Un grupo de científicos de Estados Unidos y Polonia acaban de publicar en la revista Astrophysical Journal Letters, el hallazgo de un planeta del tamaño de la Tierra que deambula libérrimo por la Vía Láctea (1), sin estrella madre que le haga de sol, ni órbitas definidas o caminos astronómicos predecibles; sin complicidades estelares, así, solitario, libre…
No sé qué signifique eso, pero si las piedras clamarían (Lc. 19: 40) creo que mucho le dice al mundo acerca de cómo estamos: nada es predecible ya. No hay disparate que no se defienda en los estrados más académicos: las madres cercenan sus más profundos instintos y organizan manifestaciones para que, pocos instantes antes de nacer, les permitan hacer morir al fruto de sus entrañas, ese que, hasta los más salvajes animales, defienden con sus vidas. Los hombres promueven el derecho de otros hombres a no serlo. Los cristianos aplauden el marxismo ateo, se tatúan la piel y creman a sus familiares más queridos. Las prostitutas son “trabajadoras sexuales” y se sindicalizan; el cine que hacen no se llama pornográfico; se llama “cine de adultos”. Ya no se trata de un “asesinato”, ahora es eutanasia o suicidio asistido. El mejor periodista es el que cubra la noticia del último niño descuartizado. El noticiero no sirve si no se estrelló un avión. Si las finanzas no alcanzan para evadir la ley, los más desalmados criminales, tras acuchillar inmisericordes, a ancianos y mujeres, pasan el resto de sus días en celdas con aire acondicionado, donde estudian computación e idiomas.
Es difícil leer la segunda mitad del libro de los Jueces. Tiene historias muy desagradables. Allí todo está dominado por un pensamiento: “En estos días no había rey en Israel; cada uno hacía lo que bien le parecía” (Jue. 21: 25). Quizá me cueste tanto volver sobre esos capítulos porque son el espejo mismo de nuestros tiempos.
El astrónomo Przemek Mroz del Instituto de Tecnología de California, está muy asombrado con los hallazgos de su microlente gravitacional: un “planeta rebelde” que corre sin leyes por el espacio. Pienso que ya nada sin leyes debía de asombrarnos.
Nada.
Nada.
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