Amistad y amor, son las dos palabras más viciadas de la lengua española. Describen relaciones humanas que, las más de las veces, no existen ni en sombras. Usos y abusos de la lengua, hay un libro que se llama así; existe como reseña del Diccionario panhispánico de dudas (1). Amigo..., ¿por qué te llamará así alguien a quien no importas? ¿Cuántas veces decimos amar a Dios sin que en nosotros esté el más mínimo asomo de gratitud, siquiera por la vida que nos dio? Palabras viciadas, no más.
Suele decirse que un “hombre de pocos amigos” es una persona de “carácter difícil”. Creo que, sin importar la inteligencia social que disfrutemos, todos sufrimos la suerte de una calamitosa carestía de amigos en el sentido estricto de la palabra. Le suena apurada la idea, ¿verdad? Pongámonos entonces de acuerdo: ¿qué es un amigo?
La tal pregunta todos nos las hicimos un día. Me ayudó a entender un poco el asunto un pastor cubano al que presté un gran servicio. A poco de aquello, hube de responder a una invitación que me hizo a su iglesia, y al advertirme sentado entre la gente, él dijo: “Aquí está hoy, con nosotros, mi amigo Octavio”. Me sentí raro, porque apenas lo conocía. Tal vez lo advirtió, porque dijo entonces, sentenciosamente y mirándome con no poca nobleza: “Amigo es quien como amigo se comporta”.
Cómo olvidarlo. En estos paréntesis casuales de la vida se aprenden muchas cosas. Aquella fue una. La amistad, como el amor, no deben definirse con palabras; ellas se dan a ver en la conducta.
He llamado «amigo» a mucha gente que nunca lo fue, tal vez porque crecemos con la ilusión de que es posible abundar en esta clase de personas, dignas de ser llamadas así. De niño recuerdo que se escuchaba a ratos por las radios del país al cantor cubano José Valladares con su frecuente tonada en que repetía: “Yo quiero tener un millón de amigos”. Debe ser hermosa la vida de alguien que alcance una riqueza así. Utopías para ser cantadas a la par que se sueña con “un mundo mejor”. Dichosos los que tuvieron al menos uno. Felices los que pudieron correr por las calles, como aquel Juan Cristóbal de la novela de Romain Rolland, gritando: “¡Yo tengo un amigo!”.
El sabio rey Salomón nos enseñó que la amistad es la forma de un amor inapagable. Él escribió: “En todo tiempo ama el amigo, y es como un hermano en tiempo de angustia” (Prov. 17: 17). Por eso son tan dichosas las personas que tienen un amigo, al menos uno.
Para saber quiénes lo son, solo necesitas un poco de observación. Míralos moverse en el ir y venir de la vida. A veces no es suficiente y acuden entonces en ayuda las privaciones. Las caídas y los fracasos son formidables aliados que ayudan a entender quiénes de esos aduladores que te llamaban y rodeaban eran verdaderos amigos. Por eso alguien dijo una vez: “Solo los pobres tienen amigos”.
Hace algún tiempo veía y escuchaba un video antiguo de Donald Trump. Era joven para entonces; lejano estaban los años en que sería presidente de los Estados Unidos; con no poco laconismo confesaba a su entrevistador: “Quisiera un día perderlo todo, para ver quiénes se quedan”. Se refería a los amigos. Petición contestada. Ha tenido ocasión de saberlo.
Bienaventurados los que, al llamar a alguien «amigo», lo hicieron con justicia.
__________
(1) Ángel Alonso-Cortés Manteca. Usos y abusos de la lengua española. Localización: Revista de libros, ISSN 1137-2249, Nº. 115-116, 2006, págs. 31-32. Es reseña de: Diccionario panhispánico de dudas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Su comentario a este artículo se recibe con respeto y gratitud.