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domingo, 4 de octubre de 2020

Como la tierra fértil

Contesto a la sentida carta de mi hermano, el pastor H. Me escribe desde Cuba.

 

Es verdad que, a veces, la tierra es la gente, y así lo enseñó Jesús en la parábola del sembrador (Lc. 8). Hay personas que son como ese terreno estéril, que no acepta semillas, ni cambia con el efecto de los fertilizantes. Si a ambos, a usted y a mí, nos sirve de consuelo, por más que se ha esforzado Israel, todavía tiene mucha área estéril. El desierto del Neguev (significa «seco»), nunca se pudo controlar por completo; domina el Distrito Sur de Israel. Ahí está, a la par del desierto de Judea, último ensueño de tanta historia bíblica, con sus montañas áridas, fortalezas abandonadas y pequeños ríos casi extintos, que fluyen por profundos cañones. Eran los desiertos de Israel un desalentador mensaje de fracaso, pero los agricultores de Tierra Santa siguieron trabajando, atendiendo esencialmente las tierras productivas. Por ese camino llegaron a ser el tercer productor de cítricos del mundo. Visitaron Cuba más de tres mil asesores, enseñándonos a cultivar la tierra. El 9 de septiembre de 1973, cuando se produce el cese de las relaciones del gobierno de Cuba con Israel, éste último tenía cientos de asesores, brindando ayuda técnica en el desarrollo citrícola de nuestros campos y en el uso del ganado caprino como gran productor de leche (1); historia poco conocida; está registrada en los anales de la ingratitud humana.

Tiene mucha razón: las personas son como la tierra; unas dan fruto al que siembra y «pan al que come» (Is. 55: 10); otras no, y frente a eso, ¿cómo debe hacer el pastor moderno? Una vez más la única opción es mirar a Jesús, y pensar en lo que hizo; observar que nunca apareció estresado frente a fariseos o herodianos; les dio cumplidamente la Palabra, y se retiró (Mr. 3: 7); no hizo milagros para Herodes (Lc. 23: 8); finalmente, no le contestó a Pilato (Mr. 15: 5); pero con relación a los suyos, dijo al Padre: «…a los que me diste, yo los guardé, y ninguno de ellos se perdió» (Jn. 17: 12). Por el apóstol Juan sabemos que «los amó hasta el fin» (Jn. 13: 1d). Jesús gastó su tiempo, sus fuerzas y sus emociones con ellos. Morirían por Él.

Pienso que, en lo ministerial, lo social y lo humano, también debe de ser así. No pierda usted el tiempo con personas que no le aprecian o reconocen. Centre su atención en aquellos que llorarán el día que muera. Esas son las únicas personas dignas de sus desvelos, y son fáciles de identificar, «como la tierra fértil…». 



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(1) Alfredo Muñoz-Unsain, “Un sionismo mejor es posible”. Palabra Nueva. No. 135, noviembre de 2004, p. 45.




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