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sábado, 12 de septiembre de 2020

«Pasado» y «pesado». Como se parecen ciertas palabras…

Algo más para la radiante lengua española. Hay palabras tan cercanas, pasado y pesado...

No es ligero el pasado, porque de muchos modos todos nos hemos defraudado a nosotros mismos; y no es discreto ese peso en el recuerdo; a algunos los llega a aplastar.

Librarse de él muchas veces fue el sueño de los poetas. Como ilusión era el postrer deseo de Machado: 


Y cuando llegue el día del último vïaje

y esté al partir la nave que nunca ha de tornar,

me encontraréis a bordo ligero de equipaje,

casi desnudo, como los hijos de la mar” (1) (2)


Creo que nadie con sus propias fuerzas logró partir así. Hasta el fin, el noble poeta sevillano fue “tristeza fuerte de varón, / De hombre sufrido, / socavado en lo hondo de las raíces. / Tristeza de árbol alto y escueto, / Con voz de aire pasado por la sombra” (3).

Dice mucho aquella esquela sobre el peso de aquel pasado…

Las agrupaciones del mundo, bajo los nombres de partidos, clubes o sindicatos llaman a sus predios a gente selecta, como si las personas no tuvieran una vida anterior. Quieren gente perfecta, y no las hay; todas dejaron estelas en la mar...

Otros, como los sistemas de espionaje e inteligencia de todo el mundo, son más satánicos: archivan con cuidado el pasado de la gente, como si los que lo hacen no tuvieran uno...

Jesús nos llamó a todos. Persona alguna fue más inclusiva que él, y curiosamente describió el pasado de aquellos que llamó, al decirles: “Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansar” (Mt. 11: 28).

Nunca el santo Hijo de Dios permitirá a alguien levantarse en reproche arrogante contra el pasado. Los tristes odios de la gente tienen siempre algo que buscar allí. Ya un día trataron de hacerlo. Fue en aquella lejana Semana Santa en que los escribas y fariseos encontraron a una mujer en pleno adulterio y, enardecidos, la llevaron donde Jesús: “‘Maestro, esta mujer ha sido sorprendida en el acto mismo de adulterio. Y en la ley nos mandó Moisés apedrear a tales mujeres. Tú, pues, ¿qué dices?’”. Y como, tercamente, en el resuelto propósito de sus corazones, insistieran en preguntarle, el Señor les contestó: “El que de vosotros esté sin pecado sea el primero en arrojar la piedra contra ella”.

En dimensiones épicas Jesús enfrentó el pasado de aquella mujer con el pasado de aquellos hombres, y sin decir nada lo dijo todo. Las consciencias comenzaron a hurgar en los más remotos recuerdos; afloraron, desde grutas olvidadas, cargas penosas de horas lejanas. Nunca para un conjunto humano decidió más el peso del pasado. En minutos que parecieron horas, nadie atinó a hablar.

Los viejos muros de Jerusalén los vieron irse. Uno por uno, aquellos exaltados jueces abandonaron la escena, y se alejaron, “desde los más viejos hasta los postreros”. En un recuadro singular quedaron solos Jesús y la mujer. Siempre me pregunté por qué ella no se fue. Sin reputación, con una vida fatua y un alma destruida debió, tropelosa, correr lejos. Es evidente que a todos los demás el pasado, vibrando sonoro en sus consciencias, los alejó de Jesús. A ella no. Aquella mujer fue la única persona que supo qué hacer con su pesado mar de recuerdos; lo dejaría allí, a los pies de Jesús.

El Señor, regresando en sí, le preguntó: “‘Mujer, ¿dónde están los que te acusaban? ¿Ninguno te condenó?’ Ella dijo: ‘Ninguno, Señor’. Entonces Jesús le dijo: ‘Ni yo te condeno; vete, y no peques más’.” (Jn. 8: 3-11.)

Es la única escena bíblica en que El Señor parece distraído. Escribe, de hecho, en el polvo del suelo... Es evidente que lo que allí estaba pasando no captó su atención plena, tal vez porque se trataba de una confrontación de pasados, y Él vino a borrarlos. “Y quitaré el pecado de la tierra en un día” (Zac. 3: 9d).

Eso es la cruz: la cancelación eterna del pasado, y el descargo perenne de todo el peso que supone cada culpa registrada en él. Nadie puede acusarte: “Y a vosotros, estando muertos en pecados (…), os dio vida juntamente con él, perdonándoos todos los pecados, anulando el acta de los decretos que había contra nosotros, que nos era contraria, quitándola de en medio y clavándola en la cruz” (Col. 2: 13, 14).

Amigos cercanos y lejanos, jóvenes y viejos, ricos y pobres: vengan a Cristo, dejen en la Cruz el pesado pasado “y hallaréis descanso para vuestras almas” (Mt. 11: 29c).

  

 

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(1) Antonio Machado. “Retrato”. Campos de Castilla. Ver en: Tu voz amante. La Habana: Editorial Gente Nueva, 2009, p. 62.

(2) Antonio Machado. “Retrato”. Campos de Castilla.  Accedido: 11 de septiembre de 2020, 6: 27 PM. https://www.poesi.as/amach097.htm 

(3) Rafael Alberti. Ver en: Antonio Machado. Tu voz amante. Presentación. La Habana: Editorial Gente Nueva, 2009, p. 5.



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