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jueves, 1 de diciembre de 2022

El teorema del mono infinito

No, no se trata de que el mundo esté lleno de monos; no deja de ser gracioso que lo haya entendido, y algunas escenas de la vida pudieran ser sugerentes, pero no, no se trata de eso. Generalmente, cuando se habla de tal teoría se está reformulando lo que el matemático francés Emil Borel dijera en 1913: «con suficiente tiempo —tiempo infinito— un chimpancé pulsando al azar las teclas de una máquina de escribir podría redactar . . . cualquier texto, por ejemplo, El Quijote de Miguel de Cervantes» (1).

En su poema «Infinitos monos Variación III», del poemario Infinitos monos (El Desvelo Ediciones, 2016), José Manuel Gallardo funde la matemática y la biología en la poesía, quizá porque esta última es la expresión más integradora alcanzada por la raza humana.  Allí se lee:

 

El teorema de los infinitos monos

de Borel-Cantelli

enuncia esta posibilidad:

si un infinito número de monos mecanografiaran

por un intervalo infinito de tiempo

podrían escribir cualquier texto posible.

Todo lo que incluye este poema.

Todas las palabras que alguna vez me has dicho (2).

 

Tiempo sempiterno y espacio infinito, y todo será posible. Eso es lo que están afirmando. Es una apología resuelta en favor de la fantasía creativa de las mutaciones aleatorias. En 1986 el biólogo evolutivo Richard Dawkins la mencionó en su libro The Blind Watchmaker.

El teorema de los monos infinitos y su hermana gemela, la doctrina de la evolución, no son sino caminos que empujan a una vida ilusoria, llena de ideas que, retroactivamente, lo explican todo, aun un «mundo sin Dios».

Qué decir… El milenario refranero chino anuncia lacónico: «tres cosas nunca vuelven atrás: la palabra pronunciada, la flecha lanzada y la oportunidad perdida» (3). No, no volverán atrás, aunque usted les conceda la paciente espera de la eternidad; aunque los busque en el generoso espacio que le ofrece el infinito. 

Hay cosas que no se revertirán; por ningún camino vendrán a ser. En el corazón de James M. Barrie pertenecen al país del Nunca Jamás, de «niños que no crecen en un mundo sin reglas»(4). Es así como todos sabemos que nunca seremos luz polar, por más que Carl Sagan nos llame «polvo de estrellas»; que no regresará a la vida la flor aplastada; que no volveremos a cruzar el mismo río, a la par del lejano y oscuro Heráclito.

«Todo instante perdido lo está para siempre. El tiempo es lo único irreparable y por el valor que le atribuyen puede medirse el mérito de los hombres». Ese sentir es el más hondo legado que dejara a la juventud el educador argentino José Ingenieros (5).

Bese a los suyos. Escriba al amigo que emigra. Abrace en la distancia. Cure con la palabra. No deje pasar oportunidades; las más de ellas son construcciones irrepetibles. Haga todo el bien que pueda, «entre tanto que el día dura; la noche viene, cuando nadie puede trabajar» (Jn. 9: 4b); son palabras del Señor Jesús. 

La oportunidad de sembrar semilla buena se escurre de nosotros en el minuto siguiente. Muchos no aprovechan la primavera; no siembran. Al despertar es invierno, y su helada es irreparable, aun en el espacio infinito, aun en el tiempo eterno. 

 

 

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(1) Marta Macho Stadler. «Infinitos monos». Cuaderno de Cultura Científica. https://culturacientifica.com/2019/07/03/infinitos-monos/ Publicado: 3 de julio de 2019. Accedido: 5 de diciembre de 2022, 3: 46 p. m.

(2) Ibíd.

(3) S.a. «Hay tres cosas que nunca…». Proverbios.

https://los-proverbios.com/hay-tres-cosas-que-nunca-vuelven-atras.html Accedido: 26 de septiembre de 2022, 10: 44 p. m.

(4) James M. Barrie. Peter Pan. ASIN: B096TQ6CNW. Independently published, 2021.

(5) José Ingenieros. Las fuerzas morales. Habana: Vida habanera, 1961, pp. 66, 67.



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