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lunes, 18 de abril de 2022

Tengo un modo de saber quién eres

  El humor es expresión de inteligencia, pero la risa no. De hecho, la primera puede existir sin la segunda. Un apenas sonreír muestra la comprensión de un sano buen humor. Como implica elaboración de un pensamiento, no siempre explícito, supone inteligencia. La risa…, la risa es otro mundo, y no siempre es la «sal de la vida», como escribió Rubén Darío. A veces es la expresión sórdida de un mal corazón. ¿Será por eso que lo evoca el ladrido de la hiena?

Con todo hay en ella un gran valor orientador. Aquello que te hace reír dice más de ti que todos los avales del mundo.


Reír de alguien que cayó pesadamente en la calle, que pudo morir por caer; que pudo caer por morir…

Reír de alguien que lleva los zapatos sucios, trazas dejadas por caminos difíciles.

Reír del que viste harapos, inferencia de todo lo que no tiene.

Reír de alguien que usa abrigo raído, remembranza de muchos inviernos.

Reír del que no pudo escalar un elevado camión, y quedó a la orilla del camino, donde de algún modo todos  un día quedaremos.

Reír de uno que no tuvo fuerzas para mover pesadas cargas, en desdoro de pensar en el seguro día por llegar en que ninguno de nosotros podrá mover siquiera un lápiz.

Reír de alguien porque es alto, bajo, negro, blanco, amarillo, y obviar que es creación de Dios, a la par del irresponsable que ríe.


Tales cosas son como voces que hablan alto y claro de inmadureces, orgullos, desvergüenzas, sadismos, impudicias. Dice mucho de sí, la risa del que ríe.

En 1986, en la sede del Registro de Asociaciones del Ministerio de Justicia de Cuba, en Centro Habana, el Pastor Francisco Sotelo, Paco para todos, presidente nacional de las Salas Evangélicas de Cuba, intentaba obtener un permiso. Las funcionarias que le asistían revisaban los papeles escritos por otro pastor. No puedo recordar de qué se trataba; tal vez pedía permiso para respirar. Aparecían notables errores ortográficos en aquel segundo documento y, al advertirlo, ambas funcionarias estallaron en ruidosas carcajadas. Miraron al anciano Pastor. Paco no se rio. Ninguno de los que le acompañaban sintió que estaba ocurriendo algo gracioso.

Pasaron trece largos años. En julio de 1999, organizábamos la Celebración Evangélica de Arroyo Naranjo, La Habana. En reunión conjunta de todos los grupos involucrados del Estado y la Iglesia, el Responsable de Asuntos Religiosos del Partido Comunista Municipal presentó una pancarta donde aparecían los medios de aseguramiento del evento: policía, bomberos, acueducto… En uno de los renglones se leían las siglas: “M.V.E”. Levanté la mano pidiendo la palabra, y pregunté: “¿Qué es M.V.E.?”. Aquel líder del Partido me contestó: “Medios ‘vásicos’ electrógenos”. Lentamente bajé la cabeza. Se hizo, entonces, un inevitable suspenso que alguien rompió, para decirle: “‘vásico’ es con ‘b’”. Todo se vino abajo. La gente se rio todo lo que quiso. Dios me es testigo: no me reí. Solo recordé aquella lejana tarde de 1986, en el Registro de Asociaciones...

Nunca te cause risa la ignorancia humana, ni siquiera cuando el que la exhiba, como en aquella mañana, sea un burlador del evangelio. 

Cuando la ignorancia se mezcla con humildad se me despierta algo que está a medio camino entre la tristeza y la compasión, y un deseo inapagable de enseñar con tacto. Cuando la ignorancia se mezcla con orgullo —frecuente composición del medio donde vivo— me nace un silencio hondo en el alma del que solo puede sacarme el amor de mi esposa.

Tristeza, compasión, silencio… Nunca risa.

Reírse del ignorante dice mucho del que ríe.

«Porque la risa del necio es como el estrépito de los espinos debajo de la olla. Y también esto es vanidad» (Ec. 7: 6).



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