Translate

viernes, 22 de enero de 2021

Un año

En el siglo VI AC, el rey babilónico Nabucodonosor tuvo un sueño. Así lo relata Daniel 4: 10-17:

 

Me parecía ver en medio de la tierra un árbol, cuya altura era grande. Crecía este árbol, y se hacía fuerte, y su copa llegaba hasta el cielo, y se le alcanzaba a ver desde todos los confines de la tierra. Su follaje era hermoso y su fruto abundante, y había en él alimento para todos. Debajo de él se ponían a la sombra las bestias del campo, y en sus ramas hacían morada las aves del cielo, y se mantenía de él toda carne. Vi en las visiones de mi cabeza mientras estaba en mi cama, que he aquí un vigilante y santo descendía del cielo. Y clamaba fuertemente y decía así: Derribad el árbol, y cortad sus ramas, quitadle el follaje, y dispersad su fruto; váyanse las bestias que están debajo de él, y las aves de sus ramas. Mas la cepa de sus raíces dejaréis en la tierra, con atadura de hierro y de bronce entre la hierba del campo; sea mojado con el rocío del cielo, y con las bestias sea su parte entre la hierba de la tierra. Su corazón de hombre sea cambiado, y le sea dado corazón de bestia, y pasen sobre él siete tiempos. La sentencia es por decreto de los vigilantes, y por dicho de los santos la resolución, para que conozcan los vivientes que el Altísimo gobierna el reino de los hombres, y que a quien él quiere lo da, y constituye sobre él al más bajo de los hombres. 

 

Fueron convocados los sabios del reino, y ninguno logró la interpretación. Una vez más el profeta Daniel es la fuente por la que llega la revelación del significado. El profeta dice al rey:

 

…Esta es la interpretación, oh rey, y la sentencia del Altísimo, que ha venido sobre mi señor el rey: que te echarán de entre los hombres, y con las bestias del campo será tu morada, y con hierba del campo te apacentarán como a los bueyes, y con el rocío del cielo serás bañado; y siete tiempos pasarán sobre ti, hasta que conozcas que el Altísimo tiene dominio en el reino de los hombres, y que lo da a quien él quiere. Y en cuanto a la orden de dejar en la tierra la cepa de las raíces del mismo árbol, significa que tu reino te quedará firme, luego que reconozcas que el cielo gobierna. Por tanto, oh rey, acepta mi consejo: tus pecados redime con justicia, y tus iniquidades haciendo misericordias para con los oprimidos, pues tal vez será eso una prolongación de tu tranquilidad (Dn. 4: 24-27).

 

Nada pareció ocurrir de inmediato. Todo siguió igual. Al cabo de un año, olvidado todo el asunto, mientras paseaba el rey en el palacio, dijo con no poca vanagloria: “¿No es esta la gran Babilonia que yo edifiqué para casa real con la fuerza de mi poder, y para gloria de mi majestad?” (Dn. 4: 30). Aún estaba la palabra en su boca cuando vino sobre él toda la locura que le había sido anunciada. 

Un año.

 

Librado Hernández dormía. Tenía lugar un evento nacional y el sótano de la Iglesia central de las Asambleas de Dios en La Habana estaba atestado de personas. Todos descansaban después de un día agitado. Corrían las horas de la madrugada, cuando, rompiéndose el quieto silencio del sueño, Librado oyó una estruendosa voz que dijo: “V.G. ha muerto”. Saltó aquel anciano de la cama, asustadísimo por la sacudida de aquel trueno que, a su juicio, debía de haber oído el mundo entero. Salió tropeloso de su pequeño rincón, y al llegar donde dormían los demás, nada… Todos descansaban tranquilos. Solo él había oído aquella voz.

V. G. siguió haciendo su trabajo. Un año después, sentado a la mesa, mientras almorzaba, cerró los ojos para orar. Nunca más los abrió. Murió.

Un año.

 

Traté de llevar almas al estadio y H. arremetió contra tal propósito e hizo lo imposible para destruirme. Si en sus manos hubiese estado me hubiera quitado la vida. Nunca me sentí tan odiado por alguien. Oré para que aquel desalmado no fuera ratificado en sus funciones, y estaba sobre mis rodillas cuando oí a Dios. Me dijo: “Abre mi Palabra; te voy a hablar”. Tenía muy cerca mi gruesa Biblia. Se abrió en Isaías 10: 33: “He aquí el Señor, Jehová de los ejércitos, desgajará el ramaje con violencia, y los árboles de gran altura serán cortados, y los altos serán humillados”. Aquel ser fue ratificado. Todo pareció seguir igual. A poco más de un año, mientras le hablaba de “amor” a un auditorio, cayó fulminado por un infarto cerebral. Todo terminó para él. Cuesta abajo, murió poco después.

Un año.

 

 Hice un fuerte trabajo que benefició a R., y él descontó injustamente dinero de mi pequeña paga. Le pedí algo más para comida, porque no tenía. Me dijo que no. Su cuenta bancaria disponía de cien mil dólares, sin hipotecas ni deudas. En aquella reunión que tuvimos me negó un pedazo de pan. Llevé mi causa al Juez de los cielos. Pareció por semanas no ocurrir nada. Pocos meses después estalló la pandemia de COVID-19; él enfermó, y al año, justamente el mismo día en que se cumplía un año de aquella reunión, murió…  

Un año.

Un año.



No hay comentarios:

Publicar un comentario

Su comentario a este artículo se recibe con respeto y gratitud.