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domingo, 31 de diciembre de 2023

A las puertas del nuevo año

La escritora Anne Lamott afirmó: «Perdonar es renunciar a toda esperanza de tener un pasado mejor». Atendía, al decirlo, a una de las áreas más complejas a la hora de perdonar; tiene que ver con el perdonarnos a nosotros mismos. Divorcios, desamparos familiares, traiciones de amigos, promociones retenidas, enfermedades penosas, lejanías, pérdidas; todas gravitan como fardos inamovibles que arrastramos, que se resisten a ser borrados de los archivos donde guardamos los más tristes recuerdos. Pero los fracasos y su sentido de culpa inherente, Dios los olvidó. «¿Qué Dios como tú, que perdona la maldad, y olvida el pecado del remanente de su heredad?» (Mi. 7: 18a). «Yo, yo soy el que borro tus rebeliones por amor de mí mismo, y no me acordaré de tus pecados» (Is. 43:25). El Omnisciente, el Altísimo, no los recuerda ya. ¿Por qué lo harás tú? ¿Tienes más memoria que Dios?

Mira al nuevo año, a minutos de ti, y sonríe. Mira entonces atrás a todo el año vivido, y, por triste que haya sido, sonríe también. Perdónate.

Vivir resentidos con nosotros mismos es olvidar la Obra de la Cruz; es desconocer la dimensión de lo que allí pasó. Aquel Viernes Santo del 7 de abril del año 30 (14 de Nisán), a las tres de la tarde, a instantes de morir, Jesús pronunció palabras finales de hondo significado. Un velo de misterio cubre a dos de ellas. «Consumado es» (Jn. 19: 30); así le oyeron decir los que estaban al pie de la Cruz. ¿Qué mensaje suponía para ellos? ¿Qué proclamación enviaba el Hijo de Dios al mundo infinito? Entiéndelo hoy: en aquel «Consumado es», el Señor Jesús estaba diciendo: «Todo está cumplido. La Obra está hecha. Todo está perdonado».



domingo, 24 de diciembre de 2023

Jesús

El Eterno irrumpió en el tiempo.

Aquel célico Ser brotó de la tierra.

Nació y es la única esperanza de todos los hombres.

Contuvo con Su muerte nuestro despeñar irremediable al infierno. Abrió con Su Sangre el camino a la salvación y la Vida Eterna.

Él es lo único importante que sucediera alguna vez. Es el único héroe que ha existido.

Su vida reescribió la historia.

Todo lo que de bueno pasó después tiene una sola razón: Él nació.




sábado, 9 de diciembre de 2023

Sé feliz

Tuve una contrariedad grande ayer, mientras manejaba a las 6:00 a.m. por una peligrosa interestatal de Texas. Me ensombrecí tanto... «Qué rara es la felicidad duradera», así pensé, cuando, inexplicablemente, vi en el recuerdo una lejana escena; se trataba de una evocación rara: mis padres hacían fila toda la madrugada, el 6 de enero de cada año, para que, al pie de la cama amanecieran los tres juguetes que se podían adquirir; eso hacían. Con la nitidez de una visión vi sus rostros, esperando mi impresión al despertar, y el alivio que sentían cuando me deslumbraban el brillo y el olor del juguete nuevo, el abrazo que daba a aquella sorprendente carriola o a la espigada cerbatana plástica. En una clara remembranza aparecieron sus sonrisas complacidas y respiraciones aliviadas.

No entendí a qué venía aquella memoria, tan desconectada de lo que acababa de pasarme, cuando el Espíritu habló a mi pobre espíritu: «¿Qué habrían sentido ellos si hubieras mirado con menosprecio a aquellos juguetes?». Apareció de pronto la Cruz, y empecé a entender, porque Cristo murió no solo para que tuviéramos salvación; Él murió también para que el Espíritu Santo descendiera; sin la asistencia del Espíritu Santo nadie podría venir a Él y nacer de nuevo. La plenitud y llenura del Espíritu llevan a la salvación, renovación y reparación. Ahí me quedé cuando, como en un susurro brotó una pregunta: «¿A qué más lleva...?». Por varias millas, mientras terminaba de amanecer, traté de contestar hasta que concluí: «El Espíritu Santo lleva a la felicidad plena y menospreciarla es menoscabar el valor de la Obra de Cristo». Tal experiencia está detrás de las palabras de Jesús: «El que cree en mí, como dice la Escritura, de su interior correrán ríos de agua viva. Esto dijo del Espíritu que habían de recibir los que creyesen en él; pues aún no había venido el Espíritu Santo (Jn. 7: 38, 39).

El automóvil se llenó de la gloria de Dios. Llevado de una escena a la otra, tuve la célica amonestación: «Es muy grande la tristeza que traemos al corazón del Señor cuando somos infelices. En esa hora hemos menospreciado la Cruz».

No solo porque la felicidad es buena para ti y los tuyos; no solo porque es bien deseado sobre cualquier otro; más que por todo esto, por el significado de la Obra de Cristo, por respeto al valor de la Sangre derramada, sé feliz.