El llamado de Dios es claro, pero el proceso de vida que seguirá está velado al escrutinio humano. Tiene que ser así, porque el llamado es bello e inspirador, pero el proceso siguiente puede ser muy doloroso; muchos confiesan que, de haberlo conocido con antelación, no hubieran respondido al llamamiento.
El llamado de José apuntó a la salvación de un pueblo; el proceso le llevó a la esclavitud. El llamado de Jeremías encendió la profecía preexílica; el proceso le llevó al rechazo de su pueblo.
Si el llamado es auténtico no podrá escapar al proceso. Sepa también que, así como el carbón bajo presión se vuelve diamante, a grandes llamados siguen procesos muy difíciles. Jonás no pudo evadirlo por más que trató. En el epílogo de aquel proceso que le llevó a Nínive, están sus palabras: «Todas tus ondas y tus olas pasaron sobre mí» (Jon. 2:3c).
Los que predican la doctrina «Pare de sufrir» no saben lo que es un llamado, mucho menos, un proceso; lo que significó para Hudson Taylor cubrir con tierra la tumba de su pequeño hijo, en plena misión a la China; lo que significó para David Livingstone, en el África irredenta, abrazar el cuerpo sin vida de su esposa, y escribir en su diario: «La lloré porque merecía mis lágrimas...».
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