La tristeza es la desmemoria de Dios.
Olvidamos lo que hizo. Olvidamos lo que hará.
Se nos borra del recuerdo la cercanía del ángel.
Olvidamos, olvidamos y nos entristecemos…
El hijo de Dios ha de ser un hijo de la Palabra. Ella impone recuerdos: los profetas truenan la fuerza del Altísimo, el salmista rompe en acordes que anuncian Su fidelidad. “Traeré, pues, a la memoria los años de la diestra del Altísimo” (Sal. 77: 10b).
Recordamos, entonces recordamos, y se va lejos la tristeza, hasta que volvemos a olvidar…
Luchar contra la tristeza es luchar contra la desmemoria.
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