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miércoles, 25 de diciembre de 2019

¿Qué es la Navidad?

“…yo he vencido al mundo” (Jn. 16:33)

Sucedió en la Galia (1). Pudo ser la más grande derrota de Roma. La gente dice presurosa: “Julio César conquistó la Galia”, pero la mayoría ignora lo que costó.
De fracaso en fracaso las legiones romanas incursionaban allí. Del otro lado del río el ejército galo se burlaba del romano; les mostraban sus armas, y de día y de noche les hacían llegar mensajes elocuentes de no sometimiento. Cuando los romanos intentaban una maniobra de cerco o un ataque de retaguardia los galos desaparecían para luego reaparecer. El orgullo romano iba sintiéndose cada vez más herido.
Los galos finalmente se parapetan detrás de una poderosa muralla. Los romanos creen que ha llegado la oportunidad, pero una y otra vez son repelidos. Las tropas están gastadas, miles de soldados han muerto, la moral está resquebrajada, los romanos se sienten virtualmente derrotados por una Galia inconquistable. Ningún ejército avanza, nadie atina a instrumentar un plan. Las tropas de reserva han abortado su último ataque contra los infranqueables muros.
¿Qué queda por hacer? ¿Qué falta por hacer que no se ha hecho? Julio César desenvaina su espada. Su brioso corcel se mueve. Su guardia personal, último reducto de honor, ocupa la vanguardia, y con un enérgico ademán Julio César se lanza delante de sus soldados, rumbo a los muros galos. Cuando los romanos vieron a su comandante, con su capa roja, su caballo blanco y su espada desnuda, todos se lanzaron contra la muralla… (2).
Cayó la Galia.

El mundo, destruido por el pecado y controlado por Satanás, es inconquistable. Filósofos, moralistas, pensadores de todos los tiempos y edades lo han intentado, asaltando sus muros desde todas las direcciones. Han fracasado. Fracasaron Sócrates, Confucio, Mahoma y Gandhi. La humanidad se replegó derrotada ante los infranqueables muros del pecado y la muerte; solo quedaba una cosa por hacer; lo cantó, con inigualable himnología, Emily E. S. Elliot:

Tú dejaste tu trono de gloria por mí
al venir a Belén a nacer (3).

Jesús dejó las mansiones celestiales y las glorias eternas. Humilde, descendió del cielo, y se puso al frente de su ejército en un pesebre, en Belén de Judea. Es la historia de la Navidad: Cristo poniéndose al frente de su iglesia.
Detrás de las tiernas escenas de los pastores que velaban las vigilias de sus rebaños en la noche, más allá de los ángeles que cantaban, los regalos ofrecidos, la estrella que rutiló, los magos, el clima de recogimiento, quietud y bondad, que hay en torno a todo esto, la Navidad es una poderosa declaración de guerra. Es Cristo descendiendo para ponerse al frente de su ejército y conquistar un mundo inconquistable, y lanzar, en una avalancha, toda su fuerza contra el pecado y la muerte.
“¡Venciste Nazareno!”, gritó Napoleón. “Al vencedor divino de la muerte…”, cantó Bécquer (4); “Los reinos de este mundo han venido a ser del Señor y de su Cristo”, proclamarán las corales celestiales (Ap. 11:15). ¡Son voces de batalla y gritos de victoria! Desde cualquier perspectiva que se mire, la Navidad fue el inicio de un viraje en la guerra: el Rey se puso al frente de su ejército. Para eso nació Jesús y para eso hubo Navidad. Lejos de ser el pesebre un tierno espectáculo de recogido amor, es un cañón abocado al pecho mismo del infierno, es una espada blandida en la mano de un rey, es un “¡a la carga!”, en boca de un general,
Dos veces ha temblado Satanás: una fue en la cruz, la otra… en el pesebre.


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(1) Actual territorio de Francia.
(2) David Thomas, Conferencias, Corrientes Teológicas Actuales. Asambleas de Dios. La Habana, 2006.
(3) Eduardo Nelson, Editor, Himnario bautista, Himno 60. Chile: Casa bautista de publicaciones, s.f.
(4) Gustavo Adolfo Bécquer, Rimas y Leyendas, Biblioteca elect. DVD. Libros Dot. S.f., pp. 80, 81.



jueves, 19 de diciembre de 2019

Roma. Límites en la historia

Roma es recuento histórico obligado para todo estudioso bíblico. Los hechos descritos en el Nuevo Testamento se desenvolvieron en el contexto de su hegemonía mundial. El imperio romano se extendió en los tiempos del Nuevo Testamento desde el Atlántico por el oeste hasta el Éufrates y el mar Rojo por el oriente, y desde el Ródano, el Danubio, el mar Negro y los montes del Cáucaso por el norte, hasta el Sahara por el sur. Roma, fundada en el año 753 A.C., fue al principio una comunidad de pequeñas ciudades. A comienzos del quinto siglo A.C., había alcanzado ya una firme organización con un gobierno republicano. Por medio de alianzas con las comunidades de los alrededores y gracias a una prolongada sucesión de guerras contra los Etruscos en el norte, y contra otras tribus en el sur, en el año 265 A.C., se había convertido en una potencia. En el curso de los dos siglos siguientes, tuvo una gran lucha contra Cartago, principal potencia marítima del Mediterráneo occidental. Las guerras que sostuvieron terminaron en el año 146 A.C., cuando el general romano Escipión Emiliano tomó la ciudad de Cartago y la redujo a polvo, alcanzando Roma el dominio sobre España y África del Norte. Por la misma época Macedonia quedó convertida en provincia romana, y después del saqueo de Corinto, en el mismo año (146 A.C.), Acaya quedó bajo control romano. En el año 133 (A.C.) Atalo III, rey de Pérgamo, murió y legó su reino a los romanos. De la organización que ellos le dieron surgió la provincia de Asia. Las guerras en la parte oriental de Asia Menor continuaron hasta que Pompeyo completó la conquista del Ponto y del Cáucaso. En 63 A.C., Pompeyo organizó a Siria como provincia romana, anexándole Judea. Del 58 al 57 A.C., César llevó a cabo sus famosas campañas en Galia convirtiéndola en suelo romano. Así fue cómo en quinientos años de casi ininterrumpidas guerras, Roma, la ignorada villa de las márgenes del Tíber, creció hasta convertirse en dominante imperio mundial (1).


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(1) Merrill C. Tenney. Nuestro Nuevo Testamento: Estudio panorámico del Nuevo Testamento. Edición revisada y aumentada. Grand Rapid. Michigan. Editorial Portavoz, 1989, pp. 19, 20.


miércoles, 18 de diciembre de 2019

¡Brilla!

La he leído atribuida a Esopo, el sabio griego del siglo VI, que fundamentaba su arte de enseñar en el uso de la fábula. Trataba sobre aquel día en que una obstinada serpiente perseguía a una pobre y asombrada luciérnaga que, desconcertada por la extraña experiencia, no atinó sino a preguntarle:
—¿Por qué me persigues? ¿Soy parte de tu cadena alimenticia?
—No —le contestó la serpiente con frío cinismo.
¿Te hice algo malo? —preguntó la sorprendida luciérnaga.
—No —volvió a decir la serpiente.
—Si no soy alimento para ti, ni te hice algo malo…, ¡¿por qué me persigues?!— preguntó la luciérnaga, ya fuera de sí.
La serpiente, nadando en un mar de ira, le contestó:
—¡Odio que brilles! 
La fábula se explica sola. Es poco lo que se puede agregar, porque su final es sacudidor, y todo el mundo entiende a qué se refiere. A veces las hostilidades que vienen de la gente que te rodea no están vinculadas con errores, desdoros o resentimientos; compartes la culpa de la luciérnaga: brillas.
Parece exagerado afirmarlo, pero todas las guerras tuvieron ese móvil: el de una nación buscando apagar el brillo de otra. El martirologio cristiano pasado, no fue otra cosa que eso; sea la decapitación de Juan el Bautista, la lapidación de Esteban, o la muerte a espada de Santiago, todo estuvo en función de un mismo objetivo: apagar el brillo, que en unos fue el testimonio, y en otros la profecía. ¿Cree que lo lograron? “Por la fe Abel ofreció a Dios más excelente sacrificio que Caín, por lo cual alcanzó testimonio de que era justo, dando Dios testimonio de sus ofrendas; y muerto, aún habla por ella” (He. 11:4).
A veces el brillo estuvo en las obras:

Pero cuando los siervos de Isaac cavaron en el valle, y hallaron allí un pozo de aguas vivas, los pastores de Gerar riñeron con los pastores de Isaac, diciendo: ‘El agua es nuestra’. Por eso llamó el nombre del pozo Esek, porque habían altercado con él. Y abrieron otro pozo, y también riñeron sobre él; y llamó su nombre Sitna. Y se apartó de allí, y abrió otro pozo, y no riñeron sobre él; y llamó su nombre Rehobot, y dijo: ‘Porque ahora Jehová nos ha prosperado, y fructificaremos en la tierra’ (Gn. 26: 19-22).

Bien por Isaac y sus pastores; nos enseñan hoy que el brillo a veces tiene un costo: el de abrir un nuevo pozo.
Pozos que te cierran incompetentes que no supieron abrirlos, rayos que encienden tus bosques, plagas de langostas que minan los reverdecidos campos de trigo que sembraste, críticas, escarnecimientos, pútridas detracciones, ataques a tus libros o artículos, de ineptos que se erigen como maestros, y no son capaces de escribir un párrafo; tales son los precios que paga aquel que brilla.
Por dolorosa que sea la experiencia nunca lo podrás evitar: brillarás; es tu naturaleza. La fusión de llamamiento, investidura ministerial y gracia del cielo no se puede esconder y produce un efecto en ti: brillas, con un brillo que, por más que trates, no puedes ocultar. No lo pudo Jesús; en Tiro y en Sidón luchó por pasar inadvertido: “…y entrando en una casa, no quiso que nadie lo supiese; pero no pudo esconderse” (Mr. 7:24 b, c). Él era el más refulgente brillo del cielo.
Nada te importen los fuegos fatuos de los que buscan encender con destrucción el camino por donde andas. Ten en nada las lenguas de áspides que nunca se moverán para fortalecerte o estabilizarte. Levanta tus ojos, ciñe tus lomos, camina adelante, y desde aquí recibe la voz del cielo que te ordena hoy: ¡brilla!

Nunca esperes el momento de una gran acción,
ni que pueda lejos ir tu luz;
tus pequeños actos pueden ser de bendición,
brilla en el sitio donde estés.

Brilla en el sitio donde estés,
brilla en el sitio donde estés.
Puedes con tu luz algún perdido rescatar,
brilla en el sitio donde estés.1


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Himnología cristiana. “Brilla en el sitio donde estés”. Letra: Ina Duley Ogdon. Vers. esp: Vicente Mendoza. Música: Charles H. Gabriel.


martes, 17 de diciembre de 2019

¿Cómo pueden?

¡Sublime! ¡Qué exaltadas sonoridades! ¡Qué bellas notas en que cuajan acrisoladas las más delicadas armonías! Palidecieron deslumbrados Häendel, Mozart y Juan Sebastián Bach. La sinfónica de Londres ya los busca. Deléitese mientras escucha musitar a su oído esta incomparable composición musical…

 

United Kingdom. El concierto 12 https://www.youtube.com/watch?v=Cju1emGm_8I