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martes, 18 de enero de 2022

El único camino para vencer el miedo

Hace no mucho tiempo descubrí que todo el mundo tiene miedo. Recuerdo haber escuchado esta percepción en una entrevista que le hicieran al Nobel de Literatura, Gabriel García Márquez. Tal vez el asunto de este miedo tan extendido descansa en que la humanidad no logra contestar las preguntas esenciales de la vida, y es muy duro caminar hacia el fin llenos de incertidumbres. Por otro lado, y al decir de Earle Albert Rowell, “el futuro es un oscuro e impenetrable arcano” (1). Nada más intimidante que ese futuro, sobre el que arroja sombras alargadas el tenebroso pasado.

No solo las hijos de Adán nos acercamos unos a otros en vanidades, egoísmos y jactancias; también nos acercamos en miedo. El mundo tiene miedo, y frente a las universales amenazas que cercan de modo permanente a la familia humana, no hay personas valientes. Los que pretenden dar esa imagen de coraje interior no son sino hábiles enmascaradores de sus temores. ¿Sabía que la palabra persona viene de una voz griega [prósopon (πρόσωπον)] que significa máscara? La palabra vino al español como una contribución de la teología patrística griega, y ninguna describe mejor lo que somos y el estado en que vivimos.

Sabe, yo también he tenido mucho miedo. Fue aquella tarde en que se conjuraron la persecución, la soledad, y la más aplastante tristeza, que tuve la experiencia del miedo mayor. Parecía me apagaría para siempre cuando saltaron de mi Biblia aquellas palabras del cielo que me fueron por antídoto: “Porque no nos ha dado Dios espíritu de cobardía, sino de poder, de amor y de dominio propio” (II Ti. 1: 7). Así escribió el apóstol Pablo a un joven sacudido por el ministerio; se llamaba Timoteo. Cada joven como él, debía de leerlas, porque los jóvenes tienen mucho miedo.

Hoy corro más que Juan Manuel Fangio, pero la primera vez que estuve en una autopista interestatal de siete carriles, donde todos conducían a 85 millas por horas, incluidos remolcadores y camiones de dieciocho ruedas, frisé la experiencia del terror. Que bien lo disimulé. Steven Spielberg no sabe lo que se perdió conmigo. Al llegar a casa, muy entrada la noche, vencido, recostado sobre mi escritorio, decidí no manejar más el auto, y le dije al Señor: “No puedo…, no voy a poder. Traté, pero no puedo…”. Dios rompió mi silencio; pocas veces le he oído con más nitidez. Él me habló con voz penetrante, y muy profunda; me dijo: “No tengas miedo…”.

Este es, hoy, mi concepto de cristiano para ti: un cristiano en un humano que también siente miedo, pero aprendió a vencerlo usando la Palabra de Dios y el poder del Espíritu Santo.

“Porque no nos ha dado Dios espíritu de cobardía…”.

Hace poco estuve en el umbral mismo de la muerte. No tuve miedo.

 

 

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(1) Earle Albert Rowell. El libro invicto. Buenos Aires: Casa Editora Sudamericana. 1942. Sp.




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