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sábado, 9 de abril de 2022

Aquel lejano pesar

No aparece en los Salmos. No está en el libro de Jeremías, ni siquiera en sus Lamentaciones, como podría esperarse. Son palabras de Isaías. Es todo un lamento querellante frente a un mundo impenitente. Están dirigidas al Padre: “¡Oh, si rompieses los cielos, y descendieras, y a tu presencia se escurriesen los montes (…)!” (Is. 64: 1).

Lejanos están aquellos días. El caos creció. Nuevos imperios se disputan naciones. Las cátedras de moralidad están ocupadas por perversos. Asistimos a los minutos finales de la historia, con sus pandemias de abortos, crímenes, divorcios; crecen los cohechos, y con ellos colapsa la justicia.

El bíblico temor a Dios es la más lejana reminiscencia. El mundo, como nunca, desafía al Rey de los cielos; al único sabio y soberano, alto e inmortal, trascendente, invisible; y esta mañana, en el corazón de cada hombre piadoso de la tierra brota como ayer aquel pesar: “¡Oh, si rompieses los cielos, y descendieras, y a tu presencia se escurriesen los montes (…)!”.



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