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sábado, 1 de abril de 2017

Acuña es una buena cuña. (Un ejercicio de redacción.)

Así se llamaba: María Eleuteria de la Concepción Acuña y Pedraza. Fue la vieja más chismosa que conocí. El teléfono era para ella más importante que la ropa o la comida. Saltaba de la cama directo al auricular, a la búsqueda de la noticia del día y, tras informarse, iba como “Katrinka que se despetronca” a contarlo todo. Memorias de mi pueblo.

Era católica, y vivía informándole al cura acerca de cuáles muchachos no iban a misa. Un día los aludidos le cortaron el hilo telefónico. Casi sufrió un colapso porque sin tal aditamento no podía vivir.

Tenía una inmensa biblioteca que no leía para nada; era pura ostentación. Una tarde llegó al pueblo un letrado. Asombrado por la notable cantidad de publicaciones que inutilizaban sus anaqueles, le preguntó: “¿Tendrá algo de Tolstoi?”. La vieja contestó: “No me gustan los escritores españoles…”. Mirándola oblicuamente, el letrado sugirió: “Supongo, entonces, que tampoco tendrá a Cervantes”. “No, replicó ella, los italianos no tienen imaginación y manejan mal la ficción”. No sé si aquello influyó en la corta estancia del letrado allí.

Mi pueblo inventó premios. Uno era para el hombre más trabajador, otro para el más amistoso, un tercero para el más joven, otro para el más viejo, y así, animados todos, alguien sugirió que debía premiarse al más chismoso. Definieron en la selección a diez finalistas, pero la diferencia con la anciana era abismal. Por unanimidad todos le reconocieron merecedora absoluta de tal ostentación. La única dificultad estaba en que, el nombre del premio debía de ser enmascarado, así es que todos se pusieron a pensar: “¿cómo premiar a la más chismosa sin decirle que lo era?”. Uno pensó en entregarle el “Premio Teléfono de Oro”, pero se hacía demasiado explícito el asunto; se daría cuenta. Así fue como surgió de pronto una idea nacida del presidente organizador; este dijo, con no poca suspicacia: “Premio Cuña, eso es…, nada más apropiado, lo lleva en el apellido: un gran diploma donde se lea: ‘Acuña es una buena cuña’”. Uno preguntó: “¿Qué quiere decir eso?”. El presidente explicó: “Nada más veloz para correr que una cuña de carrera. ¿Ha visto alguien más veloz que un chismoso?”. Todos dijeron: “Ah…, qué bien, pero…, cuando pregunte por qué la premian, ¿qué le decimos?”. El grupo permaneció un rato pensando, tras lo cual fue el propio cura el que sugirió: “Le diremos que, siendo la reina de la locuacidad, nada es más apropiado como premio que una frase rimada en un pergamino fino, donde se lea: “Acuña es una buena cuña”. Todos aplaudieron la idea y le pusieron mano a la obra.

Llegó el día del evento, y con él, los premios. Tocó hacerlo al cura. Llegado el turno de la vieja, el cura, con un gran ceremonial, anunció: “El siguiente premio enuncia el reconocimiento a la más grande locuacidad conocida en nuestros entornos”, y agregó a todo pulmón, mientras exhibía el pergamino: “¡Acuña es una buena cuña!”.

Animadita, subió la vieja y tomando el gigantesco diploma que le entregaban, oronda, lo mostró al público que la vitoreaba: “¡Acuña es una buena cuña! ¡Acuña es una buena cuña!”.

Al descender y sentarse, dijo a la vieja que estaba a su lado: “El cura me sonrió picarescamente cuando me entregó el premio; está enamorado de mí. ¡Cuéntaselo a las comadres!”.

Ese domingo la anciana después de hacer sus despachos telefónicos matutinos, intuyendo el atractivo que despertaba en el cura, se emperifolló con un gran peinado y ni corta ni perezosa se fue a la reunión de la iglesia. Al verla el cura, no atinando acerca de qué decir ante aquella pieza que, a juzgar por sus colores, parecía más bien un indio que iba para la guerra, preguntó: “¿Se han fijado cuántas cosas riman con ‘osa’?: chismosa, ostentosa y pretenciosa”, y mirándola fijamente, agregó: “Algunos feligreses se han tomado muy a pecho el texto bíblico que aparece en Hechos 4: 20: ‘…porque no podemos dejar de decir lo que hemos visto y oído’”.

La viejita Acuña, contentica, les decía a todos alrededor: “¿Ven…?, las Acuñas somos bíblicas...”. 

Son las memorias de mi pueblo. Cualquier semejanza con otros pueblos es pura coincidencia (1).

 

 

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(1) Los nombres han sido cambiados.