La Santa Cena es una ordenanza que vino a la Iglesia universal, directamente de la boca de Jesús. A escasas horas de su arresto y crucifixión, en aquel memorable Jueves Santo, Él dijo a sus discípulos: “…haced esto en memoria de mí” (Lc. 22: 19).
Cabe discutir la frecuencia con que se hará. Los miembros de la iglesia primitiva participaban de ella todos los domingos. Pueden diferir los que no quieren una frecuencia tal que le reste dignidad. Es verdad que su solemnidad se puede afectar por su frecuencia. Lo que no puede discutirse es el hecho de que debe hacerse, y su olvido deja mucho en que pensar respecto a la integridad doctrinal de una iglesia. Es una ordenanza que recuerda a Jesús muriendo por nosotros y despierta el temor santo de los que participan en ella.
Pastoreé una iglesia muy difícil por mucho tiempo. En ella vi logros que no he visto en ninguna iglesia aquí, respecto a los dones del Espíritu. A mi llegada estaban fuertemente divididos los hermanos. “Muy bien”, les dije, “tenemos Santa Cena la próxima semana”. Algunos se me acercaron: “Hay mucho pecado, estamos divididos”. Les contesté: “Bueno, según algunos de ustedes yo soy el que estoy en pecado, y soy un maestro de error. Así es que veremos el próximo domingo, cuando hagamos la Santa Cena quién es el que se ‘desbarata’, porque yo no estoy dividido con nadie, les amo a todos, y no estoy es esos pecados que comentan. Recuerden bien: el próximo domingo, Santa Cena”.
A la llegada del día se me acercaron algunos. Eran de la estirpe legalista que quería imponer “normas” a la grey. Suplicantes, me dijeron: “Pastor, denos tiempo para la Santa Cena. Así no se puede…”. Les contesté: “Muy bien, para que vean que bueno soy, les voy a dar tiempo: tienen treinta minutos para arreglarse unos con otros”. Espantados regresaron a sus bancos. Hice la Santa Cena. Todos los meses, el primer domingo de cada mes, por dieciocho años, hice Santa Cena. Nunca me enfermé con relación a una Cena del Señor. De hecho, en la gracia de Dios, tuve una salud bastante buena. Respecto a ellos…, tuvieron que acostumbrarse a 'arreglarse'.
¿A qué le temen los que no practican la Cena del Señor? ¿Es que están en pecado? ¿Será que no se sienten cristianos? Muchas reservas tengo con aquellos que veo pasan uno y dos años y no se ocupan de que su iglesia tenga la Cena del Señor. Dije «dos años», no exageré. La Cena del Señor tiene una importancia de primer orden, y si me permite una observación extrema, es una forma que tiene el pastor de decirle a la iglesia, donde siempre hay un grupo que le juzga: “No estoy en pecado, y ustedes, caminen fino delante del Señor, porque “el que come y bebe indignamente, sin discernir el cuerpo del Señor, juicio come y bebe para sí” (I Co. 11: 29).
Aquel que no se ocupa de que su iglesia tenga Santa Cena está diciendo en voz alta y clara que:
1. No les importa cumplir la ordenanza de Jesús.
2. No les importa que la grey recuerde el valor de su muerte en la cruz.
3. Están en pecado y tiene miedo de ser juzgado por Dios y que esto se haga evidente.
Puede ser que engañe a otro. A mí no me va a engañar. Mucho menos a Dios. La Santa Cena es una ordenanza. Está, por ende, en las dieciséis doctrinas básicas de las Asambleas de Dios, es uno de los fundamentos organizacionales de la agrupación pentecostal más grande del mundo, y le dejo esta afirmación, que si usted quiere la podemos discutir: las iglesias que no hacen Santa Cena no son cristianas; han puesto a un lado, en total irrespeto, el reconocimiento de una ordenanza que vino directamente de la boca de Jesús respecto a algo en extremo delicado: el recuerdo de su muerte, espina dorsal de la fe cristiana, pivote sobre el que gira toda la doctrina bíblica y evangélica.
Respete la ordenanza de Jesús. Respete el recuerdo de su muerte vicaria en la cruenta cruz en favor de nosotros, de la forma que Él dijo que debía de ser recordado: con la Cena del Señor, con el partimiento del pan y la participación del vino. No huya de la Cena del Señor, ni se haga el desentendido, como muchos. Participe de ella, y reciba la comunión, la bendición y hasta la sanidad divina que viene, cuando, con limpieza, se disfruta de ella.
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