Hace unos meses, mientras buscaba alivio al dolor de cabeza que me produjo una conferencia de neurociencias, me puse a escuchar a la experimentada poetisa mexicana Maricruz Patiño, entrevistada por la célebre poetisa cubana, Liudmila Quincoses. La primera afirmaba, para mi sorpresa, que “la filosofía es una poesía que no lo admite” (1). Tal perspectiva me asombró por su acierto. A decir verdad, nunca oí una generalización conceptual mayor a la hora de definir una ciencia que es per se el epítome de la abstracción humana.
Abundan los conceptos de lo que es la filosofía, y con los siglos cambió mucho su definición, mientras le desmembraban, inmisericordes, sus partes, pero para la mayoría de los pensadores esta ciencia es un mundo inclusivo de leyes que tienen que ver con la esencia humana (2). A diferencia de las matemáticas, o las biologías, que tienen campos restrictivos de estudios, la filosofía extiende sus brazos para abarcar las relaciones más universales del hombre con todo lo que existe, con su propio pensamiento, con el mundo que habita, o con la sociedad de la que forma parte. Estos difuminados límites le convierten en una aventura del pensamiento en extremo compleja, pero si, a más de esto, llega a ser intimidante es, con mucho, gracias al lenguaje ininteligible que usan los filósofos. A veces, como les sucede a las provincianas comunidades chinas, llegan al límite de no entenderse entre sí. Hegel, deprime por la oscuridad que embarga a sus publicaciones.
Acerca de esto último es loable el esfuerzo que hace Bertrand Russell por transparentar esta ciencia, precioso legado de los antiguos. El sabio inglés escribió La sabiduría de Occidente (3), haciendo un encomiable voto a la sencillez. Quizá seguía, al hacerlo, algo del espíritu de José Ortega y Gasset, aquel genio de las letras al que gustaba decir que “la claridad es la cortesía del filósofo”. Nada tan refrescante como la redacción clara y dialógica del genio español (4). Sus estrategias de comunicación debían de trazar los carriles de la pedagogía contemporánea.
Pero los filósofos no aprendieron ni con Russell ni con Gasset. Desde “el problema de la cosa en sí”, al que alternan con los “nexos” y las “praxis”, lo “subjetivo” y lo “objetivo”, hasta el “existencialismo” idealista que permite afirmar que “Dios no existe” ¡sin negar por eso su existencia! (otro día se lo explico) sus caliginosas lecturas repelen al estudioso que, a fuerza de hurgar, termina agotado ante tan densa bruma.
Con justicia, más de una vez se oyó en los tiempos aquel penoso lamento: “Si hablaran con claridad los filósofos…, que bueno sería”.
Pero no pueden, nunca podrán; son poetas…
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(1) Liudmila Quincoses. Entrevista a la poeta Maricruz Patiño en Escribanía Dollz. https://youtu.be/H7LROz7GpIQ Publicado y accedido: 29 de julio de 2021.
(2) Filosofía&Co. “Kant: la filosofía lo es todo”. 28 de agosto de agosto, 2019. https://www.filco.es/kant-filosofia-es-todo/ Accedido: 5 de enero de 2021, 8:25 p.m.
(3) Bertrand Russell. La sabiduría de Occidente. Madrid: Gráficas Color, 1962.
(4) Fernando Rodríguez LaFuente. El País/ Cultura. “La cortesía del filósofo”. 15 de noviembre de 2000. 9: 49 h.
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