«Entonces Job se levantó, y rasgó su manto, y rasuró su cabeza, y se postró en tierra y adoró» (Job 1: 20).
Los amigos de Job, al verle «alzando los ojos desde lejos, no lo conocieron, y lloraron a gritos; y cada uno de ellos rasgó su manto, y los tres esparcieron polvo sobre sus cabezas hacia el cielo» (Job 2: 12).
Los antiguos:
Rompían a dar gritos.
Lloraban públicamente.
Se rasgaban la ropa.
Se vestían de cilicio.
Echaban ceniza sobre sus cabezas.
Se derrumbaban en tierra.
Eso hacían los antiguos.
¿Qué es lo que los diferencia de nosotros? Una sola cosa: para ellos existían los escándalos; para nosotros, no.
Triste época. Ya no hay escándalos.
¡Ay de los que a lo malo dicen bueno, y a lo bueno malo; que hacen de la luz tinieblas, y de las tinieblas luz; que ponen lo amargo por dulce, y lo dulce por amargo!
¡Ay de los sabios en sus propios ojos, y de los que son prudentes delante de sí mismos!
¡Ay de los que son valientes para beber vino, y hombres fuertes para mezclar bebida;
los que justifican al impío mediante cohecho, y al justo quitan su derecho!
Por tanto, como la lengua del fuego consume el rastrojo, y la llama devora la paja, así será su raíz como podredumbre, y su flor se desvanecerá como polvo; porque desecharon la ley de Jehová de los ejércitos, y abominaron la palabra del Santo de Israel (Is. 5: 20-24).
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