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domingo, 20 de diciembre de 2020

La verdad y la belleza

…y conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres (Jn. 8: 32).

Cuántas veces en la historia, como si fueran principios excluyentes, han luchado entre sí, la verdad y la belleza. A la espera de la llegada del cuerpo para siempre inerte, de un amigo, caminaba por el cementerio Colón, en El Vedado habanero, cuando, azarosamente, casi tropiezo con una tumba sobre la que era visible una lápida en que se leía: “¡Amo solo en el mundo la Belleza! / Que encuentre ahora la Verdad su alma”. Era el panteón del poeta cubano Julián del Casal, y aquel cuadro marmóreo reproducía las palabras que pidió por epitafio (1) (2). La belleza fue el pivote sobre el que giró toda su obra. Pleitearon en su vida la verdad y la belleza, y esta última prevaleció en función de llenar quién sabe qué vacío.

Johannes Kepler estudiaba el movimiento de los planetas en el cielo. Desde los tiempos de Aristóteles se creía en una Tierra estacionaria en torno a la cual trazaban órbitas circulares el Sol, la Luna, los planetas y las estrellas. Los griegos dejaron concebido un ideal de belleza; tenía que ver con aquella órbita circular (3). Pronto Kepler descubrió que las predicciones astronómicas no se cumplían con ese modelo; solo los cálculos relacionados con una órbita elíptica permitían pronosticar con exactitud el punto del espacio en que estaría cada cuerpo celeste. Sobre aquel estoico astrónomo vino una gran decepción. Él quería que la órbita fuera circular, y no lo era. Debía escoger entre la elipse y el círculo; entre la verdad y la belleza. Kepler era honrado, y sacrificó su sentido de la belleza en aras de la verdad. Así lo anunció, y se vinieron abajo Aristóteles y Copérnico: la órbita era elíptica (4). En Kepler triunfó la verdad.  

Una de las pasiones de mi vida juvenil fue el ajedrez. Recuerdo al Gran Maestro Internacional cubano Reinaldo Vera González-Quevedo relatar la historia de un triunfo que tuvo sobre el Gran Maestro Internacional judío-ucraniano David Bronstein, para muchos el subcampeón mundial más fuerte de la historia. Este último tenía variantes ganadoras en la partida, pero siempre vio en el ajedrez la sublimación de la belleza, y escogió en la continuación de la partida, una línea de juego bellísima, cargada de riesgos. Terminó perdiendo. Más de una vez se repetiría en el genial judío aquella experiencia, porque en Bronstein solía triunfar la belleza.

A veces fue la verdad; a veces, la belleza. Ha sido complejo para los humanos ponerlas en armonía. Perdura en los tiempos el empeño por separarlas, como si una no tuviese que ver con la otra. ¿A través de qué camino dimos por prosaica la verdad? ¿No tiene ella su propia belleza?  

En Los miserables, aquel gigante de las letras francesas que se llamó Víctor Hugo pone en boca de un reprobado y cuasi regicida, palabras de reconvención hacia el excelso Monseñor Myriel: “¡Ah, Señor obispo! No os gusta la aspereza de la verdad. Cristo la amaba. Tomaba el látigo y limpiaba el templo. Su látigo, lleno de relámpagos eran un rudo declarador de verdades” (5). Puede ser que, en la expectativa estética de alguien, esté el rechazo a la belleza del Señor, pero en Cristo se abrazaron en celestial armonía la más completa verdad y la más perfecta belleza. Nadie como Él, reclamó todas las prerrogativas de Aquel que es la esencia de la verdad. A sus discípulos dijo: “Yo soy el camino, y la verdad, y la vida” (Jn. 14: 6). Ante Pilato declaró: “…para esto he nacido, y para esto he venido al mundo, para dar testimonio a la verdad. Todo aquel que es de la verdad, oye mi voz” (Jn. 18: 37). A un tiempo su persona toda, emanaba la más expresiva belleza. De ella dejaron testimonio los Salmos cuando dijeron que en Él estaría “el más hermoso de los hijos de los hombres” (Sal. 45: 2a). Los Cantares de Salomón le evocaron en aquel hermoso poema que describe el sentido del amor de Cristo y su Iglesia: “He aquí que tú eres hermoso, amado mío” (Cnt. 1: 16a).

La lejanía del evangelio es un penoso muestrario de fealdades. El mundo busca enmascararlas y aún, por el engaño, pugna para hacer creer que hay bellezas en un rumbo así. Para los comerciales del hombre Marlboro, presentaron, en Eric Lawson, al cowboy apuesto. Denigrantes licores se propagandizan hoy, teniendo el cuidado de colocarlo en las manos de una joven bella. Es la lucha para que se asocien tales ideas: un mal que se promueve asociándolo a un reconocido ideal estético que lo empuja. Maquillan el rostro del pecado en favor de que no veamos el verdadero, aquel que tiene que ver con el anunciador de cigarros devenido en el ser macilento que, postrado en el lecho de la enfermedad y el dolor, termina consumido por el cáncer de pulmón. O aquel que tiene que ver con el hombre alcoholizado, que destruye el hogar, la esposa, los hijos, para perecer finalmente entre los barrotes de una oscura mazmorra. Se libra una gran lucha hoy para legalizar la droga. Lo están haciendo en nombre de la medicina y la salud, y la camuflan detrás de la reconocida influencia de aquellos que lo promueven. Dignatarios como Vicente Fox y Evo Morales, politólogas como Gloria Álvarez, ellos prestan sus rostros para esconder el de aquel…

No lo debe ver de otra manera: el verdadero rostro del pecado es el de la enfermedad y la muerte y no hay fealdad mayor.

La verdad tiene asperezas y vetas rústicas, pero lleva en ella la quintaesencia de la belleza, porque defiende la estabilidad y la vida. La verdad y la belleza caminan juntas. Una está en la otra. No las separe nunca.

 

 

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(1) Francisco Morán. «Nuestro escandaloso cariño te persigue»: Centenario del natalicio de Julián del Casal (1863-1963): textos y contextos. Julián del Casal (in memoriam). Doral, Florida: Stockcero, 2012, p. 112.

(2) Rosa M. Cabrera. Julian del Casal, Vida y Obra Poetica. New York, 1970, p. 23. Ver en: https://digital.library.unt.edu/ark:/67531/metadc663782/m2/1/high_res_d/1002773097-Pijuan.pdf Accedido: 16 de diciembre de 2020, 7: 35 PM.

(3) Stephen Hawking. Historia del tiempoDel Big Bang a los Agujeros Negros.  p. 10. https://antroposmoderno.com/word/Stephen_Hawking_Historia_del_Tiempo.pdf

Accedido: 7 de noviembre de 2020, 4: 44 p.m.

(4) Hawking. Ibíd, pp. 11, 12.

(5) Víctor Hugo. Los miserables. La Habana: Editorial Arte y Literatura, 1974.



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