Recién terminé de leer, en esta madrugada, la refrescante obra de Robert Charles Sproul, Todos somos teólogos. Se trata de un libro que aborda con lenguaje ameno la teología sistemática. Fue editado por Mundo Hispano, con un formato de 6 por 9 pulgadas; en 349 páginas presenta la reflexión diáfana y la erudición inteligente de quien con toda justicia fue reconocido como el mejor exponente de la teología reformada del siglo XX.
R. C. Sproul (1939-2017) es a la teología lo que Bertrand Russell a la filosofía, Carl Sagan a la astronomía o Stephen Hawking a la física. Los tales reúnen el incuestionable mérito de ser capaces de explicar al público humilde, en términos comprensibles y atractivos, las más insondables verdades de las disciplinas que les tocó enseñar. Por eso muchos apreciamos distintivamente las obras de Sproul. Nos separan las distancias propias que establecen su teología calvinista y nuestro arminianismo-wesleyano, pero es difícil leer su Cristología (IV parte) o su Antropología (III parte) sin experimentar un verdadero deleite por la claridad con que explica conceptos tan difíciles. Rechaza la kenosis (κένωσις) con valentía, y no rehúye como muchos, las temidas controversias cristológicas; las aborda y resume con una visión personalísima.
Se trata de un libro que todos debían leer. Con lo único que me permito tener una diferencia a subrayar es con el título. Sproul afirma en él que todos somos teólogos. Quiero pensar que, con nobleza, está animando al público lector. En esta afirmación, del modo más humilde posible, me permito disentir. A decir verdad, el hecho de que una persona escriba no le hace escritor, ni el hecho de que calcule le hace matemático. Por el mismo camino, no todos somos teólogos, pero por la gracia de Dios tenemos el privilegio del disfrute teológico a través de libros como este. Le animo a compartir esta lectura y a experimentar comunión con una de las mentes teológicas más refrescantes de nuestro tiempo, el Dr. R. C. Sproul.
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