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viernes, 2 de octubre de 2020

Mucha razón tenía Shimon Peres

Escuchaba un discurso de Shimon Peres (1923-2016), quien fuera dos veces primer ministro de Israel (1984-1986; 1995-1996), y presidente del Estado entre 2007 y 2014. Esta importante intervención tuvo lugar ante la Junta de Gobernadores de la Universidad Hebrea de Jerusalén, Monte Scopus, en 2015, y en ella hace un comentario muy significativo que luego le oiría repetir en otras entrevistas. Se refería a la condición en que se encontraba la tierra de Israel para 1947-48, cuando fue reconocido el Estado. Con relación a eso el dignatario recordaba: «Era un poco de tierra, pantanos en el norte, en el sur el desierto»; era además una «tierra sin agua», con «dos lagos, uno sin vida [Mar Muerto], y el otro «agonizante» [Mar de Galilea], y «un río famoso y grande, el Jordán, en el que fluía más publicidad que agua». Era un país «casi sin lluvia, sin tesoros naturales, sin oro, ni siquiera petróleo». Así describió el finado estadista la condición de Tierra Santa para aquellos años. Hoy, cuando ya reverdeció el Neguev, e Israel es líder mundial en agricultura y ganadería, todo el mundo vuelve atrás los ojos para preguntarse cómo pudo ser. El propio Peres se dice a sí mismo:

 

¿Qué pasó? ¿Cómo salimos de esto? Mi respuesta es solo una y tal vez sea el hallazgo científico más importante en el que puedo pensar, que el tesoro más importante de la existencia es la propia persona (…). Un pueblo que no tenía opción, encontró la opción humana. Israel no es una tierra que bendijo a sus habitantes, es una tierra en la que sus habitantes bendijeron a su pueblo (…). No hay variante para la persona, no hay sustituto para la persona, para su dignidad, para su rectitud, para su aspiración a ser persona, para su deseo de paz, para su fe en el futuro para (…) soñar a lo grande, no en pequeña escala (1).

 

Es curioso cómo resalta el innegable valor del capital humano; este aparece, sin margen de dudas, por encima de toda otra cosa natural. Váyase a África, y véala, llena de bosques tropicales y grandiosos ríos, sumida a su pesar, en la más penosa calamidad. Visite los suburbios de Afganistán o Tayikistán, y asómbrese por la miseria. Sobran ejemplos por citar en los siete continentes. Mientras los historiadores señalan al camino colonial y neo-colonial andado hasta aquí por el mundo subdesarrollado, y los politólogos y gobernantes culpan a este y a aquel (nunca a sí, por supuesto) por los males que viven sus pueblos, rutila como un factor remarcablemente decisivo, el recurso humano; este es determinante de hasta dónde va a llegar un pueblo. Israel es el más grandioso y formidable ejemplo.

Uno de mis profesores en Cuidados Intensivos, el Dr. J.V.C., bajo cuya mentoría aprendí a traqueostomizar en 1994, me contaba que él pasó su servicio social como médico en Maisí, extremo oriental de Cuba. Allí llegaban constantemente pequeños barcos de haitianos que hacían escala en la década de 1960-70, con el propósito de seguir rumbo a costas norteamericanas. Su «trabajito» era vacunarlos, hacerles un chequeo mínimo y garantizar cierta distribución de comida y reposición de agua. Una tarde notó que una madre haitiana le quitaba la comida a su pequeño, y se la daba al padre; este, con toda naturalidad, se la comía. El Dr. J. se acercó a fin de ver qué sentido tenía aquella conducta. La madre le explicó: «El padre no se puede morir; si me muere el niño hacemos otro, pero si me muere el padre, ya no habrá más hijos. El que no se puede morir es el padre».

Como podrá entender, aquello terminó con un guardia de la unidad militar más cercana, apostado con una «persuasiva» AKM, a fin de garantizar, usando el lenguaje universal de la fuerza, la alimentación preferente del menor.

¿Cree que, con ese material humano, un país llega a algún lugar? Mírelos, sin ninguna restricción climática, rodeados de mar, sin embargos, ni bloqueos económicos, pese a lo cual Haití es el lugar más pobre del mundo. Llegue usted a sus propias conclusiones.

Sostengo que la gracia y la bendición de Dios son determinantes, y estas actúan sobre ese capital, que es el ser humano, empujándolo triunfal en las áreas de la honestidad y el trabajo. Creo firmemente, y así lo he predicado siempre, que, en cualquier sistema social, un hombre temeroso de Dios, y esforzado, con mayor o menor prosperidad, sale adelante. Si lo duda mire al mundo; le aconsejo que lo haga con sus propios ojos; son los únicos en los que debe confiar.

Mucha razón tenía Shimon Peres, aquel padre fundador del Estado de Israel: más que la tierra, sus fuentes de aguas y minerales, o el petróleo que esconda su suelo, más que cualquier otra cosa, el ser humano es lo más importante. Nada lo desplaza en la escala de valores.

 

Bienaventurado todo aquel que teme a Jehová,

Que anda en sus caminos.

Cuando comieres el trabajo de tus manos,

Bienaventurado serás, y te irá bien.

Tu mujer será como vid que lleva fruto a los lados de tu casa;

Tus hijos como plantas de olivo alrededor de tu mesa.

He aquí que así será bendecido el hombre

Que teme a Jehová (Sal. 128: 1-4).

 

 

__________

 

(1) Shimon Peres. Discurso en la Universidad Hebrea de Jerusalemhttps://youtu.be/jm26irJz4R4?list=PLRdoGDaQflqtKWEvEuxyPkiGlG4cYQ1Ma Publicado: 2 de marzo de 2017. Accedido: 1 de octubre de 2020, 11: 15 PM.




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