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miércoles, 18 de diciembre de 2019

¡Brilla!

La he leído atribuida a Esopo, el sabio griego del siglo VI, que fundamentaba su arte de enseñar en el uso de la fábula. Trataba sobre aquel día en que una obstinada serpiente perseguía a una pobre y asombrada luciérnaga que, desconcertada por la extraña experiencia, no atinó sino a preguntarle:
—¿Por qué me persigues? ¿Soy parte de tu cadena alimenticia?
—No —le contestó la serpiente con frío cinismo.
¿Te hice algo malo? —preguntó la sorprendida luciérnaga.
—No —volvió a decir la serpiente.
—Si no soy alimento para ti, ni te hice algo malo…, ¡¿por qué me persigues?!— preguntó la luciérnaga, ya fuera de sí.
La serpiente, nadando en un mar de ira, le contestó:
—¡Odio que brilles! 
La fábula se explica sola. Es poco lo que se puede agregar, porque su final es sacudidor, y todo el mundo entiende a qué se refiere. A veces las hostilidades que vienen de la gente que te rodea no están vinculadas con errores, desdoros o resentimientos; compartes la culpa de la luciérnaga: brillas.
Parece exagerado afirmarlo, pero todas las guerras tuvieron ese móvil: el de una nación buscando apagar el brillo de otra. El martirologio cristiano pasado, no fue otra cosa que eso; sea la decapitación de Juan el Bautista, la lapidación de Esteban, o la muerte a espada de Santiago, todo estuvo en función de un mismo objetivo: apagar el brillo, que en unos fue el testimonio, y en otros la profecía. ¿Cree que lo lograron? “Por la fe Abel ofreció a Dios más excelente sacrificio que Caín, por lo cual alcanzó testimonio de que era justo, dando Dios testimonio de sus ofrendas; y muerto, aún habla por ella” (He. 11:4).
A veces el brillo estuvo en las obras:

Pero cuando los siervos de Isaac cavaron en el valle, y hallaron allí un pozo de aguas vivas, los pastores de Gerar riñeron con los pastores de Isaac, diciendo: ‘El agua es nuestra’. Por eso llamó el nombre del pozo Esek, porque habían altercado con él. Y abrieron otro pozo, y también riñeron sobre él; y llamó su nombre Sitna. Y se apartó de allí, y abrió otro pozo, y no riñeron sobre él; y llamó su nombre Rehobot, y dijo: ‘Porque ahora Jehová nos ha prosperado, y fructificaremos en la tierra’ (Gn. 26: 19-22).

Bien por Isaac y sus pastores; nos enseñan hoy que el brillo a veces tiene un costo: el de abrir un nuevo pozo.
Pozos que te cierran incompetentes que no supieron abrirlos, rayos que encienden tus bosques, plagas de langostas que minan los reverdecidos campos de trigo que sembraste, críticas, escarnecimientos, pútridas detracciones, ataques a tus libros o artículos, de ineptos que se erigen como maestros, y no son capaces de escribir un párrafo; tales son los precios que paga aquel que brilla.
Por dolorosa que sea la experiencia nunca lo podrás evitar: brillarás; es tu naturaleza. La fusión de llamamiento, investidura ministerial y gracia del cielo no se puede esconder y produce un efecto en ti: brillas, con un brillo que, por más que trates, no puedes ocultar. No lo pudo Jesús; en Tiro y en Sidón luchó por pasar inadvertido: “…y entrando en una casa, no quiso que nadie lo supiese; pero no pudo esconderse” (Mr. 7:24 b, c). Él era el más refulgente brillo del cielo.
Nada te importen los fuegos fatuos de los que buscan encender con destrucción el camino por donde andas. Ten en nada las lenguas de áspides que nunca se moverán para fortalecerte o estabilizarte. Levanta tus ojos, ciñe tus lomos, camina adelante, y desde aquí recibe la voz del cielo que te ordena hoy: ¡brilla!

Nunca esperes el momento de una gran acción,
ni que pueda lejos ir tu luz;
tus pequeños actos pueden ser de bendición,
brilla en el sitio donde estés.

Brilla en el sitio donde estés,
brilla en el sitio donde estés.
Puedes con tu luz algún perdido rescatar,
brilla en el sitio donde estés.1


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Himnología cristiana. “Brilla en el sitio donde estés”. Letra: Ina Duley Ogdon. Vers. esp: Vicente Mendoza. Música: Charles H. Gabriel.


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