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domingo, 30 de enero de 2022

La preferencia creciente por los Salmos, mientras avanza la vida

Cambian las preferencias con los tiempos, porque los humanos no somos hechos, sino procesos. Algunos no lo entienden hasta que les sucede... Cambian las comidas que servimos, los amigos que toleramos, los libros que leemos, todo cambia.

Cambia también el lugar de la Biblia al que preferimos ir en los momentos de silencio. También cambia. Los jóvenes prefieren la literatura bíblica narrativa; ellos leen y releen los evangelios; se aventuran con Josué en Jericó, se enfrentan a Goliat; enardecidos, acompañan a Josías en el despertar de la nación; aman ver a Ezequías resistiendo a los asirios, disfrutan ver caer a estos últimos a las puertas de Jerusalén.

Avanza la vida, y es curioso vernos cada vez con más frecuencia hojeando los Salmos. Estos no solo están en la justa mitad de la Biblia escrita; con el tiempo llegan a estar en el centro mismo de la vida; ocupan, de hecho, toda la atención de los ancianos. Es que, con los años, vamos descubriendo que los Salmos nos reflejan como lo hace un fiel espejo. Los salmistas se desdoblan entre todas las flaquezas humanas. Ellos reclaman a Dios por la prosperidad de los impíos; prorrumpen con voces de angustia frente a la enfermedad o el desamparo; mojan de lágrimas la almohada, reclaman promesas, prometen silencios, bendicen, imprecan, se abaten, se alegran. Toda la condición humana, desde la más profunda miseria hasta la más célica exaltación en gloria, todo está allí.

Los Salmos reflejan nuestra vida, con toda su fealdad y belleza, pobreza y riqueza. En ellos están nuestras bravuras y cobardías, nuestros atinos y torpezas.

Aquella infausta tarde también Jesús se vio en ellos... Él murió con las palabras del Salmo 31: 5, en los labios: “En tu mano encomiendo mi espíritu”.




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