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sábado, 1 de agosto de 2020

Viva como si cayera

¿Es posible caer del estado de gracia luego de haber experimentado un cristiano el nuevo nacimiento? ¿Puede perderse el alma de alguien que un día se convirtió? La respuesta a esta pregunta abre una discusión de siglos. De un lado los calvinistas, con hondas raíces en Agustín de Hipona, atienden al peso de palabras como las de Juan 10: 27-29: “Mis ovejas oyen mi voz, y yo las conozco, y me siguen, y yo les doy vida eterna; y no perecerán jamás, ni nadie las arrebatará de mi mano. Mi Padre que me las dio, es mayor que todos, y nadie las puede arrebatar de la mano de mi Padre”. Desde el otro lado los arminianos pesan como definitivas e incontrastables las palabras de Hebreos 6: 4-6: “Porque es imposible que los que una vez fueron iluminados y gustaron del don celestial, y fueron hechos partícipes del Espíritu Santo, y asimismo gustaron de la buena palabra de Dios y los poderes del siglo venidero, y recayeron, sean otra vez renovados para arrepentimiento, crucificando de nuevo para sí mismos al Hijo de Dios y exponiéndole a vituperio”.
El enfoque de tan importante asunto se mueve en un perenne pendular teológico. Presbiterianos, bautistas y nazarenos creen que la gracia no cae. El pentecostalismo clásico afirma su posible caída. Como estudiante bíblico escuché por años a defensores de una u otra posición, y tal vez, el acercamiento más conciliador al tema lo escuché en boca de aquel anciano que se llamó Francisco Sotelo, presidente de las Salas Evangélicas de El Vedado habanero entre las décadas de 1980 y 1990. Nunca supe si citaba a alguien, lo cierto es que me impresionó gratamente oírle decir, al pesar ambas posiciones: “Crea que la gracia no cae, pero viva como si cayera”.


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