Es algo bien conocido, y se documenta mucho en redes sociales; es la historia de cómo los japoneses lograron llevar a sus mercados pescado fresco. Siendo un archipiélago, como Grecia o Cuba, sus habitantes disfrutaron siempre del sustento que les ofreció el mar, hasta el límite de agotar, por su consumo, las reservas cercanas de su piscicultura. Como la necesidad es la madre de la invención los nipones idearon barcos de gran calado, capaces de encontrar los anhelados peces mar adentro, en locaciones lejanas a sus costas. Surgía para ellos un problema, y era el tiempo necesario para salvar la distancia de regreso. Cuando el pescado llegaba a puerto ya no estaba fresco. Para compensar esto instalaron entonces grandes congeladores, pero el exquisito paladar de los japoneses se resentía porque seguían sintiendo la diferencia: “no era pescado fresco”, repetían. Eso obligaba a los comerciantes a abaratar los precios, de modo que siguieron los inventos, y a alguien se le ocurrió instalar grandes tanques-piscinas en los barcos, de modo que los peces llegaran a la costa en un ambiente que simulara su hábitat. Al menos estaban vivos. Esta ocurrente solución que parecía poner fin al problema tampoco sirvió. ¡Exigentes los japonenes! En verdad no se sentía el sabor fresco del pescado, porque los peces, al sentirse seguros y limitados en los estrechos límites de la piscina, apenas se movían. A fuerza de pensar, un japonés, con cierto sentido de riesgo, ideó un extraño plan: introdujo en la piscina de los peces un pequeño tiburón. Era un buen acicate para que estos estuvieran en permanente movimiento. El tiburón consumiría algunos, pero, como era pequeño, el estrago no sería grande. A su llegada a puerto los comerciantes se sorprendieron cuando los simpáticos japoneses, al probar el fruto de aquel inusitado experimento dijeron sonrientes: “¡Esto sí es pescado fresco!” (1).
Cuando los humanos llegamos a entender que son los desafíos los que nos mantienen frescos en la vida… Ese desafío de levantarnos cada mañana a luchar en pro del sustento familiar... Nada destruyó tanto a la juventud como el dinero fácil. Vea en qué se convierte ese joven que todo lo tiene y, holgazán, buscando horizontes existenciales, va a dar con la droga que termina castrando toda su capacidad creativa y destruye finalmente su vida y la de aquellos que le rodean. Vea los males de nuestro tiempo, el insomnio y la depresión, tan poco propensos a ocurrir en el labriego que salta indómito de su cama apenas rompe el alba, a remover la tierra con su arado, a rociar las áreas secas, podar árboles, activar injertos o velar los pastos de su ganado. Vive el campesino en permanentes desafíos y, al enfrentarlos, su salud física y mental se mantiene fresca.
Hoy, con solo cincuenta años, miles de personas sufren síntomas expresivos de temible Alzheimer. Este no es frecuente en intelectuales. Ellos vivieron entre desafíos mentales que llegaron bajo la necesidad de enseñar, de escribir, de leer, de pensar por los demás en la acuciante búsqueda de soluciones a problemas tecnológicos o filosóficos. La mayoría de los que sufren tan devastadora demencia prefirieron la calculadora al esfuerzo de sumar, la pasiva televisión al libro que remueve la inteligencia, el coche seguro al dinamismo de andar a pie. No sabían que, al esquivar los retos que les traía la vida, estaban en camino de perder todo el frescor.
En la vida cristiana las pruebas deben ser contempladas como desafíos que obran para nuestro crecimiento: “Y sabemos que a los que aman a Dios, todas las cosas les ayudan a bien” (Ro. 8: 28ª). Ninguna prueba de la vida es estéril en sí: “Hermanos míos, tened por sumo gozo cuando os halléis en diversas pruebas, sabiendo que la prueba de vuestra fe produce paciencia” (Stg. 1: 2, 3). Toda prueba que Dios permite es necesaria: “…Aunque ahora por un poco de tiempo, si es necesario, tengáis que ser afligidos en diversas pruebas, para que sometida a prueba vuestra fe, mucho más preciosa que el oro, el cual aunque perecedero se prueba con fuego, sea hallada en alabanza, gloria y honra cuando sea manifestado Jesucristo” (I Pe. 1: 6, 7).
Esquivar los retos es una forma de morir. Circula un poema de origen incierto; algunos lo atribuyen a Pablo Neruda. Mientras aparece el autor, disfruto, en algunos de sus renglones poéticos, la incomparable enseñanza que nos deja:
Muere lentamente
quien no viaja,
quien no lee,
quien no oye música,
quien no encuentra gracia en sí mismo.
Muere lentamente
quien destruye su amor propio,
quien no se deja ayudar.
Muere lentamente,
quien pasa los días quejándose de su mala suerte
o de la lluvia incesante.
Muere lentamente,
quien abandona un proyecto antes de iniciarlo,
no preguntando de un asunto que desconoce
o no respondiendo cuando le indagan sobre algo que sabe.
Evitemos la muerte en suaves cuotas,
recordando siempre que estar vivo exige un esfuerzo mucho mayor
que el simple hecho de respirar.
Solamente la ardiente paciencia hará que conquistemos
una espléndida felicidad (2).
__________
(1) Antonio Fontanini. “Pongan a un tiburón en su estanque”. https://www.eoi.es/blogs/antoniofontanini/pongan-a-un-tiburon-en-su-estanque/
(2) “Muere lentamente”. Publicado por Martha Medeiros. Mundolatino. https://www.mundolatino.org/muere-lentamente-martha-medeiros/ 25 de mayo de 2015. Accedido: 15 de septiembre de 2020, 11: 10 AM.
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