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lunes, 25 de enero de 2021

Es la lucha para que no sonrías

Así lo explicó el apóstol Pablo a los cristianos de Éfeso, la conocida ciudad de Asia Menor, a la hermosa vista del mar Egeo: “Porque no tenemos lucha contra sangre y carne, sino contra principados, contra potestades, contra los gobernadores de las tinieblas de este siglo, contra huestes espirituales de maldad en las regiones celestes” (Ef. 6: 12). 

¿Para qué esta lucha? ¿Qué persiguen esas espantosas formaciones espirituales de las tinieblas que se organizan en tales grupos en tanto les llegue la hora de la vergüenza eterna? ¿Cuál es el propósito?

Numerosas respuestas se proponen; algunas son inmediatas y correctas; otras son más sutiles. Ellos odian, primero que todo, la salvación eterna de los hombres; luchan contra ella. No la tienen para sí; ya fueron juzgados y a todos les espera la horrenda ejecución de una sentencia que ya fue dictada. Así dijo Jesús: “…el príncipe de este mundo ha sido ya juzgado” (Jn. 16: 11b).

¿Qué más buscan, además de tronchar el camino de la salvación a cada persona? Ellos odian la gloria de Dios, y viven para la suya propia. En el más caído de los hombres hay una imagen de esa gloria; es la primigenia Imago Dei. La odian como odian a Dios. La lucha tiene que ver con destruirla; es convertir la dignidad de ese ser que un día fue puesto en el Edén, en la imagen de un drogado mendigante, echado sin remedio visible, al borde del camino.

¿Hay algo más? ¿Quedan propósitos adicionales a la lucha de esos fracasados, vencidos y condenados seres? Ayer, mi esposa evocaba una. La de ellos es finalmente, la lucha para que no sonrías… Odian el momento en que estás feliz. Repudian la hora en que, rodeado de familia, sonríes a los niños. Odian el minuto en que el amigo te arranca una súbita alegría de alma.

A veces el propósito será que te pierdas; otras tantas que te menosprecies cuesta abajo, sintiéndote nada. Pero si estás anclado a la salvación eterna, y tienes una visión clara de tu dignidad en Cristo, y de las riquezas de la gloria de Su herencia, entonces la batalla no será otra cosa sino la lucha para que no sonrías…

Fracasen, y nunca lleguen a lograrlo. Termines tu vida con una sonrisa. Así te bendigo.

 

“Por lo cual estoy seguro de que ni la muerte, ni la vida, ni ángeles, ni principados, ni potestades, ni lo presente, ni lo por venir, ni lo alto, ni lo profundo, ni ninguna otra cosa creada nos podrá separar del amor de Dios, que es en Cristo Jesús Señor nuestro” (Ro. 8: 38b, 39).




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