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lunes, 17 de enero de 2022

La Obra del Espíritu Santo

Hoy tenía lugar en redes una ardiente discusión. Un reconocido intelectual defendía una total aberración. Para hacerlo usaba la Biblia, violentando todos los resortes de la más elemental hermenéutica. Mi esposa me decía: “Por claros que estén esos principios en la Palabra, convencer de pecado es obra del Espíritu Santo”. Es una gran verdad y Jesús lo enseñó, cuando dijo a sus discípulos, apuntando a la entrada del Espíritu a la tierra que tendría lugar tras su partida: “Y cuando él venga, convencerá al mundo de pecado, de justicia y de juicio. De pecado, por cuanto no creen en mí; de justicia, por cuanto voy al Padre, y no me veréis más; y de juicio, por cuanto el príncipe de este mundo ha sido ya juzgado” (Jn. 16: 8-11).

No es posible, por grande que sea la suficiencia argumental de un humano, pretender arrobarse para sí una prerrogativa que solo la tiene el Espíritu: convencer de pecado.

Hoy veía la tan explosiva polémica en redes. Giraba en torno a la defensa de una de las más connotadas inmoralidades contemporáneas. No solo pedían tolerancia, más allá de esto pugnaban por legitimidad y protagonismo. Para ello, como se explicó, usaban la Biblia. Tomaban un versículo aislado, lo torcían y sacaban de él un extraño jugo de aceptación a la depravación que propugnaban.

Para nadie es un secreto que la Biblia ha sido utilizada en la historia para defender cualquier cosa. Dictadores ateos, inquisidores, modistas, filósofos, todo el mundo en su momento echó mano del santo libro para fundamentar criterios, a veces tan disparatados como beber orina medicinalmente: “Bebe el agua de tu misma cisterna, y los raudales de tu propio pozo (Prov. 5: 15).

Es verdad que hay pasajes oscuros, de difícil interpretación, en el libro de Dios: Moisés es enviado a Egipto, al rescate de Israel, sin embargo: “…aconteció en el camino, que en una posada Jehová le salió al encuentro, y quiso matarlo (Ex. 4: 24). Jefté hace un extraño voto (no se hacía en Israel): “Si entregares a los amonitas en mis manos, cualquiera que saliere de las puertas de mi casa a recibirme, cuando regrese victorioso de los amonitas, será de Jehová, y lo ofreceré en holocausto”. Salió a recibirle la hija (v. 34). ¿Qué hizo con ella? No está claro… ¿Qué son los demonios? No conteste precipitadamente que son “ángeles caídos” porque no tiene todo el respaldo bíblico que se quisiera. Muchos pasajes reflejan significados que están velados en sombras complejas, sin embargo, los textos que tratan acerca de la moral humana, la ética de Dios para los hombres, lo que espera el Santo de Israel de los humanos, esos textos y pasajes son claros en su comprensión y significado, como lo puede ser un rayo de luz, brillan como Marte en perihelio, y no hay espacio para las interpretaciones tan retorcidas que usan en nuestro tiempo. Pese a eso, a brazo partido, se defienden y escalan posiciones mundiales los más encumbrados heraldos de la depravación. Hoy leía lo que publican, y frente al fornido atrincheramiento bíblico que hacían los tales, me venían a la memoria las palabras de Antonio Machado, cuando escribió: “Nada hay más temible que el celo sacerdotal de los incrédulos”. (1)

Podemos brindarles a las personas nuestra amistad (vaya si lo hacemos); podemos compartirle a la gente el amor de Cristo, asistirlos, acercarles a la Palabra de Dios, orar; todo eso lo podemos hacer; lo que no podemos, porque no es prerrogativa humana, es convencer al mundo de pecado; eso solo lo puede hacer la Obra del Espíritu Santo.

Si una persona, no importa el estado en que se encuentre, inclina su frente, y abre su corazón al Rey del cielo; si una mujer, hombre o niño, levanta por un instante su cabeza, y mira arriba, y vive un minuto de respetuosa sinceridad con su Creador, si hace algo así, Él le guiará a la verdad, porque el Espíritu Santo guía a la verdad. Él le convencerá de pecado, porque el Espíritu Santo, Él, y solo Él, convence al mundo de pecado.

Oro en favor de las personas que hoy vi defender lo indefendible. Oro para que les llegue ese minuto de santo encuentro con el Espíritu, y Él haga en ellos lo que solo Él puede hacer: convencerles de pecado.  

 

 

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(1) Antonio Machado. Tu voz amante. Selección. La Habana: Gente Nueva, 2009, p. 164.




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