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sábado, 31 de octubre de 2020

Solo un hombre sabio

Aquella mañana de 1981, el Dr. Rafael Dujarric, profesor de psicología médica, entró a clases, y tras ordenar sus papeles, y escribir algunas notas de orden en la pizarra, dejó correr tranquila la vista sobre el grupo de estudiantes, para terminar, diciéndonos: “No es una expresión de nuestro tiempo; viene de la lejana filosofía griega, y dice: ‘Mientras más estudio menos sé’. ¿Qué cree que signifique eso?”. Todos quedamos meditando en silencio. El avanzó entonces, y dijo: “Lo primero que descubre el que estudia es su gran ignorancia. Seguramente ya les pasó. Paradójicamente la consciencia de esa ignorancia crece en la medida en que más estudiamos y sabemos”.

Era una gran verdad. Si alguien permanecía humillado por un conocimiento inabarcable era el estudiante de medicina, y esa aplastante experiencia, lejos de menguar al estudiar, crecía en la medida que avanzaban los semestres.

Bien lo formularon los griegos en los albores mismos de la ciencia cuando no soñaban siquiera desglosarse las ramas del saber, cuando todavía estaba todo integrado en el tronco central del conocimiento, que es la filosofía. Fueron los filósofos los que nos advirtieron que los hombres tendrían tales experiencias de sufrida ignorancia en la medida que fueran mayores sus incursiones en los egregios mundos del pensamiento humano.

Pese a lo ancestral de tal enseñanza muchos sufren hoy la ilusión de tener un gran conocimiento, y estos son los peores ignorantes. Con persona alguna más que con esta, he pasado tanto trabajo a lo largo de los años. Con los campesinos me entendía siempre; ellos me explicaban el aspecto de la mejor semilla; yo me callaba y aprendía. Yo les enseñaba porqué no debían pararse debajo de un árbol cuando había descargas eléctricas; ellos se callaban y aprendían. Qué sencillo era para cada uno reconocer las áreas de la ignorancia. Ambas actitudes descansaban en certezas: la de no saber, y esa es la actitud del sabio.

Un hombre sabio no es un antro del conocimiento. La sabiduría se levanta sobre un grupo pequeño de verdades; la primera tiene que ver con el temor a Dios: “El principio de la sabiduría es el temor de Jehová” (Pr. 1: 7). Muchas de las otras las dejó saber el Señor, Dios de todo amor, a Job, en los momentos más confundidos de su vida, cuando trataba el patriarca de explicarse las cosas desde la perspectiva de alguien que lo sabe todo: “Dónde estabas tú cuando yo fundaba la tierra? Házmelo saber, si tienes inteligencia. ¿Quién ordenó sus medidas, si lo sabes? ¿O quién extendió sobre ella cordel? ¿Sobre qué están fundadas sus bases? ¿O quién puso su piedra angular, cuando alababan todas las estrellas del alba, y se regocijaban todos los hijos de Dios?” (Job 38: 4-7). Las tales palabras de Dios son un llamado a la sabiduría, la sabiduría de comprender que no sabemos nada.

El Oráculo de Delfos dijo a Querofonte, amigo de Platón, que Sócrates era el hombre más sabio de la tierra, y pronto este último lo supo. El afamado filósofo sintió que estaba delante de un enigma. ¿Por qué el Oráculo decía algo así? Pasó días el sabio griego recorriendo las ciudades, hablando con la gente, haciendo preguntas. Tropezó aquí y allá con personas llenas de certezas: políticos seguros, médicos envanecidos, filósofos entronizados, maestros orgullosos de su saber. Después de hablar con todos, comprendió entonces al Oráculo, y concluyó: “Ya sé por qué dice el Oráculo de Delfos que soy el hombre más sabio de la tierra: soy el único que se ha dado cuenta de que no sabe nada” (1).

Solo un hombre sabio alcanza a descubrir la dimensión de su ignorancia. En ese minuto no siente desesperación, lejos de eso, en ese instante logra la paz, la paz de estar en armonía con el Único que lo sabe todo.

 

 

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(1) El Bibliote.com/ Destacados. “Sócrates, ‘El más sabio entre los hombres’”. http://www.elbibliote.com/resources/destacados/notad106.html# Accedido: 27 de octubre de 2020.




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