Translate

lunes, 24 de enero de 2022

Dos puertas

Dos puertas. Una abre al cielo. La otra, al infierno. Dos puertas. Solo dos.

Un día los humanos tratamos de fabricar otra que diera a limbos y purgatorios. No resultó. Se desplomó la idea con los siglos, porque no era bíblica. Es que no son tres, son dos; una da al cielo; la otra, al infierno.

Decidimos en esta vida cuál se abrirá. Pilato preguntó a las multitudes judías enardecidas: “¿Qué, pues, haré de Jesús, llamado el Cristo?”. El eco de esta pregunta se prolonga hasta alcanzar al último hombre de la historia. De la respuesta que se dé, depende la puerta que se abrirá. A la que da al cielo se refirió Juan el Bautista cuando, hablando de Jesús, dijo: “…a todos los que le recibieron, a los que creen en su nombre, les dio potestad de ser hechos hijos de Dios (Jn. 1: 12). En esta puerta pensaba el apóstol Pablo, cuando escribió: “si confesares con tu boca que Jesús es el Señor, y creyeres en tu corazón que Dios le levantó de los muertos, serás salvo. Porque con el corazón se cree para justicia, pero con la boca se confiesa para salvación” (Ro. 10: 9, 10). Esta puerta estaba en el corazón del apóstol Juan, en el Espíritu, cuando condensó la Biblia entera en una sola expresión: “Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna (Jn. 3: 16). 

Es la puerta que da al cielo. Se abre para los que reciben a Cristo como Señor y salvador personal, para los que confiesan su nombre, y no se avergüenzan de Él.

Penosamente, la respuesta que dieron las multitudes aquella mañana no fue la de Juan el Bautista, Pablo o Juan. Ellos rechazaron a Cristo ante el procurador romano de Judea, y gritaron: “¡Crucifícale!” (Jn. 19: 6, 15). Al hacerlo, abrieron la otra puerta, la que da al infierno. Los que murieron sin cambiar el eco de aquel tenebroso grito la hicieron abrir.

¿Sabe?, entre las dos puertas, Cristo habló más de la que da al infierno. En resumidas palabras Él habló más del infierno que del cielo. Describió al primero como “fuego eterno” (Mt. 18: 8). ¿Ha contemplado un horno? ¿Ha estado presente en un crematorio? ¿Puede imaginar un instante la experiencia de ser dotado de un cuerpo que no se consuma por las llamas, con resistencia para sufrir el tormento del fuego eterno? Así lo describió Jesús. Él dijo que aquel hombre rico de su historia “en el Hades alzó sus ojos, estando en tormentos, y vio de lejos a Abraham, y a Lázaro en su seno. Entonces él, dando voces, dijo: ‘Padre Abraham, ten misericordia de mí, y envía a Lázaro para que moje la punta de su dedo en agua, y refresque mi lengua; porque estoy atormentado en esta llama’” (Lc. 16: 23, 24). Jesús hizo solemnes y temibles advertencias al describir la dimensión de juicio que significa el infierno. Él dijo: “Si tu mano te fuere ocasión de caer, córtala; mejor te es entrar en la vida manco, que teniendo dos manos ir al infierno, al fuego que no puede ser apagado, donde el gusano de ellos no muere, y el fuego nunca se apaga” (Mr. 9: 43, 44). “Y no temáis a los que matan el cuerpo, mas el alma no pueden matar; temed más bien a aquel que puede destruir el alma y el cuerpo en el infierno” (Mt. 10: 28).

Judas 1: 7, retrotrae la memoria de un juicio que resalta como imagen misma del infierno: “como Sodoma y Gomorra y las ciudades vecinas, las cuales de la misma manera que aquéllos, habiendo fornicado e ido en pos de vicios contra naturaleza, fueron puestas por ejemplo, sufriendo el castigo del fuego eterno”.

Jesús murió para salvarnos de ese infierno. Él dijo: “Yo soy la puerta; el que por mí entrare, será salvo; y entrará, y saldrá, y hallará pastos. El ladrón no viene sino para hurtar y matar y destruir; yo he venido para que tengan vida, y para que la tengan en abundancia” (Jn. 10: 9, 10). 

Cristo es el pivote sobre el que gira el destino eterno de los hombres: cielo o infierno. Tú decides en esta vida qué puerta se abrirá. Nadie lo puede hacer por ti. Es la más personal de todas las decisiones, en la que no determinan padres, hermanos, amigos o vecinos, nadie sino tú; y en tal asunto nada valen los fluctuantes patrones morales de la humanidad. Seremos juzgado con un código bíblico y celestial: “¿No sabéis que los injustos no heredarán el reino de Dios? No erréis; ni los fornicarios, ni los idólatras, ni los adúlteros, ni los afeminados, ni los que se echan con varones, ni los ladrones, ni los avaros, ni los borrachos, ni los maldicientes, ni los estafadores, heredarán el reino de Dios” (I Co. 6: 9, 10).

Cristo no murió por gusto. El juicio de un infierno que se eternizará en el apocalíptico «Lago de fuego y azufre», es aterrador. Él fue azotado con crueldad, escarnecido con saña y crucificado entre ladrones; padeció tormentosos dolores e inexpresables angustias. Finalmente, murió consumido por la sed, la fiebre y la asfixia del crucificado. En aquellas tres horas de tinieblas, Él llevó el pecado del mundo. Al hacerlo puso a tu alcance una puerta.  Abrirla te lleva al cielo.

Tener en poco el valor de aquella sangre derramada, es el pecado mayor, y la forma más segura de abrir la puerta que lleva al infierno.

 

El que viola la ley de Moisés, por el testimonio de dos o de tres testigos muere irremisiblemente. ¿Cuánto mayor castigo pensáis que merecerá el que pisoteare al Hijo de Dios, y tuviere por inmunda la sangre del pacto en la cual fue santificado, e hiciere afrenta al Espíritu de gracia? Pues conocemos al que dijo: ‘Mía es la venganza, yo daré el pago, dice el Señor’. Y otra vez: ‘El Señor juzgará a su pueblo’. ¡Horrenda cosa es caer en manos del Dios vivo! (He. 10: 28-31). 

 

Todo el juicio futuro fue dado al Hijo de Dios. Políticos, sociólogos, moralistas de todos los tiempos, tratan de configurar una referencia de justicia, pero Jesús dijo:  

 

…El Padre a nadie juzga, sino que todo el juicio dio al Hijo (…). El que oye mi palabra, y cree al que me envió, tiene vida eterna; y no vendrá a condenación, mas ha pasado de muerte a vida (…). Porque como el Padre tiene vida en sí mismo, así también ha dado al Hijo el tener vida en sí mismo; y también le dio autoridad de hacer juicio, por cuanto es el Hijo del Hombre (…) porque vendrá hora cuando todos los que están en los sepulcros oirán su voz; y los que hicieron lo bueno, saldrán a resurrección de vida; mas los que hicieron lo malo, a resurrección de condenación (Jn. 5: 22, 24, 26, 27-29).

 

Consulté las estadísticas en tiempo real de la población mundial (1). Hoy, 23 de enero de 2022, murieron 170.720 personas. Inescapablemente fueron rumbo a la eternidad a través de una de las dos puertas. Hoy lo hicieron ellos. Un día, tal vez cercano, lo harás tú… Sin importar la edad que tengas, puedes estar, en este mismo momento, pisando el umbral de la eternidad.

Dos puertas, solo dos. No yerres. Ya muchos lo hicieron. Recibe a Cristo como salvador personal, y abre la puerta que te permitirá entrar rumbo al cielo.

Allí te espero.

 

 

 

__________

 

 

(1) Población mundial.  Estadísticas en tiempo real. https://countrymeters.info/es/World Accedido: 23 de enero de 2022, 23: 59.59 h.




No hay comentarios:

Publicar un comentario

Su comentario a este artículo se recibe con respeto y gratitud.