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sábado, 23 de enero de 2021

La tarde en que el general Gómez dejó de fumar

Áspero, como la corteza del árbol viejo; seco, como la arena del desierto inhóspito; ríspido y cortante, émulo del arrecife menos amigable, así era el general Máximo Gómez Báez. Frustrados los anhelos independentistas del Ejército Libertador Cubano, a cuya cabeza había estado, se refugió, terco y huraño, en su cercano terruño, la cálida República Dominicana.

Allí estaba el renombrado jefe militar en aquel día de 1889, en que salió a buscar comida para su familia. De la gestión hecha le quedó un único peso que programó usar en la compra de cigarros, único lujo que se daba. Avanzaba por la calle, rumiando sus muchas amarguras, cuando advirtió que, por la misma acera, venía de frente su viejo compañero de armas, el general Serafín Sánchez Valdivia. Se transparentaba en este último toda la expresión de la pobreza. El líder militar espirituano había perdido su trabajo. Compartía para entonces un reducido cuarto con el benemérito general cubano Francisco Carrillo. Ambos se turnaban en el uso del único par de zapatos que tenían, para ir a comer. Era el turno del general Sánchez y venía por la calle con su camisa raída, sus pantalones gastados, sus zapatos prestados…, así le vio Gómez; casi en la indigencia, un hombre como aquel…

El cuadro impuso un súbito e inesperado cambio de planes para el brusco general dominicano: tomó del brazo a Serafín Sánchez y se lo llevó a una tienda de ropas; allí le compró un saco, de poca calidad, pero nuevo.

Los que conocieron al viejo jefe mambí aseguran que nunca más fumó (1).

 

Avanza la vida sin que tengamos consciencia clara de los cambios que nos esperan. La enfermedad de un amigo, la apertura de un campo misionero, el nacimiento de un hijo, la experiencia nunca deseada del destierro… Por un camino o por otro, somos sorprendidos por impactos que llevan a giros que nunca quisimos tener.

En el otoño de 2016, mi esposa fue despertada por una voz que le dijo al amanecer: “Yo tuerzo el camino”. Pocas semanas después las mismas palabras llegaron a través del ministerio profético de una importante dama. Venían cambios rotundos. Nunca pude prever cuán grandes serían.

Nadie escapa ileso flotando en un mar de quietud. La vida está llena de cambios y los entresijos del destino marcan en nosotros momentos de decisiones, tras los cuales no volvemos a ser nunca más los mismos. Fue el choque de Saúl con el profeta Samuel: “…y serás mudado en otro hombre” (I Sa. 10: 6). Fue el encuentro del eunuco etíope con Felipe (Hch. 8: 27), y el de Pablo con aquel rompimiento del sol desde donde oyó una Voz que le cambió para siempre (Hch. 9).

Los momentos que empujan cambios son programados por Dios.  No los puedes evitar; vienen del cielo.

“Mira la obra de Dios; porque ¿quién podrá enderezar lo que él torció?” (Ec. 7: 13).

 

 

 

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(1) Ver fuentes en: Carlos Rafael Diéguez. “José Martí: “No se pueden hacer grandes cosas sin grandes amigos”. http://www.radiocubana.cu/infografias-del-portal-de-la-radio-cubana/19-articulos-especializados-sobre-la-radio/periodismo/331-jose-marti-no-se-pueden-hacer-grandes-cosas-sin-grandes-amigos Accedido: 24 de enero de 2021, 6; 15 PM.




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