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domingo, 31 de enero de 2021

Algunos confunden la Biblia con el menú de un restaurant

Usted entra y le entregan una carta de varias páginas, a veces con fotografías. Contiene todo lo que brindan. Suelen clasificar la oferta: entrantes, menú del día, carnes, pastas, bebidas, postres… La tarea es sencilla: usted elige lo que quiere, pero aun lo que eligió lo puede modificar; no más llame a la dependiente, y pregúntele: “¿Podría cambiar la guarnición de arroz moro por arroz blanco?”. La muchacha, que anda detrás de la mejor propina, le dirá: “Of course, Sr.”, y le hará sentir cómodo con una amable sonrisa. Asunto concluido. Ya sirvieron la coca cola, pero te arrepentiste, viste en visión un té frío. No hay problema. Usted elige lo que quiere. Así funciona el restaurante.

Para muchos la Biblia es así, un lugar dónde buscar solo lo que nos gusta. Elegimos en ella los textos y pensamientos de nuestra preferencia. Lo demás, no tiene nada que ver con nosotros. A ese “menú de restaurante” van los ingenieros sociales a la búsqueda de lo necesario para justificar guerras y filosofías. Allí van los homosexuales y promiscuos de ambos sexos, en pro del amor libre. En los últimos tiempos los triunfales “pare de sufrir” del Brasil, eligieron consumir las promesas de victoria, mientras los heraldos de la teología de la prosperidad han visto en ella un documento que autentica la legitimidad de la riqueza personal, a expensas de la extorsión de las congregaciones.

“Una carta de restaurante” en que elegimos qué comer, según nuestro gusto, y no otra cosa. Los demás ingredientes del menú: llevar la cruz, morir al yo, perdonar setenta veces siete, valorar al otro más que a nosotros mismos, no mentir, no infamar, llorar con los que lloran…, esos platillos no los gustaremos; no son de nuestra preferencia.

“Una carta de restaurante” donde elegimos qué comer. Para muchos es lo que la Biblia ha venido a ser.  



sábado, 30 de enero de 2021

En lo único que, finalmente, estoy de acuerdo con Gabriel García Márquez

Me avergonzaba confesar que a la obra principal de un escritor tan laureado como Gabriel García Márquez no le había prestado atención.  Fue así que leí, hace algunos años, Cien años de soledad. Resultó ser un penoso ejercicio de disciplina intelectual; el contenido de la narración es tan abigarrado y la cantidad de personajes tan grande que terminé llenando de apuntes una libreta entera, tratando de entender aquella trama distorsionada que tejía una historia casi sin sentido.

Al terminar, extrañado y confundido, mientras veía a todos aplaudir aquel “logro literario”, concluía para mis adentros, algo lacónico: “Este libro solo pudo haberlo escrito un enfermo mental”.

Cuando supe, más tarde, lo esquivo que había sido el escritor colombiano con mi vecino cercano en Santa Amalia, el benemérito Ciro Bianchi Ross, me indispuse más todavía contra él. Su lauro internacional no significaba nada para mí. En fin de cuentas, el Premio Nobel de literatura no es serio, al menos desde que se lo dieron a Bob Dylan.

Hace un par de años, en una tarde de ocio, navegando por YouTube, me encontré una entrevista realizada al renombrado escritor por Ana Cristina Navarro, y debo de haber estado muy desocupado cuando me dispuse a atenderlo. Por primera vez, sin embargo, me sorprendió oírle decir algo que me arrancara un aplauso del alma. Es que siempre creí ser el único que pensaba así, y este extraño escritor me acompaña en la locura: cuando le preguntaron acerca de escribir en otro idioma, él dijo: “Yo no puedo concebir una lengua más rica, más maravillosa, más radiante que la lengua castellana” (1).

Al fin estoy de acuerdo con algo que haya salido de Gabriel García Márquez. Qué lástima que haya escrito Cien años de soledad

 

 

__________

 

 

(1) Gabriel García Márquez. Entrevistado por Ana Cristina Navarro. RTV. TVE 1995. 3 de junio de 2014. https://www.youtube.com/watch?v=2FW4K2Npjlg Accedido: 23 de septiembre de 2020, 4:40 PM.




viernes, 29 de enero de 2021

Aquella roca nunca tembló

No hay dudas de que las noticias no son buenas. El mundo camina hacia la integración cumpliendo una agenda globalista que busca imponer antivalores. Las naciones con problemas económicos son presionadas continuamente y muchas colapsan, y ceden a la ideología de género y a los planes abortistas, tras lo cual no hay otra cosa que enormes intereses de corporaciones mundiales financieras. El panorama siguiente para la humanidad se muestra sombrío. Frente a esto: ¿cuál es la perspectiva de la iglesia?

A finales del siglo XVIII, en numerosos puntos de la costa inglesa, pueblos de muy poca civilidad hacían la más despiadada práctica de pillaje sobre los marinos que naufragaban en sus costas. Encallar allí significaba algo más que la extorsión, era la muerte. Los accidentes de navegación eran frecuentes para entonces por las carestías de faroles y la mala iluminación general de las costas en las noches oscuras. Cuenta el Dr. César Vidal que, en ese contexto histórico, un marino inglés sufrió tal suerte, y aferrado a un peñasco, alejado de la costa, prefirió resistir allí, hasta ver el curso siguiente que le depararan las horas, toda vez que nadar hasta la orilla era una muerte segura. A la mañana siguiente fue rescatado por la marina de la Reina, y sus salvadores, al verle mojado, trasnochado y ojeroso, le dijeron: “Debe de haberse pasado la noche temblando de frio”. El náufrago contestó: “Si, yo temblaba, pero la roca a la que estaba asido no tembló ni un solo instante” (1).

Esa es la perspectiva de la Iglesia: conocerá nuevos tiempos de frio, desolación y oscuridad, pero nunca debe olvidar que, bajo tales condiciones, la Roca que le es por asidero, nunca temblará ni cederá; ella es refugio seguro.

 

Salmo 62: 1-7

 

En Dios solamente está acallada mi alma;

De él viene mi salvación.

El solamente es mi roca y mi salvación;

Es mi refugio, no resbalaré mucho.

¿Hasta cuándo maquinaréis contra un hombre,

Tratando todos vosotros de aplastarle

Como pared desplomada y como cerca derribada?

Solamente consultan para arrojarle de su grandeza.

Aman la mentira;

Con su boca bendicen, pero maldicen en su corazón. Selah

Alma mía, en Dios solamente reposa,

Porque de él es mi esperanza.

Él solamente es mi roca y mi salvación.

Es mi refugio, no resbalaré.

En Dios está mi salvación y mi gloria;

En Dios está mi roca fuerte, y mi refugio.

 

 

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(1) César Vidal Manzanares. “La ideología de género”. Congreso Iberoamericano por la vida y la familia. Panamá, 2019. https://youtu.be/bn9vTFL-C9M Publicado 9 de marzo de 2019. Accedido: 31 de enero de 2021, 10: 36 AM.




jueves, 28 de enero de 2021

¿Qué hago leyendo noticieros?

Abrí la BBC: “Perú va a cerrar un tercio de las universidades por mala calidad”. “El mea culpa de Boris Johnson por los 100.00 muertos por covid-19 en el Reino Unido”. “Asesinan a plena luz del día en Ecuador a Efraín Ruales, presentador de televisión”. Cerré la BBC.

Abrí Infobae: “Alerta terrorista en los cincuenta Estados de Norteamérica”. “Las vacunas chinas son un fracaso”. “Dice el papa Francisco que puede ocurrir un nuevo holocausto”. Cerré Infobae.

Abrí El Mundo: “Bronca entre Bruselas y la empresa AstraZeneca sube de tono”. “España tiene la mayor mortalidad desde 1941”. “El presidente de Vox, Juan Sergio Redondo, citado a declarar por presunto delito de odio”. Cerré El Mundo.

Abrí El País: “Diputados mexicanos desviaron 30,6 millones de dólares a empresas fantasma entre 2013 y 2018”. “El drama de los transgéneros holandeses, forzados hasta 2014 a esterilizarse para poder cambiar de identidad”. “Nuevas protestas en Polonia por la inminente prohibición casi total del aborto”. Cerré El País.

Abrí NC-Noticiacristiana.com: “Oreanna Antoinette Myers, una madre de Virginia Occidental, EUA, asesinó a sus cinco hijos, prendió fuego a la casa, y se quitó la vida”. Cerré NC-Noticiacristiana.com.

 

Cerré el navegador.

Cerré la laptop.

Lo cerré todo.

 

Bien dijo Pedro aquel día: “Señor, ¿a quién iremos?” (Jn. 6: 68).

A la 1:00 PM, la profesora del Instituto de Superación Ministerial (ISUM) de México, Nereida Argüelles Ferrétiz, pidió oración por Jared. “Es uno de nuestros pequeñitos de la iglesia. Lo están preparando para ser operado hoy a medio día y evaluar el problema de obstrucción en sus intestinos”. Miré, en la fotografía, la expresión de inocencia del pequeño..., su completa indefensión. Desde el silencio, cada día mayor, de mi escritorio, lo elevé a Dios, tan alto como pude. Pedí para él una larga vida y la gloria inmediata del cielo sobre su cuerpecito”.

Cuatro horas después, la profesora anunció: “El niño acaba de salir de cirugía; no le encontraron nada en sus intestinos (…). Su madre y una servidora les agradecemos sus oraciones”.

Creo que, como Pedro, encontré a dónde ir, después de ver que no quedaba otro lugar…

Dios mío, ¿qué hago leyendo noticieros?




miércoles, 27 de enero de 2021

La cultura de las imágenes

Es algo muy propio de la postmodernidad, contexto sociocultural y psicológico en que vivimos. Se llama: la cultura de la imagen. Es la precedencia de las imágenes sobre las ideas, y eso no es bueno. La gente prefiere retratarse con una estrella de fútbol como Lionel Messi, y no con el escritor Mario Vargas Llosa, Premio Nobel de Literatura, 2010. Todos conocen a Shakira, y correrán donde ella, pero a muy pocos les interesa estar cerca de Isabel Allende o de Carmen Posadas. No se desbordan las salas en los lanzamientos de libros, por el mismo camino que puede entenderse que nunca estén abarrotadas las bibliotecas. ¿Dónde está la gente? Se fueron a los estadios, donde los espectáculos visibles y llenos de imágenes, echan fuera la «molesta carga de las ideas».

Este desequilibrio en la balanza que ocurre cuando en sus platillos contrarios se colocan imágenes e ideas, es peligroso. Claro que las imágenes tienen belleza, nadie lo niega, producen un sentido de placer estético que no se puede desconocer; pero, como todos los extremos de la vida, su hegemonía daña, porque roba lo que nunca se debió perder: la cultura de las ideas. Facebook, Instagram, Pinterest, las redes de imágenes en general, absorben toda la atención. Se comportan como drogas y generan auténticas dependencias. La gente quiere ver al presidente, sobre todo si tropieza con la escalera, pero no quieren oír su discurso o entender su plataforma de trabajo.

Cautiva «el hombre que hace», y no «el hombre que piensa». En los trasiegos del tiempo en que vivimos es raro que el pensamiento deslumbre. Era el asombro de Charles Chaplin ante Albert Einstein. ¿Cómo el genio físico judío-alemán podía llevarse la admiración del mundo entero sin que la gente entendiera una sola palabra de lo que decía? La respuesta hoy es sencilla: le construyeron una imagen.

Luche contra esa inclinación de la cultura postmoderna. “Dejad las simplezas, y vivid, y andad por el camino de la inteligencia” (Pr. 9: 6). “Compra la verdad, y no la vendas; la sabiduría, la enseñanza y la inteligencia” (23: 23).

Lea, piense, escriba, dialogue con gente que sepa y le aporte, escuche y razone. Luche, porque Dios le hizo a usted un ser pensante, y aquellos que marcaron la historia, desde Juan el Bautista hasta el Señor Jesús tuvieron largos tiempos en el desierto. Allí no había nada que ver y mucho de qué hablar con el Rey del cielo. Allí no hay imágenes, sino ideas.




martes, 26 de enero de 2021

Cuando sea presidente de los Estados Unidos

Entre mis fantasías hay una: la de promover la premiación pública de todo el que cumpla setenta años. Cada comunidad debía de hacerlo. Es un triunfo que a veces me pregunto cómo pudo ser alcanzado. Cómo es posible llegar a tal edad sin haber perdido la razón; créame, que me lo he preguntado mil veces.

"Los días de nuestra edad son setenta años", así escribe la pluma inspirada del salmista (90: 10a). ¿Ha pensado en todo lo que vio alguien que llegó hasta allí? Para entonces penden en la memoria miles de escenas de la peor violencia; accidentes penosos, humillaciones, riñas, traiciones, robos. Completar la séptima década de la vida es ver por años a las personas maltratándose entre sí, a los animales comiéndose unos a los otros, es haber leído en los noticieros, cada día, los peores reportes; haber andado la más fatigosa jornada, de decepción en decepción. Tiene razón el tal anciano para no creer ya en nadie. ¿De dónde sacó fuerzas para seguir? Cuántas veces vio cerrarse la tumba de sus seres más queridos, esos que le dejaron para no volver nunca más.

Cuando sea presidente de los Estados Unidos la primera orden ejecutiva que voy a firmar es para que, en todas las comunidades, se coloque una medalla en el pecho a cada anciano el día que cumpla los setenta años. Será un evento público y televisado. Asistirán las cadenas locales; los medios de la prensa plana y digital lo reportarán. El alcalde tendrá la palabra, y la figura más venerable del pueblo colocará en el pecho de ese que llegó a tan cimera edad una medalla grande y dorada, donde se lea en inglés, español y francés: “El milagro tuvo lugar: por la gracia y el amor de Dios llegué. Nunca perdí la razón”.




lunes, 25 de enero de 2021

Es la lucha para que no sonrías

Así lo explicó el apóstol Pablo a los cristianos de Éfeso, la conocida ciudad de Asia Menor, a la hermosa vista del mar Egeo: “Porque no tenemos lucha contra sangre y carne, sino contra principados, contra potestades, contra los gobernadores de las tinieblas de este siglo, contra huestes espirituales de maldad en las regiones celestes” (Ef. 6: 12). 

¿Para qué esta lucha? ¿Qué persiguen esas espantosas formaciones espirituales de las tinieblas que se organizan en tales grupos en tanto les llegue la hora de la vergüenza eterna? ¿Cuál es el propósito?

Numerosas respuestas se proponen; algunas son inmediatas y correctas; otras son más sutiles. Ellos odian, primero que todo, la salvación eterna de los hombres; luchan contra ella. No la tienen para sí; ya fueron juzgados y a todos les espera la horrenda ejecución de una sentencia que ya fue dictada. Así dijo Jesús: “…el príncipe de este mundo ha sido ya juzgado” (Jn. 16: 11b).

¿Qué más buscan, además de tronchar el camino de la salvación a cada persona? Ellos odian la gloria de Dios, y viven para la suya propia. En el más caído de los hombres hay una imagen de esa gloria; es la primigenia Imago Dei. La odian como odian a Dios. La lucha tiene que ver con destruirla; es convertir la dignidad de ese ser que un día fue puesto en el Edén, en la imagen de un drogado mendigante, echado sin remedio visible, al borde del camino.

¿Hay algo más? ¿Quedan propósitos adicionales a la lucha de esos fracasados, vencidos y condenados seres? Ayer, mi esposa evocaba una. La de ellos es finalmente, la lucha para que no sonrías… Odian el momento en que estás feliz. Repudian la hora en que, rodeado de familia, sonríes a los niños. Odian el minuto en que el amigo te arranca una súbita alegría de alma.

A veces el propósito será que te pierdas; otras tantas que te menosprecies cuesta abajo, sintiéndote nada. Pero si estás anclado a la salvación eterna, y tienes una visión clara de tu dignidad en Cristo, y de las riquezas de la gloria de Su herencia, entonces la batalla no será otra cosa sino la lucha para que no sonrías…

Fracasen, y nunca lleguen a lograrlo. Termines tu vida con una sonrisa. Así te bendigo.

 

“Por lo cual estoy seguro de que ni la muerte, ni la vida, ni ángeles, ni principados, ni potestades, ni lo presente, ni lo por venir, ni lo alto, ni lo profundo, ni ninguna otra cosa creada nos podrá separar del amor de Dios, que es en Cristo Jesús Señor nuestro” (Ro. 8: 38b, 39).




domingo, 24 de enero de 2021

Dr. Eugenio L. Negrete Torres

Recuerdos lejanos de viejos amigos… Nos llega hoy el del Dr. Eugenio L. Negrete Torres. Se trata en sí de una conmovedora fotografía que nos manda acerca de una Biblia que le regalé en la Navidades de 1997, hace veintitrés años. En la página de dedicación, ya gastada por el tiempo, se puede leer todavía: “Para el Dr. E. Negrete que además de ser hombre bueno y sencillo es mi amigo”.

Claro que me conmovió el recuerdo; con la edad las personas nos volvemos más sensibles a las memorias, pero lo verdaderamente sacudidor fue la esquela que él rubricó debajo de la imagen. Mi viejo camarada de tantas andanzas, escribió: “Ha recorrido conmigo cuatro continentes y aún está muy bien conservada. La leo últimamente todos los días”.

Ha sido grande y grato saberlo. El Dr. Negrete es un explosivo, impredecible y cultísimo profesional. Me sofoca a cada rato en el contexto de mis humildes publicaciones con observaciones que se mueven entre sutiles anglicismos y traviesos galicismos.

Resalta como el rey de las relaciones humanas, con una inteligencia social a toda prueba. Con los años se me ha vuelto cosmopolita. Hace un tiempo andaba por Japón. Siendo un ser tan radical en sus preceptos no encontró, finalmente, un lugar más apropiado para instalarse y lo hizo en el paralelo cero: vive en Ecuador. Si no lo ha hecho ya, le aseguro que pronto visitará la cercana isla de los Galápagos, antro de la más grande biodiversidad. La razón es que él, lo mismo se entiende con un león marino que con una tortuga gigante de las que viven allí. De algún modo se las ingenia siempre para tener la simpatía y atención de toda la creación.

Compartimos las periódicas y sufridas escuelas al campo del Instituto Preuniversitario; juntos vimos caminar las ratas por los aleros del albergue. Contiguos en el comedor probamos la carne rusa, servida con chícharo diluido al 1/1000 en bandejas de latón. Juntos también festejamos la gaceñiga dura, que se abría paso triunfal en las cortas y soleadas meriendas.

La casa de estudios de toda la carrera de medicina estuvo en su hogar. Poniendo un verdadero récord de influencia hizo ir a una fiesta de fin de curso al mismísimo Prof. Dr. José Emilio Fernández Mirabal, presidente nacional de la Sociedad Cubana de Medicina Interna, y lo quiera usted creer o no, ¡lo hizo bailar!

Loma arriba, loma abajo, en la sinuosa sierra del Rosario, allí nos llevaron a los entrenamientos militares que convalidaban el Servicio Militar Obligatorio. Casi nos quedamos sin Negrete el día que a alguien se le escapó una bengala y cruzó justo por encima de su hamaca. En posiciones cercanas nos ascendieron a tenientes de la reserva de Servicios Médicos. Negrete, teniente… Eso sí se veía gracioso. Finalmente nos graduamos de médicos en el mismo teatro, el mismo día.

Ha sido un largo camino. Me complace verlo viajando por el mundo, porque no es un hombre hecho para una isla, pero más que todo, me complace verlo acompañado de aquella Biblia de la que no se separa; aquella vieja Biblia que es parte de él y es parte de mí.

Hermosas historias en que se entronizan viejos amigos, esos que se quedan con nosotros para siempre.




sábado, 23 de enero de 2021

La tarde en que el general Gómez dejó de fumar

Áspero, como la corteza del árbol viejo; seco, como la arena del desierto inhóspito; ríspido y cortante, émulo del arrecife menos amigable, así era el general Máximo Gómez Báez. Frustrados los anhelos independentistas del Ejército Libertador Cubano, a cuya cabeza había estado, se refugió, terco y huraño, en su cercano terruño, la cálida República Dominicana.

Allí estaba el renombrado jefe militar en aquel día de 1889, en que salió a buscar comida para su familia. De la gestión hecha le quedó un único peso que programó usar en la compra de cigarros, único lujo que se daba. Avanzaba por la calle, rumiando sus muchas amarguras, cuando advirtió que, por la misma acera, venía de frente su viejo compañero de armas, el general Serafín Sánchez Valdivia. Se transparentaba en este último toda la expresión de la pobreza. El líder militar espirituano había perdido su trabajo. Compartía para entonces un reducido cuarto con el benemérito general cubano Francisco Carrillo. Ambos se turnaban en el uso del único par de zapatos que tenían, para ir a comer. Era el turno del general Sánchez y venía por la calle con su camisa raída, sus pantalones gastados, sus zapatos prestados…, así le vio Gómez; casi en la indigencia, un hombre como aquel…

El cuadro impuso un súbito e inesperado cambio de planes para el brusco general dominicano: tomó del brazo a Serafín Sánchez y se lo llevó a una tienda de ropas; allí le compró un saco, de poca calidad, pero nuevo.

Los que conocieron al viejo jefe mambí aseguran que nunca más fumó (1).

 

Avanza la vida sin que tengamos consciencia clara de los cambios que nos esperan. La enfermedad de un amigo, la apertura de un campo misionero, el nacimiento de un hijo, la experiencia nunca deseada del destierro… Por un camino o por otro, somos sorprendidos por impactos que llevan a giros que nunca quisimos tener.

En el otoño de 2016, mi esposa fue despertada por una voz que le dijo al amanecer: “Yo tuerzo el camino”. Pocas semanas después las mismas palabras llegaron a través del ministerio profético de una importante dama. Venían cambios rotundos. Nunca pude prever cuán grandes serían.

Nadie escapa ileso flotando en un mar de quietud. La vida está llena de cambios y los entresijos del destino marcan en nosotros momentos de decisiones, tras los cuales no volvemos a ser nunca más los mismos. Fue el choque de Saúl con el profeta Samuel: “…y serás mudado en otro hombre” (I Sa. 10: 6). Fue el encuentro del eunuco etíope con Felipe (Hch. 8: 27), y el de Pablo con aquel rompimiento del sol desde donde oyó una Voz que le cambió para siempre (Hch. 9).

Los momentos que empujan cambios son programados por Dios.  No los puedes evitar; vienen del cielo.

“Mira la obra de Dios; porque ¿quién podrá enderezar lo que él torció?” (Ec. 7: 13).

 

 

 

__________

 

 

(1) Ver fuentes en: Carlos Rafael Diéguez. “José Martí: “No se pueden hacer grandes cosas sin grandes amigos”. http://www.radiocubana.cu/infografias-del-portal-de-la-radio-cubana/19-articulos-especializados-sobre-la-radio/periodismo/331-jose-marti-no-se-pueden-hacer-grandes-cosas-sin-grandes-amigos Accedido: 24 de enero de 2021, 6; 15 PM.




viernes, 22 de enero de 2021

Un año

En el siglo VI AC, el rey babilónico Nabucodonosor tuvo un sueño. Así lo relata Daniel 4: 10-17:

 

Me parecía ver en medio de la tierra un árbol, cuya altura era grande. Crecía este árbol, y se hacía fuerte, y su copa llegaba hasta el cielo, y se le alcanzaba a ver desde todos los confines de la tierra. Su follaje era hermoso y su fruto abundante, y había en él alimento para todos. Debajo de él se ponían a la sombra las bestias del campo, y en sus ramas hacían morada las aves del cielo, y se mantenía de él toda carne. Vi en las visiones de mi cabeza mientras estaba en mi cama, que he aquí un vigilante y santo descendía del cielo. Y clamaba fuertemente y decía así: Derribad el árbol, y cortad sus ramas, quitadle el follaje, y dispersad su fruto; váyanse las bestias que están debajo de él, y las aves de sus ramas. Mas la cepa de sus raíces dejaréis en la tierra, con atadura de hierro y de bronce entre la hierba del campo; sea mojado con el rocío del cielo, y con las bestias sea su parte entre la hierba de la tierra. Su corazón de hombre sea cambiado, y le sea dado corazón de bestia, y pasen sobre él siete tiempos. La sentencia es por decreto de los vigilantes, y por dicho de los santos la resolución, para que conozcan los vivientes que el Altísimo gobierna el reino de los hombres, y que a quien él quiere lo da, y constituye sobre él al más bajo de los hombres. 

 

Fueron convocados los sabios del reino, y ninguno logró la interpretación. Una vez más el profeta Daniel es la fuente por la que llega la revelación del significado. El profeta dice al rey:

 

…Esta es la interpretación, oh rey, y la sentencia del Altísimo, que ha venido sobre mi señor el rey: que te echarán de entre los hombres, y con las bestias del campo será tu morada, y con hierba del campo te apacentarán como a los bueyes, y con el rocío del cielo serás bañado; y siete tiempos pasarán sobre ti, hasta que conozcas que el Altísimo tiene dominio en el reino de los hombres, y que lo da a quien él quiere. Y en cuanto a la orden de dejar en la tierra la cepa de las raíces del mismo árbol, significa que tu reino te quedará firme, luego que reconozcas que el cielo gobierna. Por tanto, oh rey, acepta mi consejo: tus pecados redime con justicia, y tus iniquidades haciendo misericordias para con los oprimidos, pues tal vez será eso una prolongación de tu tranquilidad (Dn. 4: 24-27).

 

Nada pareció ocurrir de inmediato. Todo siguió igual. Al cabo de un año, olvidado todo el asunto, mientras paseaba el rey en el palacio, dijo con no poca vanagloria: “¿No es esta la gran Babilonia que yo edifiqué para casa real con la fuerza de mi poder, y para gloria de mi majestad?” (Dn. 4: 30). Aún estaba la palabra en su boca cuando vino sobre él toda la locura que le había sido anunciada. 

Un año.

 

Librado Hernández dormía. Tenía lugar un evento nacional y el sótano de la Iglesia central de las Asambleas de Dios en La Habana estaba atestado de personas. Todos descansaban después de un día agitado. Corrían las horas de la madrugada, cuando, rompiéndose el quieto silencio del sueño, Librado oyó una estruendosa voz que dijo: “V.G. ha muerto”. Saltó aquel anciano de la cama, asustadísimo por la sacudida de aquel trueno que, a su juicio, debía de haber oído el mundo entero. Salió tropeloso de su pequeño rincón, y al llegar donde dormían los demás, nada… Todos descansaban tranquilos. Solo él había oído aquella voz.

V. G. siguió haciendo su trabajo. Un año después, sentado a la mesa, mientras almorzaba, cerró los ojos para orar. Nunca más los abrió. Murió.

Un año.

 

Traté de llevar almas al estadio y H. arremetió contra tal propósito e hizo lo imposible para destruirme. Si en sus manos hubiese estado me hubiera quitado la vida. Nunca me sentí tan odiado por alguien. Oré para que aquel desalmado no fuera ratificado en sus funciones, y estaba sobre mis rodillas cuando oí a Dios. Me dijo: “Abre mi Palabra; te voy a hablar”. Tenía muy cerca mi gruesa Biblia. Se abrió en Isaías 10: 33: “He aquí el Señor, Jehová de los ejércitos, desgajará el ramaje con violencia, y los árboles de gran altura serán cortados, y los altos serán humillados”. Aquel ser fue ratificado. Todo pareció seguir igual. A poco más de un año, mientras le hablaba de “amor” a un auditorio, cayó fulminado por un infarto cerebral. Todo terminó para él. Cuesta abajo, murió poco después.

Un año.

 

 Hice un fuerte trabajo que benefició a R., y él descontó injustamente dinero de mi pequeña paga. Le pedí algo más para comida, porque no tenía. Me dijo que no. Su cuenta bancaria disponía de cien mil dólares, sin hipotecas ni deudas. En aquella reunión que tuvimos me negó un pedazo de pan. Llevé mi causa al Juez de los cielos. Pareció por semanas no ocurrir nada. Pocos meses después estalló la pandemia de COVID-19; él enfermó, y al año, justamente el mismo día en que se cumplía un año de aquella reunión, murió…  

Un año.

Un año.



jueves, 21 de enero de 2021

En qué se han convertido los libros

Bancos de información, en eso se han convertido los libros. Basta comparar un texto de cualquier ciencia, escrito en la década de 1930. Se entretejen en sus páginas ilustraciones aleccionadoras de la vida y la historia, las pasiones, discretas, se insinúan; a todas luces, entre renglones, se evidencia en la autoría la mente y el corazón de un humano. Quizá aquellos lejanos enciclopedismos ayudaban. Los antiguos concentraban en un solo volumen lo que modernamente está distribuido entre diferentes asignaturas y libros. No estaba para entonces tan remarcado el límite entre el hombre de ciencias y el de letras. El monje franciscano Bartolomeo el Inglés, en el siglo XIII, a la par que abrazaba su teología y sus muchas letras, escribía De propietatibus rerum, y dedicaba en él secciones a una ponderación equilibrada que iba desde la astronomía, y pasando por la botánica, la biología, la medicina, la química y la metalurgia, se extendía hasta campos tan dispares como la mineralogía y la tecnología (1). Unas ramas del saber se abrazaban con otras y no era posible escribir algo de química sin evocar los elementos de que se hacían los vivos colores de aquellos prístinos cuadros que nos dejó Miguel Ángel.

La influencia de tales formas de escribir llevaría a José Martí, en su ardiente discusión con los positivistas mexicanos, en 1875, a decir: “Yo he aprendido mi espiritualismo en los libros de anatomía comparada…” (2).

A diferencia de todo esto, los textos contemporáneos parecen escritos por máquinas. Fríos hasta el límite de la congelación, carentes de cultura general, verticalizados en los resquicios de una estrechísima rama del saber, llevan por momentos a pensar que no fueron escritos por personas. Hacen sentir que los engranajes de un brazo robótico se han ocupado de tomar información de aquí y de allá, para colocarlos justos en sucesión, en un volumen que no resulta ser sino eso: un gélido banco de información. Previos a un examen de residencia, el Dr. Félix Ronda me decía, después de leer día y noche un clásico moderno de Medicina Interna: “No siento que soy una persona”. Tuve que confesarle: “Pensé que solo me pasaba a mí…”.

Quizá a este mal ha ayudado con creces el vértigo de la especialización, que tiene un peligro al que se refería ya, con no poca ironía, Bernard Shaw, cuando escribía: “Los especialistas son hombres que cada día saben más y más sobre cada vez menos y menos y acaban por saberlo todo sobre casi nada” (3).

Pero esta mirada de “orejera de caballo”, propia del escritor moderno, no es un hecho aislado que afecte restrictivamente a publicaciones científicas, lejos de eso, es un fenómeno cultural que se extendió ya a todas las ramas del saber, aun a la literatura, reina de la redacción y la poesía. Llevaría a José Ortega y Gasset a decir que muchos escritores practicaban la corrección gramatical, pero muy pocos cultivaban la sensibilidad al escribir (4).

Es pena mayor la de tener que confesar que mucha de la literatura teológica carece de inspiración; aun padecían tal cosa los devocionales que llegaban de la culta Europa a mi pobre Cuba. Lo digo con dolor. Al leer lo mismo las unas que los otras, se advertían pronto todas las trazas de una publicación apurada; devenían en fruto de algo que apenas se revisó, a las que mucho menos se les dedicó tiempo en cuanto a llenarlas de esos ingredientes y elementos que hacen la lectura atractiva e impactante, memorable y dulce.

Nunca seguí el consejo de Jorge Luis Borges: “Si un libro aburre, déjelo”. Luché siempre contra el tedio que muchas publicaciones me infundían, culpándome a mí. Tal vez el viejo escritor argentino tenía razón; hace dos meses intenté leer una Teología sistemática, de cierto escritor norteamericano; luché todo lo que pude. Al final, tuve que dejarlo. Hace treinta años lo habría hecho con hondo sentimiento de culpa; hoy sé que no es mía, sino del escritor. Son muchos los que trabajan frente al teclado ante un encargo de publicación. Llenan de datos, sin vida alguna, el inmenso paginario y lo lanzan entonces, a fin de cumplir un compromiso que contrajeron con el editor, olvidando que el compromiso mayor es con el lector.

Para muchos, el alemán Martin Heidegger, fue el mayor filósofo del siglo XX. Él escribió: “Quién anhele pensar con grandeza deberá vagar por grandes espacios” (5). En lo que depende de leer, el espacio a vagar se ha hecho cada vez mayor… ¡Cuánto hay que leer para encontrar, al fin, algo que valga la pena recordar, que haga de nosotros personas mejores!

Víctor Hugo tenía sesenta años cuando publicó Los miserables, obra cumbre del romanticismo galo. Concluida la compilación de datos y la trama, el gran escritor francés dedicó siete meses, entre mayo y diciembre de 1860, a lo que él llamó: «penetrar de meditación y de luz la obra entera» (6). Aquel inmenso esfuerzo final, el más importante, fue el camino que llevó a que todos los que lo leen, desde los hermanos Lumière hasta Mario Vargas Llosa, terminen por confesar que, después de hacerlo, ya no fueron las mismas personas.

Aprendamos de aquel gigante de las letras de todos los tiempos, porque dos males acosan al escritor moderno; son la pobreza cultural y la renuencia al duro esfuerzo que lleva, con mucho, a dejar un trazo indeleble no en la mente, sino en el corazón del lector.

Los que dedican tiempo a leer merecen mejores publicaciones, pero tal vez el asunto no es en qué se han convertido los libros, sino en qué se han convertido los escritores.

 

 

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(1) Ana B. Martín Rojo y Joaquín Pérez Pariente. An. Quim. 2009, 105(2), 130−141. Accesible en: https://www.researchgate.net/publication/47548311_La_historia_de_la_quimica_a_traves_de_los_libros_conservados_en_bibliotecas_espanolas

(2) José Martí. Publicado en Revista Universal, México, 8 de abril de 1875. “José Martí, Discursos y fragmentos de Discursos, 1875-1892”, Obras Completas, t. 28, pp. 323- 329.

(3) Roberto Álvarez Síntes. Medicina General Integral. La Habana: Editorial Pueblo y Educación. Tomo I, 1987, p. 28.

(4) Ángel Alonso-Cortés. “Usos y abusos de la lengua española”. Diccionario panhispánico de dudas. Real Academia Española y Asociación de Academias de la Lengua Española Santillana, Madrid, 848 pp. 29, 90. Ver en: https://www.revistadelibros.com/articulos/el-uso-correcto-del-espanol Accedido: 21 de enero de 2021, 9: 22 p. m.

(5) André Bourgeot. “Una autonomía inquietante”. Revista Correo de la Unesco.  Nov. 1994, p. 11. Puede accederse en: https://unesdoc.unesco.org/ark:/48223/pf0000098363_spa

(6) Comentarios editoriales a: Víctor Hugo.  Los miserables. La Habana: Editorial de Arte y Literatura, 1975. Tomo I, p. 9.



miércoles, 20 de enero de 2021

Amigo es quien como amigo se comporta

Amistad y amor, son las dos palabras más viciadas de la lengua española. Describen relaciones humanas que, las más de las veces, no existen ni en sombras. Usos y abusos de la lengua, hay un libro que se llama así; existe como reseña del Diccionario panhispánico de dudas (1). Amigo..., ¿por qué te llamará así alguien a quien no importas? ¿Cuántas veces decimos amar a Dios sin que en nosotros esté el más mínimo asomo de gratitud, siquiera por la vida que nos dio? Palabras viciadas, no más.

Suele decirse que un “hombre de pocos amigos” es una persona de “carácter difícil”. Creo que, sin importar la inteligencia social que disfrutemos, todos sufrimos la suerte de una calamitosa carestía de amigos en el sentido estricto de la palabra. Le suena apurada la idea, ¿verdad? Pongámonos entonces de acuerdo: ¿qué es un amigo?

La tal pregunta todos nos las hicimos un día. Me ayudó a entender un poco el asunto un pastor cubano al que presté un gran servicio. A poco de aquello, hube de responder a una invitación que me hizo a su iglesia, y al advertirme sentado entre la gente, él dijo: “Aquí está hoy, con nosotros, mi amigo Octavio”. Me sentí raro, porque apenas lo conocía. Tal vez lo advirtió, porque dijo entonces, sentenciosamente y mirándome con no poca nobleza: “Amigo es quien como amigo se comporta”.

Cómo olvidarlo. En estos paréntesis casuales de la vida se aprenden muchas cosas. Aquella fue una. La amistad, como el amor, no deben definirse con palabras; ellas se dan a ver en la conducta.

He llamado «amigo» a mucha gente que nunca lo fue, tal vez porque crecemos con la ilusión de que es posible abundar en esta clase de personas, dignas de ser llamadas así. De niño recuerdo que se escuchaba a ratos por las radios del país al cantor cubano José Valladares con su frecuente tonada en que repetía: “Yo quiero tener un millón de amigos”. Debe ser hermosa la vida de alguien que alcance una riqueza así. Utopías para ser cantadas a la par que se sueña con “un mundo mejor”. Dichosos los que tuvieron al menos uno. Felices los que pudieron correr por las calles, como aquel Juan Cristóbal de la novela de Romain Rolland, gritando: “¡Yo tengo un amigo!”.

El sabio rey Salomón nos enseñó que la amistad es la forma de un amor inapagable. Él escribió: “En todo tiempo ama el amigo, y es como un hermano en tiempo de angustia” (Prov. 17: 17). Por eso son tan dichosas las personas que tienen un amigo, al menos uno.

Para saber quiénes lo son, solo necesitas un poco de observación. Míralos moverse en el ir y venir de la vida. A veces no es suficiente y acuden entonces en ayuda las privaciones. Las caídas y los fracasos son formidables aliados que ayudan a entender quiénes de esos aduladores que te llamaban y rodeaban eran verdaderos amigos. Por eso alguien dijo una vez: “Solo los pobres tienen amigos”.

Hace algún tiempo veía y escuchaba un video antiguo de Donald Trump. Era joven para entonces; lejano estaban los años en que sería presidente de los Estados Unidos; con no poco laconismo confesaba a su entrevistador: “Quisiera un día perderlo todo, para ver quiénes se quedan”. Se refería a los amigos. Petición contestada. Ha tenido ocasión de saberlo.

Bienaventurados los que, al llamar a alguien «amigo», lo hicieron con justicia.

 

 

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(1) Ángel Alonso-Cortés Manteca. Usos y abusos de la lengua española. Localización: Revista de libros, ISSN 1137-2249, Nº. 115-116, 2006, págs. 31-32. Es reseña de: Diccionario panhispánico de dudas.



martes, 19 de enero de 2021

Cuando son los libros los te hacen sentir viejo

Algunas cosas nos recuerdan que el tiempo pasa. La gente se siente joven de alma, y al saltar un muro y caer, descubren que el cuerpo no reaccionó como antaño; sienten entonces que están envejeciendo. Otros reaccionan al avance de la vida cuando advierten que no pueden recordar con facilidad los nombres, teléfonos, el lugar dónde leyeron esto y aquello. Por diferentes atajos la vida nos envía un mensaje: estamos envejeciendo.

Ayer me llegó la tal misiva, y lo hizo a través de un extraño camino. Desperté de madrugada, sin sueño, y me puse a ordenar la inmensa biblioteca digital, cuando de pronto di con el preciado Tratado de Fisiología Médica, una joya de la bibliografía galena de pregrado. Su autor, Arthur Guyton (1919-2003), dejó una gran historia. Él quiso ser en su juventud cirujano cardiovascular. En los aciagos avatares de la vida, ya en el último año de la dura residencia, para 1946, le alcanzó una mala poliomielitis. La severa parálisis de la pierna derecha, brazo izquierdo y ambos hombros, le alejó para siempre de su sueño. No podría trabajar de pie; mucho menos atinar en el fino uso del bisturí. Algunos se apagan con una experiencia así, y se alejan de toda actividad creadora a un rincón oscuro y gris. Guyton, en cambio, nos dejó un ejemplo cuando, usando plenamente su inteligencia, se aplicó a la comprensión de la fisiología. Él descubrió la relación que existe entre el gasto cardiaco y el nivel de oxígeno en los tejidos. Las llamadas “curvas de Guyton” fueron una revolución en la comprensión de la fisiología cardiovascular. Terminó el esforzado médico legando a la posteridad su célebre Tratado de Fisiología Médica, cuya primera edición fue publicada en 1956. Desde entonces, trece ediciones han visto la luz, diez antes de su muerte. Las primeras ocho fueron escritas íntegramente por él. 

Tratado de Fisiología Médica, de Arthur Guyton, es el libro más vendido de su género en todo el mundo. Está traducido a diez idiomas. Fue una proeza si se considera que, muchos de sus capítulos, tuvo que dictarlos el autor a secretarios auxiliares. Guyton estaba inhabilitado para escribir debido a la poliomielitis (1).

Es una grande e inspiradora historia, totalmente desconocida para mí hasta ayer. Fui movido a investigarla cuando advertí que la edición digital que tenía en archivos era la decimotercera, de 2016.

Estudié en 1981 por la cuarta, que era de 1975. Ya va por la decimotercera; otra vez pensé: “estudié por la cuarta…”. Dios mío…, qué viejo me sentí.

Cuando son los libros los que te hacen sentir viejo.

 

 

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(1) Guyton, Arthur C.; Hall, John E. 2006. Tratado de Fisiología Médica (11 ed.). Philadelphia: Elsevier Saunders. “The pioneering use of systems analysis to study cardiac output regulation”. John E. Hall. “Obituary” published in The Physiologist magazine. Brinson C, Quinn J. Arthur C. Guyton—His Life, His Family, His Achievements. Jackson, MS, Hederman Brothers Press, 1989. Bode R. A. “Doctor Who’s Dad to Seven Doctors—So Far!”. Readers’ Digest, December, 1982, pp. 141–145. Ver estas fuentes en: https://es.wikipedia.org/wiki/Arthur_Guyton Accedido: 19 de enero de 2021. 11:08 AM.




lunes, 18 de enero de 2021

Qué más

Luisa Jeter de Walker (1913-1998), misionera, directora de institutos bíblicos, fundadora de revistas educativas, escritora, cronista incomparable de su tiempo, fue, además, una reconocida poetiza. De su pluma destilaron elevadas inspiraciones, de mérito mayor si se considera lo difícil que es escribir con asonancia en otro idioma. Algunas de sus composiciones quedaron para siempre en el registro de La Antorcha Pentecostal, publicación seriada de las Asambleas de Dios en Cuba. Esta mañana recordaba una que quedó entre mis preferencias desde el día en que, registrando números antiguos, la descubrí. Una sentida reflexión debía nacer de su lectura para los que están desperdiciando el poco tiempo que les queda. Es voz de amonestación celestial. No la desestime.

 

Qué más

 

Cuando el último canto sagrado termine y el predicador

Por vez última exhorta a la gente y se acallen los ruegos de amor:

Cuando el Tomo Sagrado se cierre para ya nunca abrirse jamás

Y pasemos de aquí a dar cuenta al Autor de la vida, ¿qué más?

 

Cuando el último drama termine y se baje por siempre el telón,

Cuando salgan del último baile y se encuentre vacío el salón;

Cuando pasen las cosas mundanas y termine la lucha tenaz

Cuando suene el clarín de los siglos al llamarnos al juicio, ¿qué más?

 

 

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Luisa Jeter de Walker. “¿Qué más?”. La Antorcha Pentecostal, diciembre de 1942, No. 23, p. 4.




domingo, 17 de enero de 2021

El legado de Cristo

El Comentario bíblico de Mattew Henry lo presenta como nadie. Es incomparable al hacerlo. Se trata del legado de Cristo. Así lo describe:

 

Su espíritu, lo entregará al Padre (Jn. 19: 30).

Su cuerpo, a José de Arimatea (Jn. 19: 38).

Sus vestidos, a los soldados en la cruz (Jn. 19: 23, 24).

Su madre, a Juan (Jn. 19: 27).

Su reino, al ladrón arrepentido (Lc. 23: 42, 43).

 

Entonces, ¿qué les iba a dejar a sus pobres discípulos? (…). Les dejó lo mejor de lo que le quedaba: su paz: “La paz os dejo, mi paz os doy; yo no os la doy como el mundo la da. No se turbe vuestro corazón, ni tenga miedo” (1) (Jn. 14: 27).

 

Bajo el fuego cerrado con que nos fustigan tantas pruebas en este 2021, que se avizora más complejo que el difícil año anterior, tengamos consciencia de ese legado, y no nos turbemos. Él nos legó su paz.

 

 

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(1) Mattew Henry. Comentario bíblico. Barcelona: Clie, 1999, p. 1447.




sábado, 16 de enero de 2021

¿Bailan los cristianos?

La razón de que no lo hagan está en la imagen. El baile remeda el sexo, como el deporte la guerra. Es la imagen que está implícita en el baile lo que lleva a su rechazo en el cristiano consecuente. Una cosa es la danza bíblica y otra el baile pareado entre personas de diferente sexo. Son dos imágenes muy distintas. Detrás de ese “Alabadle con pandero y danza” del Salmo 150: 4a, hay una expresión de alabanza personal que se desborda. Detrás del baile pareado que se hace públicamente está una inadecuada parodia de la sensualidad.

Mucho de lo que se advierte en el baile es completamente inapropiado en un cristiano, cuyo cuerpo está llamado a ser Templo del Espíritu Santo (I Co. 6: 19), y cuya vida está llamada a ser imagen de Cristo.

Por más juveniles que quieran lucir los muchachos y las muchachas, en los tiempos en que vivimos, la ropa ripiada que lucen como moda y el pelo en determinados cortes y expresiones, crean una imagen que tiene su lectura propia: el desorden. Es una imagen de incorrección. Por el mismo camino, el baile tiene su lectura propia: el sexo. Juzgue usted.



viernes, 15 de enero de 2021

Si se mete con mi Textus Receptus nos vamos a fajar

Veo muchísimas Biblias Nueva Versión Internacional (NVI) en muchas iglesias por acá. Insólitamente, para muchos hermanos es la versión preferida. No sé qué están haciendo los maestros bíblicos que no le han salido al paso a eso. Influidos como estamos por el nombre de este y de aquel aceptamos todo lo que irrumpe, se imprime y llegue.

Empecemos por Julius Wellhausen (1844-1918). Dicho así de sopetón: no era convertido. El conocido teólogo y filólogo orientalista alemán era más ateo que Carlos Marx. No creía en milagros. Como uno de los más significativos «heraldos» de la Alta Crítica atacó la autoría de Isaías y Daniel; estableció y defendió la teoría documentalista en que desdoblaba el Pentateuco entre autores ignotos, que desplazaban a Moisés de todo papel en la redacción. “Una sarta de estupideces”, así le llamó a la tal formulación de desvencijados conceptos, el profesor Larry McNeill, aquella mañana de 2004, en que nos impartía «Historia y Literatura del Antiguo Testamento» en La Habana, y nos afanábamos todos tratando de entender aquel enredo. Todo bajo la culpa de Wellhausen. Resalta como una verdadera contradicción que una de las figuras más altas de la erudición paleotestamentaria no era en absoluto nacido de nuevo. Es paradójico entonces que tantos le adopten por maestro. Pero no se asombre: Brooke Foss Westcott (1825–1901) y Fenton John Anthony Hort (1828–1892), que harían el célebre binomio de Westcott y Hort en The New Testament in the Original Greek, eran un par de impíos de la peor calaña, muchos más “calificados” en el mundo del demérito, porque romancearon comprometidamente con el ocultismo. Influirían decisivamente en la versión griega del Nuevo Testamento Nestle Aland que tanto alimentó a la NVI, tan mutilada, tan trastornada, torcida, mal intencionada, manipulada, desaprobada…

No son ingenuos los cambios que hace la NVI. Venga conmigo a Mateo 19: 16, 17 y lea en la versión Reina Valera-revisión de 1960. Allí aparece: “Entonces vino uno y le dijo: Maestro bueno, ¿qué bien haré para tener la vida eterna? Él le dijo: ¿Por qué me llamas bueno? Ninguno hay bueno sino uno: Dios. Mas si quieres entrar en la vida, guarda los mandamientos”.

Ahora lea el mismo texto en la NVI y ponga una silla cerca porque se va a caer para atrás cuando advierta el cambio: “Sucedió que un hombre se acercó a Jesús y le preguntó:

—Maestro, ¿qué es lo bueno que debo hacer para obtener la vida eterna?

—¿Por qué me preguntas sobre lo que es bueno? —respondió Jesús—. Solamente hay uno que es bueno. Si quieres entrar en la vida, obedece los mandamientos”.

Si no ve el peligro del cambio realizado al texto, lo notará cuando vea el camino flagrante por el que la NVI ataca la divinidad de Jesús. En Juan 3, Jesús está hablando con el anciano Nicodemo, y en un momento cumbre de este encuentro, le dice: “Nadie subió al cielo, sino el que descendió del cielo; el Hijo del Hombre, que está en el cielo” (v. 13). Es esta una de las más altas expresiones de la omnipresencia del Hijo de Dios. ¿Sabe cómo aparece este texto en la NVI? Agárrese de algo que tenga cerca; politrauma a la vista: Juan 3: 13: “Nadie ha subido jamás al cielo sino el que descendió del cielo, el Hijo del hombre”.

“El Hijo del Hombre”, que, para la NVI, obviamente, con la supresión que hace no estaba a un tiempo en el cielo.

Suficiente. No se le ocurra atacar mi Reina Valera, nacida del Textus Receptus porque nos vamos a fajar. Todo cuestionamiento que se le ha hecho en favor de la NVI no es más que una conspiración; no de balde hay un libro que se llama Conspiración contra las Sagradas Escrituras, de Domingo Fernández y César Vidal Manzanares, una joya nacida en defensa de ese Textus Receptus, también llamado Texto Mayoritario, del que nace nuestra amada versión bíblica Reina Valera, y que aparece dominantemente penetrando los textos de la iglesia primitiva.

Con ella en el corazón me voy al cielo. Ven conmigo, pero no se te olvide llevar tu Reina Valera.



jueves, 14 de enero de 2021

Oyendo burros...

Se llamaba Balaam y estaba decidiendo un asunto con completa desaprobación de Dios. Él lo sabía; aun así, iba dónde Balac, rey de Moab. El premio por maldecir a Israel era una jugosa cifra; engrosaría su cuenta bancaria, y él sabía que Dios se lo prohibía. Era demasiado honroso entonces que el Espíritu de Dios le hablara; de hecho, no lo hace. El ángel está cerca, pero tampoco le habla; sería demasiado noble; no es digno de oírlo. Entonces habla el burro sobre el que va. A ese oye. El burro fue el profeta enviado al profeta. La voz reveladora se colocó en una fuente que estuviera a la altura de la terquedad y necia obstinación de Balaam (Nm. 22). No era digno de oír otra voz.  

No oyó al Espíritu de Dios. No oyó al ángel. Oyó al burro.

Conozco a algunos que andan por el mismo camino, solo oyendo burros…



miércoles, 13 de enero de 2021

Hastiado de menosprecio

Ese menosprecio del que ya estás hastiado… He pensado largo rato acerca de qué deformidades del carácter tienen los que te lo hacen sentir. He pensado si son ineptos en materia de ponderar con justicia, pero es que también existen ineptos que no suelen desestimar a los demás; no creo entonces que se trate de eso. ¿Iletrados, indoctos?, no me llegó a parecer tampoco; he sido ayudado por tantos analfabetos. Ha de ser otra cosa. A fuerza de buscar encontré la respuesta. La hallé en el salmo 123:

 

1 A ti alcé mis ojos,

A ti que habitas en los cielos.

2 He aquí, como los ojos de los siervos miran a la mano de sus señores,

Y como los ojos de la sierva a la mano de su señora,

Así nuestros ojos miran a Jehová nuestro Dios,

Hasta que tenga misericordia de nosotros.

3 Ten misericordia de nosotros, oh Jehová, ten misericordia de nosotros,

Porque estamos muy hastiados de menosprecio.

4 Hastiada está nuestra alma

Del escarnio de los que están en holgura,

Y del menosprecio de los soberbios.

 

Si leíste el salmo descubrirás que tres cosas definen a esos que te menosprecian: son escarnecedores, están en holgura y son soberbios. Ahora puedes entender de qué se trata. De paso…, yo también aprendí. Comparto tu pena. Me confundí al pensar que se trataba de personas ignorantes, porque eso parecen. No es así. No los descalifican los problemas del intelecto; los desaprueban los problemas del corazón.



martes, 12 de enero de 2021

Ecuaciones

Hoy es un buen día para hacer matemáticas y ciertas ecuaciones me hacen pensar. La primera es:

 

Poca inteligencia + buen corazón = ¿?

 

¿Qué saldrá de ahí? Una oveja. Un hombre humilde y bueno, que se pierde fácilmente, pero es enseñable; que no entiende a su amigo, pero en la hora más oscura, permanece a su lado, no en nombre de su inteligencia sino de su corazón.

 

En la historia. Búsquelos en la guerra; son raros en la paz. Cuentan que, estando el rey Ricardo Corazón de León (1157- 1199), en plena cruzada por Tierra Santa, se le ocurrió salir de caza con sus caballeros más leales. Los sarracenos, que hacía rato lo estaban “cazando”, le tendieron una emboscada y, casi terminan con todos. Cuando el célebre rey estaba a punto de ser apresado uno de sus hombres, Guillermo de Pourcellet, un “bruto” de la guerra y la caza, gritó a todo pulmón: “¡Yo soy el rey!”. Los sarracenos "ni cortos ni perezosos" echaron mano de él, mientras Ricardo Corazón de León usaba aquel minuto de desconcierto para escapar. Saladino, el rey sarraceno, descubrió pronto el embuste, y en lugar de enojarse se admiró de aquella expresión de lealtad, y liberó a Guillermo de Pourcellet en un canje de prisioneros.

Bruto aquel Pourcellet, pero qué corazón.

 

En la Biblia. «Simón el fariseo» no entendía nada. Una mujer de mala vida entró súbitamente a su hogar, y en presencia de todos los invitados se lanzó quebrantada a los pies de Jesús. El Señor no la apartó de sí. Perdido entre cavilaciones que no resaltan en él un atisbo de inteligencia, Simón concluyó: «Este no es profeta». Todo lo que Jesús había hecho y dicho hasta ese momento quedaba eclipsado en la pequeña mente de aquel hombre que se movía muy mal en el mundo de las ideas. Tenía poca inteligencia, pero tenía buen corazón: había recibido a Jesús en su hogar. Grande acierto ese. Se ganó una buena enseñanza:

 

Simón, una cosa tengo que decirte. Y él le dijo: ‘Di, Maestro’. ‘Un acreedor tenía dos deudores: el uno le debía quinientos denarios, y el otro cincuenta; y no teniendo ellos con qué pagar, perdonó a ambos. Di, pues, ¿cuál de ellos le amará más?’ Respondiendo Simón, dijo: ‘Pienso que aquel a quien perdonó más’. Y él le dijo: ‘Rectamente has juzgado’. Y vuelto a la mujer, dijo a Simón: ‘¿Ves esta mujer? Entré en tu casa, y no me diste agua para mis pies; mas ésta ha regado mis pies con lágrimas, y los ha enjugado con sus cabellos. No me diste beso; mas ésta, desde que entré, no ha cesado de besar mis pies. No ungiste mi cabeza con aceite; mas ésta ha ungido con perfume mis pies. Por lo cual te digo que sus muchos pecados le son perdonados, porque amó mucho; mas aquel a quien se le perdona poco, poco ama’. Y a ella le dijo: ‘Tus pecados te son perdonados’ (Lc. 7: 40-48). 

 

Tenía Simón poca inteligencia, pero como tenía buen corazón, y recibió a Jesús, aprendió, porque las personas que tienen buen corazón son enseñables. No lo juzgue precipitadamente; a todos, de vez en cuando, nos pasa…

  

Poca inteligencia + mal corazón = ¿?

 

¿Qué saldrá de ahí? Un gallo de pelea, un tonto malo, algo así. Un autosuficiente insuficiente. Seguro que conoce a algunos en su entorno. Esa especie abunda.

 

En la historia. Esta variante se registra profusamente. Por más que quieran convencerme de lo contrario en José Stalin estuvo; nunca habría muerto de inteligencia. En 1945, los alemanes le concentraron toda la maquinaria pesada en la frontera y él, muy tranquilo, mantuvo sus tanques en la Manchuria china. Desoyó todos los informes de los servicios de inteligencia británica; la suya era presumiblemente mayor. No hay dudas de era un «genio». Los nazis entraron y terminaron a veinte kilómetros de Moscú. Su «vivo talento» costó más de veintisiete millones de vidas soviéticas durante la Segunda Guerra Mundial. Su mal corazón completó lo que faltaba: la masacre de otros diez millones, tres de ellos por hambre, en Ucrania. Pocas veces en la historia la combinación de poca inteligencia y un mal corazón hizo tanto daño. Otros menos inteligentes todavía, copiarían su «magna» ideología y, poniéndose a su altura, aún la defienden.

 

En la Biblia. I Samuel 25, cuenta la historia de Nabal. Era un hombre rico, duro y de malas obras. Su inmenso ganado de tres mil ovejas pastaba tranquilo y seguro en Carmel. David le envió diez jóvenes con el propósito de abastecer en algo a su pequeña tropa. Nabal les habló ásperamente, y les envió con las manos vacías. Fue un acto de bruta necedad. Al saberlo David se dijo: “Ciertamente en vano he guardado todo lo que este tiene en el desierto, sin que nada le haya faltado de todo cuanto es suyo; y él me ha vuelto mal por bien. Así haga Dios a los enemigos de David y aun les añada, que de aquí a mañana, de todo lo que fuere suyo no he de dejar con vida ni un varón” (vv. 21, 22). Y armando su grupo salió resuelto al camino. La muerte de todas aquellas personas fue detenida por el buen sentido de Abigail, esposa de Nabal, que tomando “doscientos panes, dos cueros de vino, cinco ovejas guisadas, cinco medidas de grano tostado, cien racimos de uvas pasas, y doscientos panes de higos secos” (v. 18), salió al encuentro de David y le persuadió con palabras prudentes. “Y diez días después, Jehová hirió a Nabal, y murió” (v. 38). La mixtura de su necedad y su mal corazón le abrevió la vida.

 

Mucha inteligencia + mal corazón = ¿?

 

¿Qué saldrá de ahí? No lo dude: una serpiente. Esa clase de reptante que hipnotiza a sus víctimas antes de tragarles. Mucha inteligencia + mal corazón es la expresión matemática de los monstruos.

 

En la historia. Joseph Goebbels (1897-1945), jefe del Ministerio del Reich para la Ilustración Pública y la Propaganda fue un brillante orador y un manipulador incomparable. Llevó a la culta e indoblegable Alemania a los pies de un sociópata que se llamó Adolfo Hitler. Sus técnicas de agitación de masas y dominio de las voluntades públicas perduran hasta hoy, y muchos le seguirían después copiando sus fórmulas. Sobrevivió a todas las intrigas políticas e intentos de desplazamiento de sus adversarios, y retuvo su posición al lado del Führer. ¿Tiene idea de lo difícil que debe ser mantenerse como hombre de confianza de un loco durante tantos años?

Goebbels era doctor en filosofía. Estudió germanística, historia​ y filología clásica en las universidades de Bonn, Wurzburgo, Friburgo, Múnich, ​ Colonia, Fráncfort, Berlín y Heidelberg (1).

Era un monstruo. Fue el responsable ideológico de «la solución final» que terminó con la vida de siete millones de judíos.

Mucha inteligencia + mal corazón = monstruo. Cuánto daño ha hecho esa ecuación. Muchos evocarán en la historia la máxima de Goebbels: “Una mentira repetida muchas veces se vuelve verdad”. Al hacerlo llaman a aquel espíritu siniestro, resurrecto entre las demagogias contemporáneas.

 

En la Biblia. La Palabra contempla a uno: Herodes «el Grande». Era un genio constructivo. Dirigió la expansión del Segundo Templo de Jerusalén, la construcción del puerto de Cesarea Marítima y las fortalezas de Masada y Herodión, lo que llevó a algunos a llamarle el «mayor constructor de la historia judía» (2) Sobrevivió a las intrigas de Roma y de Jerusalén, y ganó sorprendentemente el favor de las dos. Fue el único gobernador de los judíos que logró mantener la paz y el orden. Astuto como pocos, unió a su inteligencia su mal corazón: mandó a matar a todos los niños de Belén menores de dos años, cuando escuchó acerca la profecía del nacimiento de Jesús (Mt. 2: 7). Asesinó su esposa Mariamne y a su madre Alejandra. Mandó a matar a sus hijos Antípater, Alejandro y Aristóbulo. El emperador romano, César Augusto, llegó a decir, en un encantador juego de palabras, que era preferible ser el cerdo de Herodes que su hijo (3). Flavio Josefo cuenta que cuando ya se sabía mortalmente enfermo dio orden a su hermana Salomé de que, tras su muerte, se liquidara a flechazos a los trescientos nobles más importantes del país, previamente encerrados en el anfiteatro de Jericó. Convencido de que nadie le lloraría, quería asegurar el luto de la ciudad a su muerte. Otros menos inteligentes, pero de mejor corazón, se ocuparon de que la orden no se cumpliera (4).

  

Mucha inteligencia + buen corazón = ¿?

 

¿Qué saldrá de ahí? Quizá un perro de raza, noble y bueno, de esos que se lanzan al agua cuando el niño de la casa tropieza y cae en la parte honda de la piscina. Esta ecuación es toda una rareza, como el grupo sanguíneo O.

 

En la historia. Se evidenció en Michael Faraday (1791-1867). Su alto coeficiente de inteligencia le llevó a revolucionar la ciencia con la inducción electromagnética, el diamagnetismo y la electrólisis. Si quiere entender la importancia de sus contribuciones trate de imaginar el mundo sin motores eléctricos. Pese a la pobre educación que recibió, Faraday es reconocido hoy día como uno de los científicos más influyentes de la historia. Baste decir que Einstein tenía colgado en su despacho un cuadro suyo.

Faraday fue un cristiano devoto; su congregación Sandemaniana era una filial de la Iglesia de Escocia. Sirvió como diácono y, durante dos períodos, fue presbítero. Su iglesia estaba ubicada en Paul’s Alley en Barbican Estate, y luego fue a estar en Barnsbury Grove, Islington, en 1862. Aquí fue donde Faraday cumplió los últimos dos años de su segundo período de presbítero. Sus biógrafos han señalado que “un fuerte sentimiento de unidad entre Dios y la naturaleza impregnó la vida y el trabajo de Faraday” (5). Hermoso.

 

En la Biblia. Las Escrituras resaltan la historia de un hombre en extremo inteligente y con un corazón transformado, y hecho bueno por la Obra del Espíritu Santo. Es el apóstol Pablo. Si quiere entender su capacidad, solo tiene que verle hablando el hebreo de las sinagogas a los judíos en el Templo (Hch. 21: 40; 26: 14); comunicándose en arameo con el pueblo judío común; argumentando en griego clásico frente al tribuno (Hch. 21: 37) y defendiéndose en latín ante el César en Roma.

Aquel políglota que, a un tiempo, era jurista, nació en Tarso de Cilicia (Hch. 21: 39), ciudad universitaria, célebre por sus filósofos estoicos y su anchuroso mar cultural. Estrabón, el geógrafo griego, alabó la ciudad por su ávido interés en la educación y la filosofía. Más allá de esto, Pablo fue educado a los pies de Gamaliel, el más sabio rabino judío. Aquel Saulo de Tarso, devenido en Pablo, aparecerá citando a Epiménides, Arato y Cleantes, al decir: “Porque en él vivimos, y nos movemos, y somos; como algunos de vuestros propios poetas también han dicho: Porque linaje suyo somos” (Hch. 17:28); citará a Menandro, cuando escribe: “No erréis; las malas conversaciones corrompen las buenas costumbres” (I Co. 15:33); volverá a Epiménides  en Tito 1:12, cuando anuncia: “Uno de ellos, su propio profeta, dijo: ‘Los cretenses, siempre mentirosos, malas bestias, glotones ociosos’”  (6) (7) (8).

Pablo disertó ante lo que más valía y brillaba de la filosofía griega en el Areópago de Atenas (Hch. 17: 19); resistió a Tértulo, orador escogido de los judíos (Hch. 24:1); conmovió al rey Agripa, biznieto de Herodes el Grande (26: 28); hizo temblar al gobernador Porcio Festo (26: 24); habló finalmente, ante los mismísimos representantes judiciales del César (25: 12).

Este genio de las letras y la comunicación puso toda su inteligencia al servicio de Aquel Jesús que se le apareció en el camino a Damasco (Hch. 9: 5), y con un corazón transformado por la gracia y el amor de Dios, combinó en sí las variables de la ecuación perfecta: «mucha inteligencia y buen corazón». Con ellas, el más grande apóstol del evangelio escribió la tercera parte del Nuevo Testamento y sentó la teología de la Iglesia; levantó líderes como Lucas, Timoteo, Silas, Aristarco y Tito, fundó e impulsó una resistente cadena de iglesias que se extendieron desde Antioquía de Siria y Tarso de Cilicia, atravesando el sur de Asia Menor hasta llegar a Éfeso y Troas, y desde allí hasta Macedonia y Acaya. En cadenas penetró Pablo en el corazón mismo del imperio: Roma (9).

Aquel apóstol del amor legó a la posteridad una iglesia gentil firme, llena de los dones del Espíritu.  El efecto de su paso perdurará hasta el final de la historia. Él cerró triunfal su incomparable vida, diciendo: “…con potencia de señales y prodigios, en el poder del Espíritu de Dios; de manera que desde Jerusalén, y por los alrededores hasta Ilírico, todo lo he llenado del evangelio de Cristo” (Ro. 15: 19).

 

Conclusión

 

La nobleza de corazón agudiza la inteligencia del alma. No he conocido a un solo hombre de oración que sea bruto, torpe de entendimiento o necio. Por algún camino la Obra del Espíritu Santo despierta áreas dormidas por años de mal y enrumba para bien la vida. Una parte dependerá de la gracia de Dios, y la otra del esfuerzo humano. Así lo evidencia Santiago 1: 5: “Y si alguno de vosotros tiene falta de sabiduría, pídala a Dios, el cual da a todos abundantemente y sin reproche, y le será dada”.

El hombre más inteligente y sabio que existió, el rey Salomón, escribió: “Aplica tu corazón a la enseñanza, y tus oídos a las palabras de sabiduría (…). Hijo mío, si tu corazón fuere sabio, también a mí se me alegrará el corazón (…). Oye, hijo mío, y sé sabio, y endereza tu corazón al camino (…). Compra la verdad, y no la vendas; la sabiduría, la enseñanza y la inteligencia (…) Dame, hijo mío, tu corazón, y miren tus ojos por mis caminos”. (Pr. 23: 12, 15, 19, 23, 26).

No hay dudas: tú decides la ecuación que describirá tu vida.

 

 

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(1) Roberts, Jeremy (2000). Joseph Goebbels: Nazi Propaganda Minister (en inglés). Nueva York: The Rosen Publishing Group. p. 16. ISBN 978-0-823-93309-9. OCLC 43952162.

 (2) Ken Spino (rabino) (2010). «History Crash Course #31: Herod the Great (online)». Crash Course in Jewish History. Targum Press. ISBN 978-1-5687-1532-2. Consultado el 7 de mayo de 2013.

(3) William Barckay. Comentario al Nuevo Testamento. Sección de “Mateo”. Barcelona: CLIE, 2006, p. 21.

 (4) Redacción. Historia. National Geographic. “Herodes el Grande, el rey que escandalizó a los judíos”. https://historia.nationalgeographic.com.es/a/herodes-grande-rey-que-escandalizo-a-judios_6311 Publicado: 25 de julio de 2012. Accedido: 31 de diciembre de 2020, 11: 40 PM.

(5) Alfonso Carrascosa Santiago. “Ciencia y fe: Michael Faraday”. https://www.revistaecclesia.com/ciencia-y-fe-michael-faraday-por-alfonso-v-carrascosa-cientifico-del-csic/ Publicado: 24 de diciembre de 2019. Accedido: 5 de enero de 2021, 2: 36 AM.

(6) César Vidal. Apóstol para las naciones. Nashville: B&H Publishing Group, 2021, pp. 188-191.

(7) Josh McDowell. Más que un carpintero. Miami: Alfalit, 1978, p. 82.

(8) El Comentarista cristiano. “Los idiomas empleados por el apóstol Pablo”. http://elcomentaristacristiano.blogspot.com/2013/02/los-idiomas-empleados-por-el-apostol.html Accedido: 5 de enero de 2020, 5: 35 PM.

(9) Merrill C. Tenney. Nuestro Nuevo Testamento. Grand Rapid, Michigan: Editorial Portavoz, 1961, pp. 366, 367.