No es «el siglo de las siglas», como muchos dicen; es «el siglo de las etiquetas». Todo ha sido rotulado. Discursos enteros se resumen con una palabra. Esa palabra es la «etiqueta».
Pronto las cosas llegaron al colmo: como hacía falta una etiqueta para las etiquetas inventaron una: hashtag. Así, bien rara, de modo que, ni las etiquetas se libraron de ser etiquetadas.
Con sus abrazadores códigos estas han penetrado todos los ámbitos de la comunicación humana, de modo que ha sido necesario clasificarlas.
Hay etiquetas mundiales
No puede desconocerse la globalización de las etiquetas. Un grupo de ellas se usa ya en todas las latitudes. Lo forman palabras como:
Homofóbico
Sionista
Racista
Machista
Izquierdista
Derechista
Premio Nobel de…
Hay etiquetas nacionales
En mi amada Cuba se clasifican en tres:
Etiquetas deportivas. En eso los cubanos son campeones, y han llenado de etiquetas todo el «verde caimán». Desde la pelota hasta la vida política, todo se mueve entre etiquetas. Un pelotero que se ponche más de una vez, es un «croquetero». Nunca entendí bien la misteriosa relación entre «no batear» y la «croqueta», pero esa etiqueta perdura en los anales del deporte rey cubano.
Etiquetas religiosas. Llevan en uso más de medio siglo, y han llegado a serme graciosas porque, generalmente, las advierto en dosis doble en aquellos que las usan. Estas son: “Proselitista” / “Fanático” / “Religioso”. Se explican solas.
Etiquetas políticas. Estas parece que llegaron para quedarse. Los políticos de un lado y del otro se insultan, y para lograr eso nada como una etiqueta. Estas han sido cuidadosamente elaboradas. Cada país registra las suyas, pero Cuba las tiene muy propias; el de izquierda le grita al de derecha: “¡gusanooooo…!”. El de derecha le grita al de izquierda: “¡chivatooooón!”. Qué horror…
He visto el mismo día a una persona cambiar pendularmente de una etiqueta a la otra. Sí, porque cuando usted valora como negativa la conducta del director de la fábrica de barquillos de helado, le cuelgan de inmediato una etiqueta de «gusano». Vaya cosa. En dirección inversa, si se le ocurre hacer un merecido elogio a un logro alcanzado por la fábrica de botellas, inmediatamente alguien le etiqueta, ya le dije de qué. ¿Cuándo llegará el día en que los «etiquetados» de mi país se sienten a hablar como seres racionales? ¿Cuándo las partes exasperadas dejarán de dividir el mundo en “nosotros y los demás equivocados”? Propongo colocar una estatua del pensador de Rodin en cada esquina de La Habana. ¿Cree que capten el mensaje?
Las etiquetas muy lejos están de ser una exclusividad cubana. Venezuela tiene las suyas propias, ¡y como las defienden! En 2016 predicaba en Coro, Estado Falcón, y hablando de la condición anterior del hombre sin Cristo, dije a un nutrido auditorio (a todo pulmón): “¡Recuerde cuando estaba en el mundo, escuálido y andrajoso!”. Faltó poco para que me bajaran del púlpito. Es que allá “escuálido” es una etiqueta; significa “opositor al gobierno”, al actual, quiero decir. La oposición parece que abundaba por allí. “Escuálido”, vaya cosa…
Miguel de Cervantes tendría hoy que reescribir el Quijote. Este último aparecería diciéndole a su escudero: “Sancho, debemos conseguir un diccionario moderno de etiquetas…”.
Hay etiquetas personales
No faltan quiénes tienen las suyas propias. Son como herramientas de trabajo oral, y algunas hacen historia. Blanquita era mi enfermera preferida en cierta institución de salud donde trabajé. Incomparable como profesional, siempre fue la primera en llegar. Era más negra que un eclipse solar. Medía seis pies, cinco pulgadas, y pesaba trescientas cincuenta libras con seis onzas. Era un ser humano maravilloso. Tenía la encantadora costumbre de darle un beso a todas las compañeras y compañeros de trabajo, cada mañana. A veces yo me escondía, pero qué va…, nadie escapaba. Ella tenía los labios bien gruesos, yo diría que exageradamente gruesos, nunca vi algo igual; entonces, cuando más concentrado estaba, leyendo, por ejemplo, una historia clínica, veía que, de pronto, me venían aquellos labios para arriba… ¡lograba asustarme! Es que sentía como si fuera a ser deglutido... Bueno, nadie escapaba. Lo llamativo en ella, que me la trae a la memoria, es que tenía una etiqueta muy propia. Cuando alguien le irritaba, ella le gritaba: «¡Neoliberaaaaaaal!». Era la etiqueta que colocaba sobre todos los artífices de lo mal hecho, no importaba de qué se tratara. Para ella una persona incorrecta era una persona «neoliberal». Debo decir que fue la primera persona a la que escuché tal término. Aún no se pronunciaba la palabra en los noticieros y medios, de modo que Blanquita puede considerarse una pionera mundial en la lucha contra el neoliberalismo.
En confesa expresión de ignorancia terminé por ir al diccionario. Allí leí: “Neoliberalismo: «prioridad de la libre empresa sobre el Estado», una especie de «hacer negocio sin que me controlen», algo así. Enterado del asunto, al otro día, en la guardia, en un momento despejado, le pregunté: Blanca, cuando le dices “neoliberal” a alguien, ¿a qué deformidad del carácter estás haciendo alusión?”. Se concentró, e inspirando, como un filósofo en los pródromos de una disertación, me dijo: “Un ‘imperfecto’ es un neoliberal”. Aquella académica explicación, digna de ser escuchada por Ortega y Gasset, fue súbitamente interrumpida por la llegada del mensajero. Traía las pizzas de la guardia. Dejó sobre la mesa la bandeja cubierta y, al examinarla, Blanquita notó que faltaba una, así es que, ni corta ni perezosa, se asomó por la ventana y le gritó al mensajero, que ya se alejaba: “¡Falta unaaaaaa! ¡Echa’ pa’ cá…! ¡Neoliberaaaaaaaaal!”.
Nunca etiquete a un ser humano
Sorprendí una tarde a una funcionaria de la capitalina Biblioteca Nacional “José Martí”, leyendo un libro de astrología. “¿Cree en horóscopos?”, le pregunté, y aquella bibliotecaria que, por su ancianidad, emulaba con Isabel II, me contestó: “El hombre es mucho más que lo que de él puedan decir las estrellas”. Me arrancó un “Wow!” del alma.
Por la grandeza de un ser humano, aun del más mediocre, la sola intención de etiquetarle denuncia la tenencia de una visión muy simplista de la vida, tanto más si lo que se pretende es colocar una etiqueta única. El hombre per se, en su biología, es la estructura más compleja y enigmática del universo. El número de neuronas de su cerebro es superior al de todas las estrellas de la galaxia (1). No se trata de una maquinaria de partes engrasadas, el hombre es una armonía inextricable de funciones que le expanden irrevocablemente hasta la condición de «tutor de la naturaleza», y esto no dependió de su tecnología, sino de su dignidad e inteligencia. Los Dorobos de Kenia cazan sin armas de fuego; ahí están, on line, las grabaciones; ellos caminan temerariamente hacia la manada de leones que, desconcertados por aquellos bípedos resueltos, se apartan de la presa, y se someten al despojo. Los Dorobos tienen algo que enseñarnos: en los humanos hay una dignidad que no se perdió totalmente en el Edén; es la Imago Dei (Imagen de Dios). Ese ser humano que trataste de etiquetar, la tiene.
En otro orden de cosas, condensar a alguien en una sola palabra, es un reduccionismo que desconoce cuán compleja e inestable es la conducta; las personas no son hechos, sino procesos. Están en constante cambio y redimensionamiento. A ese amigo que hace veinte años no ves, debes, en el minuto del reencuentro, volver a conocerlo, porque muchas cosas cambiaron, ya no es el mismo.
Finalmente, las etiquetas suelen cumplir el oscuro propósito de «denigrar con poco esfuerzo». Son canales para insultar, en esa hora en que se agota la razón. Ayer, 3 de enero de 2021, el presidente de Argentina, Alberto Fernández, llamaba «hipócritas» a los que se oponen al aborto. Nada como una etiqueta para descalificar públicamente al que piensa diferente, y salir rápido de él; solo que, en ese caso, no se trataba de un individuo, sino de un inmenso grupo próvida, pleomórfico y valiente.
Gritar etiquetas es el recurso de los histéricos. Desmond Tutu, clérigo anglicano de Sudáfrica, Premio Nobel de la Paz, en 1984, contaba que su padre solía decir: “No levantes la voz, mejora tu argumento…” (2).
El único hashtag que está en armonía con la dignidad de cada persona, no importa de qué lado de los espectros se encuentre, es la de «ser humano». Esa es la única etiqueta coherente. Aspiro a que un día los hijos de mi pueblo así lo entiendan. Es mi oración.
Cuando veo tus cielos, obra de tus dedos,
La luna y las estrellas que tú formaste,
Digo: ¿Qué es el hombre, para que tengas de él memoria,
Y el hijo del hombre, para que lo visites?
Le has hecho poco menor que los ángeles,
Y lo coronaste de gloria y de honra.
Le hiciste señorear sobre las obras de tus manos;
Todo lo pusiste debajo de sus pies:
Ovejas y bueyes, todo ello,
Y asimismo las bestias del campo,
Las aves de los cielos y los peces del mar;
Todo cuanto pasa por los senderos del mar.
¡Oh Jehová, Señor nuestro,
Cuán grande es tu nombre en toda la tierra!
Salmo 8: 3-9.
__________
(1) Irene Hernández Velasco. "El cerebro es la estructura más compleja y enigmática en el universo. Contiene más neuronas que las estrellas existentes en la galaxia". BBC News Mundo. https://www.bbc.com/mundo/noticias-54719567 Accedido: 30 de octubre de 2020, 5: 17 PM.
(2) Patricia Cabrera Sena. “Explícate mejor”. Blog de Suconsulta.com. https://www.suconsulta.com/Explicate-mejor Consultado: 3 de enero de 2020, 7: 50 PM.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Su comentario a este artículo se recibe con respeto y gratitud.