Translate

viernes, 17 de mayo de 2024

El llamado y el proceso

El llamado de Dios es claro, pero el proceso de vida que seguirá está velado al escrutinio humano. Tiene que ser así, porque el llamado es bello e inspirador, pero el proceso siguiente puede ser muy doloroso; muchos confiesan que, de haberlo conocido con antelación, no hubieran respondido al llamamiento. 
El llamado de José apuntó a la salvación de un pueblo; el proceso le llevó a la esclavitud. El llamado de Jeremías encendió la profecía preexílica; el proceso le llevó al rechazo de su pueblo. 
Si el llamado es auténtico no podrá escapar al proceso. Sepa también que, así como el carbón bajo presión se vuelve diamante, a grandes llamados siguen procesos muy difíciles. Jonás no pudo evadirlo por más que trató. En el epílogo de aquel proceso que le llevó a Nínive, están sus palabras: «Todas tus ondas y tus olas pasaron sobre mí» (Jon. 2:3c). 
Los que predican la doctrina «Pare de sufrir» no saben lo que es un llamado, mucho menos, un proceso; lo que significó para Hudson Taylor cubrir con tierra la tumba de su pequeño hijo, en plena misión a la China; lo que significó para David Livingstone, en el África irredenta, abrazar el cuerpo sin vida de su esposa, y escribir en su diario: «La lloré porque merecía mis lágrimas...».



sábado, 11 de mayo de 2024

Aquella oración...

Es la oración más breve que aparece en la Biblia. Se pronunció en el Mar de Galilea, en una madrugada tempestuosa. Once testigos la oyeron de un pescador asustado. Se llamaba Pedro. Con no poco ímpetu y notable fe acababa de caminar sobre las aguas, cuando la furia de los vientos le quitó de golpe la seguridad interior. Comenzó entonces a hundirse y bajo el encapotado cielo que cubría aquel siniestro mar, se le oyó clamar: «¡Señor, sálvame!» (Mt. 14:30).

Ese fue el contexto. Esa fue la oración.

Jesús, que también nos oye cuando fracasa la fe, extendió su brazo a Pedro, lo puso en pie sobre las olas, y lo sostuvo seguro a su lado.

«¡Señor, sálvame!». Qué oración... Howard Hendricks llamó a estas dos palabras «la oración más hermosamente concisa de la Biblia». El colapso de la fe no era para aquel pescador de Galilea un mero cambio de silla; aquel fracaso le llevaba a la muerte...; no quedaban tiempos para argumentos, proclamaciones, siquiera recuerdos; y desde lo más profundo de sí, él alcanzó el corazón de Jesús con una oración hecha en dos palabras: «¡Señor, sálvame!». Cualquiera otra que hubiera hecho habría dado al traste con un calamitoso desastre. «¡Yo declaro!», «¡yo decreto!», ninguna de estas vanidades antropocéntricas habría hecho diferencia en aquel mar revuelto.

¿Funcionó?

Puede decirse que nadie cambió tan bruscamente desde el más completo fracaso hacia el más grandioso triunfo, porque no dice la Palabra que Pedro fuese llevado en hombros por Jesús; aquel pescador regresó a la barca caminando...

En el duro ejercicio de vivir, aun andando por fe, se fracasa más de lo que se pudiera desear. De aquella madrugada nos quedó un modelo vivo en el orar: «¡Señor, sálvame!». Es la única oración coherente con la condición humana. Es todo lo que el cielo espera oír en este «valle de lágrimas»; y nunca fue más pertinente, porque la humanidad ha enloquecido; nunca como hoy cedieron bajo nuestros pies los valores que sostenían a la humanidad: el orgullo ancestral por la familia, la hombría, la maternidad; el respeto al maestro, al anciano, al hombre sabio; el amor a la naturaleza, las artes, los libros...

Es el fin. Nos hundimos. No queda tiempo para otra oración.

El mundo está en su peor hora de oscuridad. Nunca fue más cerrada la noche, ni se defendieron con más encono los antivalores. Los vientos que rugen hoy son desconocidos por su innoble fiereza. ¿Nos abandonó Jesús? ¿Estamos solos en este mar de desesperanza? ¿No nos queda más que contemplar lúgubres el fracaso de nuestra fe? Aquel Pedro pudo pensar así.

Siervo: a través de amargas experiencias ministras. Es uno de los precios más altos del llamado. Como tú, aquel pobre pescador era un instrumento, y Jesús permitió en su vida aquella noche de tempestad, y le dejó hundirse para que a todos nos alcanzara hoy una oración como la que él hizo; para que nos aseguráramos en la tal hora acerca de qué pedir; y, finalmente, para que supieras que la misma mano que asió de Pedro asirá de ti.



sábado, 4 de mayo de 2024

Ven a la fuente

No puedo pretender vivir del agua que trae en el hueco de su mano el evangelista ungido.

No puedo en modo alguno lograr éxitos durables a expensas del noble rocío que cae en la visita pastoral.

No puedo echar raíces poderosas en aquella tierra de humedad temporal que significa el amigo con revelación.

Ellos son mensajeros benditos que te acercan el agua a la boca, y sostienen, entre golpe y golpe, el ánimo de tu ser endeble. Son preciosos, pero no podemos vivir de ellos. Vayamos a la fuente. Bebamos unidos de ella.

Apagada ya la esperanza de socorro, Agar se echó a morir, y la fuente estaba cerca: «Entonces Dios le abrió los ojos, y vio una fuente de agua; y fue y llenó el odre de agua, y dio de beber al muchacho» (Gn. 21:19).

No esperes más por uno que, movido a misericordia, quiera acercar una gota de agua a tus labios, agrietados ya a fuerza de andar por este vasto desierto. Pon fin a tus desvaríos; ven a la fuente: «Porque dos males ha hecho mi pueblo: me dejaron a mí, fuente de agua viva, y cavaron para sí cisternas, cisternas rotas que no retienen agua» (Jer. 2:13). 

No dependas más de nadie. Jesús es la única fuente de plenitud y salvación. Dios abra tus ojos para que veas cuán cerca está Aquel que dijo: «...el que bebiere del agua que yo le daré, no tendrá sed jamás; sino que el agua que yo le daré será en él una fuente de agua que salte para vida eterna» (Jn. 4:14).