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miércoles, 7 de diciembre de 2022

Solo Su Presencia

Por su oración el pueblo se volvió a Dios en la cumbre del Carmelo. Miles convirtieron sus corazones y pasaron de muerte a vida, mientras gritaban postrados, rostros en tierra: «¡Jehová es el Dios!» (I Re. 18: 39)

Por su oración se descabezó la idolatría. No quedó en la heredad de Israel un solo sacerdote de Baal o Asera (v. 40).

Por su oración se abrieron las ventanas de los cielos y llovió tras tres años de sequía. En la gracia del Cielo se salvó la vida del campo y la ciudad (v. 45).

Por su oración la historia se partió en dos.

Por su oración.

Espera un abrazo, un «aplauso», un «bien hecho».

Viene de camino, raudo y veloz, el mensajero de Palacio. Trae una nota de Jezabel, la malvada reina sidonia. Está molesta con la muerte de los sacerdotes paganos. Así se lee la misiva real: «Así me hagan los dioses, y aun me añadan, si mañana a estas horas yo no he puesto tu persona como la de uno de ellos» (I Re. 19: 2). Es una conjurada sentencia de muerte.

Se va solo el profeta, sin abrazos, sin «aplausos»

Cuentan los que pasaron por los desérticos caminos de Beerseba que allí le vieron, recostado y sombrío, echado bajo un enebro; que un ángel le asistió, y proveyó de comida; que, oscuro y solitario, echó a andar otra vez, y lejos de la vista de la gente se internó en una cueva, una gran cueva, oscura y profunda, húmeda y fría.

Qué lejos llegó a estar de Dios aquel que tantas veces dijera: «Vive Jehová de los ejércitos, en cuya presencia estoy» (I Re. 18:15b). El Santo Ser de cuya mano vinimos todos a existir tuvo que ir por él. Así le habló en aquella inmensa oscuridad: «¿Qué haces aquí, Elías? . . . Sal fuera, y ponte en el monte delante de Jehová» (I Re. 19: 11a). Pero Elías no salió.

Por causa de un solo hombre temblaron entonces los cielos y la tierra en una grandiosa lucha de Dios por despertar el corazón del profeta:

 

Y he aquí Jehová que pasaba, y un grande y poderoso viento que rompía los montes, y quebraba las peñas delante de Jehová; pero Jehová no estaba en el viento. Y tras el viento un terremoto; pero Jehová no estaba en el terremoto. Y tras el terremoto un fuego; pero Jehová no estaba en el fuego. Y tras el fuego un silbo apacible y delicado (I Re. 19: 11 b, c, 12).

 

Era la presencia de Dios... Entonces, y solo entonces, el profeta «cubrió su rostro con su manto, y salió, y se puso a la puerta de la cueva» (v. 13). Aquella Gloria inefable le trajo fuera. El «Alto y Sublime, el que habita la eternidad, y cuyo nombre es el Santo» (Is. 57: 15a) estaba allí.

A la puerta de la cueva, Elías escuchó:

 

Ve, vuélvete por tu camino, por el desierto de Damasco; y llegarás, y ungirás a Hazael por rey de Siria. A Jehú hijo de Nimsi ungirás por rey sobre Israel; y a Eliseo hijo de Safat, de Abel-mehola, ungirás para que sea profeta en tu lugar. . . Y yo haré que queden en Israel siete mil, cuyas rodillas no se doblaron ante Baal, y cuyas bocas no lo besaron (I Re. 19: 15b, c; 16, 18).

 

Es la historia toda del día en que el más épico profeta de Israel tocó fondo... El ángel no lo pudo sacar de la crisis. No reaccionó en principio a la pregunta de Dios. Solo la Presencia del Eterno, en Aquel «silbo apacible y delicado», en aquella «voz callada y suave» (1), revirtió la honda crisis que viviera el más terrible profeta del siglo IX a. C. 

El 4 de enero de 1951, el evangelista norteamericano Tommy Lee Osborn (1923-2013), con veintisiete años, se lanzó a la gran cruzada evangelística del Estadio Guarina en la Ciudad de Camagüey, Cuba. No tenía un centavo y Dios prometió Su Presencia. La madre del futuro pastor Mario Menelao Barbán Ortiz estaba irremediablemente paralítica y loca. La predicación del noble evangelista entró al hogar por la radio. La presencia de Dios irrumpió de pronto, llenó la casa, y a la voz de reprensión de T. L. Osborn, y ante la mirada atónita de toda la familia, aquella mujer se levantó de la silla de ruedas, sana y en su juicio cabal. Toda la familia vino llorando a la fe. Mario Barbán sería pastor el resto de su vida… (2) (3).

En las antípodas de la crisis humana, la Presencia de Dios es la única solución para todos los problemas mentales y espirituales de aquel que no conoce al Señor, tanto como lo es para el más experimentado hombre de fe en la crisis ministerial, esa que le arroja de bruces a una cueva.

La Presencia de Dios es la única solución para el más infeliz de los atormentados que nunca le conoció, tanto como lo es para el más grande siervo lleno de dones, que anduvo ya con Él, tras una vida de comunión. Lo fue tanto para la cananea desesperada como para Pablo, el más grande apóstol a los gentiles.

Minuto memorable en que los célicos serafines rompen tus tinieblas e irrumpe el Altísimo, y los carbones encendidos tocan tus labios y en Jesucristo es redimida tu culpa.

No más cueva. No más noche. Invoco, en este instante, la Presencia de Dios sobre ti. Cuento contigo para atraer la Presencia del «Soberano de los reyes de la tierra» sobre aquellos que están atrapados en cuevas profundas de donde solos, no podrán salir; les tiene que llamar fuera la Presencia del «que nos amó, y nos lavó de nuestros pecados con su sangre» (Ap. 1: 5 b, c).

Regresa, unge siervos, impón manos santas con la autoridad y la misericordia de Aquel que te sacó de la cueva.

Él te envía a vivir para siempre en el poder de Su Presencia.

  

 

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(1) «Una voz callada y suave», expresión que usa la Versión Moderna de la Biblia para Primero de Reyes 19: 12.

(2) Octavio Ríos Verdecia. Historia de las Asambleas de Dios en Cuba. La Habana: Editorial Calitad, 2014, Tomo I, p. 348.

(3) Mario Barbán Ortiz. Entrevistado por Octavio Ríos Verdecia como Historiador de las Asambleas de Dios de Cuba, vía telefónica. La Habana, Cuba. 31 de octubre de 2012, 2:00 p. m.



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