Algunas catástrofes literarias, monumentales, arquitectónicas o urbanas son recordadas con honda nostalgia. El incendio de la Biblioteca de Alejandría, la caída del Coloso de Rodas, la destrucción de Cartago o Troya, son ejemplos; perduran las tales como mutilaciones lamentables al legado de la humanidad.
De todas estas pérdidas hay una a lamentar como ninguna; es la destrucción del Templo de Salomón, en Jerusalén. Sus fastuosas paredes, regias columnas, mobiliarios de madera preciosa, todo se perdió. Con ellos desapareció el Arca del Pacto, hasta hoy.
¿Cómo pudo suceder algo así? ¿Qué afectó sobremanera la sensibilidad de Dios, que es tan paciente?, “lento para la ira y grande en misericordia” (Sal. 145: 8b). ¿Cómo Aquel que quitó la vida a ciento ochenta y cinco mil asirios a las puertas de Jerusalén (701 a.C.), protegiendo la Ciudad Santa y el Santuario, en tiempos del rey Ezequías, permitió tal asolación poco más de cien años después (586 a.C.)? Tal pregunta nos la hacemos una y otra vez, hasta que llegamos a la lectura del libro de Ezequiel, capítulo 8.
3…El Espíritu me alzó entre el cielo y la tierra, y me llevó en visiones de Dios a Jerusalén, a la entrada de la puerta de adentro que mira hacia el norte, donde estaba la habitación de la imagen del celo, la que provoca a celos.
4 Y he aquí, allí estaba la gloria del Dios de Israel, como la visión que yo había visto en el campo.
5 Y me dijo: Hijo de hombre, alza ahora tus ojos hacia el lado del norte. Y alcé mis ojos hacia el norte, y he aquí al norte, junto a la puerta del altar, aquella imagen del celo en la entrada.
6 Me dijo entonces: Hijo de hombre, ¿no ves lo que éstos hacen, las grandes abominaciones que la casa de Israel hace aquí para alejarme de mi santuario? Pero vuélvete aún, y verás abominaciones mayores.
7 Y me llevó a la entrada del atrio, y miré, y he aquí en la pared un agujero.
8 Y me dijo: Hijo de hombre, cava ahora en la pared. Y cavé en la pared, y he aquí una puerta.
9 Me dijo luego: Entra, y ve las malvadas abominaciones que éstos hacen allí.
10 Entré, pues, y miré; y he aquí toda forma de reptiles y bestias abominables, y todos los ídolos de la casa de Israel, que estaban pintados en la pared por todo alrededor.
11 Y delante de ellos estaban setenta varones de los ancianos de la casa de Israel, y Jaazanías hijo de Safán en medio de ellos, cada uno con su incensario en su mano; y subía una nube espesa de incienso.
12 Y me dijo: Hijo de hombre, ¿has visto las cosas que los ancianos de la casa de Israel hacen en tinieblas, cada uno en sus cámaras pintadas de imágenes? Porque dicen ellos: No nos ve Jehová; Jehová ha abandonado la tierra.
13 Me dijo después: Vuélvete aún, verás abominaciones mayores que hacen éstos.
14 Y me llevó a la entrada de la puerta de la casa de Jehová, que está al norte; y he aquí mujeres que estaban allí sentadas endechando a Tamuz.
15 Luego me dijo: ¿No ves, hijo de hombre? Vuélvete aún, verás abominaciones mayores que estas.
16 Y me llevó al atrio de adentro de la casa de Jehová; y he aquí junto a la entrada del templo de Jehová, entre la entrada y el altar, como veinticinco varones, sus espaldas vueltas al templo de Jehová y sus rostros hacia el oriente, y adoraban al sol, postrándose hacia el oriente.
En aquella Casa, donde estaba el Shekinah, la gloria misma de Dios, a escondidas los sacerdotes y levitas, los actores consagrados de la adoración, hacían las más obscenas invocaciones a demonios; allí, dentro del Templo.
Ellos apedrearon a los profetas que les amonestaban, cerraron sus oídos a la voz del cielo, volvieron las espaldas a Dios… Avanzaron en peligrosas tinieblas, crecieron en blasfemia y apostasía, hasta aquel día, aquel día que lamentamos hasta hoy.
Hay niveles de profanación que son muy peligrosos. A todos nos guarde Dios, porque más allá de ellos, solo quedan las palabras que dio el Señor al profeta Ezequiel: “no perdonará mi ojo, ni tendré misericordia; y gritarán a mis oídos con gran voz, y no los oiré” (Ez. 8: 18).
La invocación de demonios en Su Casa; las imágenes satánicas en el decorado de las paredes, la adoración del sol en el Templo, de espaldas al santuario; los profetas apedreados, y aquellos, sobre quienes estaba el aceite de la unción invocando a las tinieblas… Fue más de lo que el Santo de Israel pudo soportar.
Muchos nos preguntamos cómo fue posible la destrucción de Aquel Templo; muchos nos lo preguntamos, hasta que llegamos a Ezequiel 8.
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