Dos pastores querían para sí, mi sede pastoral. Pertenecían a mi presbiterio. Trabajaron unidos en un resuelto ataque infamatorio. Un mes después, a la reunión presbiterial siguiente, los dos vinieron con el brazo derecho fracturado. Los dos…
Tuve un presbítero que ambicionaba enfermizamente mi iglesia. La quería para su hermano y sin recato alguno lo decía. La noche antes de ir a hacer mis ratificaciones se le metieron en el patio de la casa para robarle. No pudo dormir en toda la noche. Fue aquella una advertencia del cielo, parecida a la que Dios hizo a Moisés cuando le salió al encuentro para matarlo (Ex. 4: 24). Al día siguiente vino como un corderito a hacer las ratificaciones. Su hermano, como de costumbre, parqueó su deslustrada camioneta en la esquina de la cuadra. El tal presbítero salió de mi sede, una vez más, como desencantado perro faldero, «con el rabo entre las patas». Cuando usted trata de robar, otro le trata de robar a usted. Tal vez aprendió algo.
Poco tiempo después vino otro; este no era presbítero. Trabajaba en comisiones nacionales. Quería pastorear y entendió que mi sede quedaba cerca de su oficina. Era idóneo echarme fuera y colocarse allí. Así es que se me apareció. Quería conocer el Templo. Lo revisó todo, hasta el bautisterio, e hizo saber a sus amigos: «Vengo para acá pronto. Este es el lugar». Una semana después bajo una extraña fuerza exterior fue levantado en peso y arrojado contra el suelo. Se fracturó clavícula y brazo. Casi se mata. Tuvieron que inmovilizarlo más de un mes. Nunca más vino.
Tuve otro presbítero que de inteligencia nunca va a morir. Este vino resuelto a crear un barullo. Qué frustrado se sintió; mis miembros estaban advertidos. Casi se mata de una caída al salir. Se le rompió la motocicleta; no arrancó; tuvo que irse a pie. Muy poco después perdió la iglesia. Él dijo: «Si saco en mi ratificación dieciocho votos en contra me voy». Sacó veintidós.
Antes de todo esto, tuve un presbítero que se reía cada vez que me atacaban. Él decía en el Distrito, siempre sonriente: «Yo no sé por qué le pasan a Octavio esas cosas». Se ofreció para ir a intervenir más de una vez. Ninguno de los Ejecutivos, ni el Distrital ni el Nacional se lo permitió, porque no era constitucional. De risa en risa, de burla en burla…, por ese camino le tocó también sufrir las ratificaciones. No solo sacó una aplastante cantidad de votos en contra; también le hicieron una carta de desaprobación dirigida al Comité Ejecutivo General, firmada por la mitad más uno de los miembros. Fue todo para él. Hoy vegeta por California. Yo no sé por qué le pasó eso…
Un alto líder nacional se propuso destruir a un pastor. Se le quería expropiar de la importante sede en que estaba. Es verdad que se advertían desequilibrios y algún que otro desorden, pero cualquiera de nosotros los tiene peores. El asunto es que, los más cercanos, notábamos que no había una razón de peso que justificara una intervención. Tanto era así que el superintendente de ese distrito no quiso hacerlo; de hecho, no lo hizo. Si hubiese sido aquel, el pastor del más intrincado campo de Majayara, nadie habría hablado de intervención, pero aquella sede…, ¡cuánta ambición despertaba en algunos! Resumidamente, el alto líder nacional decidió asumir el peso de la destrucción ministerial total de aquel pastor. A pocas horas de consumarse totalmente este, en uno de los momentos más vergonzosos de la historia de la organización pentecostal cubana, aquel líder cayó fulminado mientras predicaba en el exterior. Nunca más fue persona. Depuesto de su cargo por el Comité Ejecutivo murió, un año después.
Con un poco de observación llega a advertirse que no le va nada bien en la tal pretensión al que codicia ministerios que no le han sido dados.
Nunca debió pasar. Es triste, muy triste.
«No codiciarás la casa de tu prójimo, no codiciarás la mujer de tu prójimo, ni su siervo, ni su criada, ni su buey, ni su asno, ni cosa alguna de tu prójimo» (Ex. 20: 17).
Recibe hoy un consejo; si quieres lo tomas, si no quieres no lo tomas; igual te lo voy a dar: nunca, nunca, nunca codicies el ministerio de tu hermano.
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