Se llamaba Caleb y tenía ochenta y cinco años, esa edad en la que nadie quiere cambios ni problemas nuevos, en que muchos escriben testamentos y memorias y se sientan a la tarde mientras cae el crepúsculo.
Esa edad tenía, cuando se acercó a Josué, y pidió para sí: «Dame, pues, ahora este monte, del cual habló Jehová aquel día; porque tú oíste en aquel día que los anaceos están allí…» (Jos. 14: 12).
Aquellos campos de Hebrón eran montes llenos de gigantes. «Josué entonces le bendijo, y dio a Caleb hijo de Jefone a Hebrón por heredad (Jos. 14: 13)».
Tenía ochenta y cinco años Caleb, cuando pidió conquistar «un monte de gigantes».
No queda más por decir.
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