"Por los muertos de Israel caerá Babilonia, como por Babilonia cayeron los muertos de toda la tierra". Son las palabras casi poéticas de Jeremías 51: 49. Inspirado por el Espíritu se eleva el profeta en prosa incomparable. Babilonia sembró de violencia y muerte el mundo en que floreció. Arrasó la tierra conocida, sometió a los pueblos, robó, saqueó, exigió adoración. Dios le usó como instrumento de destrucción a fin de llevar juicio a las naciones. Israel, desde la condición de su mucho pecado, no quedó exenta. La plaga que significó aquel imperio llegó a sus muros, asoló sus ciudades, destruyó su templo.
Regodeados en sus logros los babilonios se creyeron imperio sempiterno y reclamaron glorias que solo pertenecen al Dios eterno. Su rey, Nabucodonosor, sufrirá siete años de locura, "comerá hierba como los bueyes", su cuerpo se mojará con el rocío del cielo (Dn 4: 33). La nación toda, finalmente caerá. El capítulo 51 del libro de Jeremías es toda una oda a su destrucción. "Porque Israel y Judá no han enviudado de su Dios, Jehová de los ejércitos, aunque su tierra fue llena de pecado contra el Santo de Israel" (Jer. 51: 5). Al destruir a Israel, Babilonia enfrentó a Dios: "el que os toca, toca a la niña de su ojo" (Zc. 2: 8).
Israel es el eje en torno al que gira la destrucción total de Babilonia. Misterios del cielo, esta fue instrumento de castigo a la descendencia de Abraham; a la par, esta última fue la razón central de la destrucción definitiva de Babilonia.
Quedan las memorias de lo que un día fueron sus Jardines Colgantes. Sus terrazas desaparecieron hace siglos. Cúmulos de piedras derruidas anuncian lejanas remembranzas; evocan lo que un día fue la ciudad más espléndida de la tierra. De ella no queda sino la historia.
Es sobrecogedor pensar que tanta ruina vino sobre tan magno imperio por causa de aquel pueblo de quien se creyó dueño; por razón de aquellos judíos a quienes se sintió en el derecho de esclavizar; por causa de aquel Templo, cuya memoria creyó poder destruir.
"Y será Babilonia montones de ruinas, morada de chacales, espanto y burla, sin morador" (Jer. 51: 37). Eso vino a ser. Fue lo que quedó de la ciudad que un día fuera sede de la Torre de Babel, primer monumento levantado a la vanidad humana. La Unesco le confirió la condición de Patrimonio de la Humanidad en 2019. Tal vez habría sido más apropiada reconocerla como "Patrimonio de la vanidad", porque así la describió Jeremías: "Vanidad son" (Jer. 51: 18).
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