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martes, 26 de enero de 2021

Cuando sea presidente de los Estados Unidos

Entre mis fantasías hay una: la de promover la premiación pública de todo el que cumpla setenta años. Cada comunidad debía de hacerlo. Es un triunfo que a veces me pregunto cómo pudo ser alcanzado. Cómo es posible llegar a tal edad sin haber perdido la razón; créame, que me lo he preguntado mil veces.

"Los días de nuestra edad son setenta años", así escribe la pluma inspirada del salmista (90: 10a). ¿Ha pensado en todo lo que vio alguien que llegó hasta allí? Para entonces penden en la memoria miles de escenas de la peor violencia; accidentes penosos, humillaciones, riñas, traiciones, robos. Completar la séptima década de la vida es ver por años a las personas maltratándose entre sí, a los animales comiéndose unos a los otros, es haber leído en los noticieros, cada día, los peores reportes; haber andado la más fatigosa jornada, de decepción en decepción. Tiene razón el tal anciano para no creer ya en nadie. ¿De dónde sacó fuerzas para seguir? Cuántas veces vio cerrarse la tumba de sus seres más queridos, esos que le dejaron para no volver nunca más.

Cuando sea presidente de los Estados Unidos la primera orden ejecutiva que voy a firmar es para que, en todas las comunidades, se coloque una medalla en el pecho a cada anciano el día que cumpla los setenta años. Será un evento público y televisado. Asistirán las cadenas locales; los medios de la prensa plana y digital lo reportarán. El alcalde tendrá la palabra, y la figura más venerable del pueblo colocará en el pecho de ese que llegó a tan cimera edad una medalla grande y dorada, donde se lea en inglés, español y francés: “El milagro tuvo lugar: por la gracia y el amor de Dios llegué. Nunca perdí la razón”.




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