Rechazo profundamente todos los ataques modernos a la celebración mundial de la Navidad. El espíritu que se mueve detrás de tales agresiones no es el de la preservación teológica, mucho menos el de un pretendido amor a la Iglesia; no puede mirarse de otra manera: al levantar la mano contra las reuniones familiares y eclesiásticas que buscan celebrar el nacimiento del Hijo de Dios están tratando de apagar una celebración de hondo significado y una expresión de gratitud a Jesús por haber venido a vivir entre nosotros, porque eso es Navidad: gratitud, gratitud a Jesús, gratitud al Padre.
Nadie adora al Señor con un árbol de Navidad, ni con las representaciones del establo, mucho menos invocando las deidades de las fiestas paganas que hacían en esas fechas los romanos hace veinte siglos (Saturno y Apolos). Esos argumentos son pura falacia que busca una meta muy triste: apagar la gratitud al Señor por haber venido a vivir entre nosotros.
«Porque un niño nos es nacido, hijo nos es dado, y el principado sobre su hombro; y se llamará su nombre Admirable, Consejero, Dios Fuerte, Padre Eterno, Príncipe de Paz» (Is. 9: 6).
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Su comentario a este artículo se recibe con respeto y gratitud.