Le dio valor a Jesús. Para alcanzarlo se arrastró sobre el polvo. Eso hizo. Sus ropas fueron pisadas por la gente. Luchó sin fuerzas contra un cerrado muro humano. Finalmente, pudo ser golpeada por los que interpretaron como algo incierto su brazo extendido. Por una estrecha hendidura alcanzó a tocar el manto del Maestro y una descarga de virtud la sacudió de arriba abajo. Se cerró la fuente del sangramiento. Se revirtió la sufrida anemia…
Jesús detuvo a aquel inmenso conglomerado: «¿Quién ha tocado mis vestidos?» (Mr. 5: 30). «Alguien me ha tocado. . . ha salido poder de mí» (Lc. 8: 45, 46). «Entonces la mujer, temiendo y temblando, sabiendo lo que en ella había sido hecho, vino y se postró delante de él…» (Mr. 5: 33).
«Se postró…». Otra vez con el rostro y el cabello revueltos entre el polvo de la tierra… Eso hizo.
Le dio valor a Jesús y Él le dio valor a ella: «Hija, tu fe te ha hecho salva; ve en paz, y queda sana de tu azote» (Mr. 5: 34).
Dale valor a Jesús. Ningún precio que pagues entre la oposición y la tiniebla se acerca ni en sombras al valor que tiene tocar Su manto.
Dale valor a Jesús, y te levantarás del polvo sano, libre y salvo.
Dale valor a Jesús y Él te dará valor.
Dale valor a Jesús.
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