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domingo, 10 de enero de 2021

La tarde en que descubres que no le importas a nadie

De ilusión en ilusión, de decepción en decepción, así caminamos por la vida, hasta que despertamos una tarde y nos damos cuenta de que no le importamos a nadie. Es una cruda y dolorosa verdad que tiene, sin embargo, un doble valor: el de dejar de ilusionarnos y el de purificar en lo adelante nuestras motivaciones.

L.Z.U., secretario ideológico del Partido Comunista de Cuba en Arroyo Naranjo, era mi peor enemigo; odiaba la fe, y trataba con desprecio a los pastores. Cuando mi madre murió, en 2003, él lo supo en minutos. Los organismos de inteligencia se lo notificaron; haber presidido la Celebración Evangélica Cubana allí, me definía como «pastor referente y vigilado». Por días esperé su llamada. Nunca llegó…

Cuando murió su madre, en 2006, dudé acerca de qué hacer. Pensé largo rato. Finalmente, le escribí respetuosa carta de pésame, y dos días después fui a su casa a fortalecerlo con algo en una bolsa para que pudiera comer. Ojalá y haya aprendido algo. Maestro tuvo.

Con todo, podía esperarse cualquier atrocidad de ese oscuro ser, pero no debía reproducirse la experiencia con mis cercanos hermanos en la fe. Ellos estaban sentados en sus lujosas oficinas del edificio central que ayudé a construir con mi planta eléctrica, a escasos cien metros de mi importante sede pastoral. Por días esperé sus llamadas. Por días esperé sus visitas. Nunca llegaron…

En diciembre de 2012, murió la esposa del líder principal, H.H.W. Pasé largo rato pensando qué hacer; inacabables minutos con Dios se descolgaron en el tiempo. Finalmente, me levanté del escritorio y fui donde él. Al lado del cuerpo inerte de su esposa, allí le encontramos mi esposa y yo. Ojalá y haya aprendido algo…

Esos que creen que la autoridad como maestro bíblico la da el Instituto del que egresa, desconocen que las más aleccionadoras enseñanzas no las impartes en los confinados límites de un aula: ser maestro es un proceso de vida; esas horas en que te conviertes en la lección que enseñas, esas son las que determinan el ministerio; esas son las clases que Dios aprueba.

Dichosa la tarde en que descubres que no le importas a nadie. Oro por ti para que esa hora te llegue, porque solo en ella ponderas con nobleza el valor de tu familia y de los escasos amigos que permanecen, cuando otros se van.

No es tan aciaga la tarde en que descubres que no le importas a nadie. Ese día dejan de ser humanas tus motivaciones, y se forja en tu testimonio el oro aquel que se probará con fuego en el Tribunal de Cristo, en la hora suprema en que será revelado «lo oculto de las tinieblas», y serán manifestadas «las intenciones de los corazones» (I Co. 4: 5).

Bienaventurados los que descubren que no le importan a nadie. Solo ellos pueden amar con limpieza.




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