), dejándonos tan grande enseñanza con sus palabras. Aquellos judíos no la aprovecharon. ¿La aprovecharás tú?


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