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jueves, 15 de diciembre de 2022

¡No, Sagan, no somos polvo de estrellas!

El célebre astrofísico norteamericano, Carl Sagan acuñó una frase con la que pretendió describir la naturaleza humana. Él dijo: «Somos polvo de estrellas»; y no, no lo somos; en el más depravado de los seres humanos está la Imago Dei (Imagen de Dios). «… ¿Qué es el hombre, para que tengas de él memoria, y el hijo del hombre, para que lo visites? Le has hecho poco menor que los ángeles, y lo coronaste de gloria y de honra. Le hiciste señorear sobre las obras de tus manos; todo lo pusiste debajo de sus pies» (Sal. 8: 4-6).

No fue polvo de estrellas el ingeniero Neil Armstrong, cuando capitaneó la Apolo XI, alunizó el 20 de julio de 1969, y tronó desde aquel reflector de sol: «Un pequeño paso para el hombre, un gran salto para la humanidad».

No fue polvo de estrellas el Dr. Jesse Lazear, cuando expuso su brazo a la inoculación de la fiebre amarilla para mostrar al mundo, con su muerte, el origen de la asoladora pandemia.

No fue polvo de estrellas la madre Teresa de Calcuta, cuando, delante de Facundo Cabral, abrazó a aquella leprosa agónica dejada por su familia en un depósito de basura.

No fue polvo de estrellas Cristo, cuando vino al mundo y se hizo hombre; ni murió en la Cruz por salvar a miserables polvos estelares. Nadie dio más valor a la humanidad caída que nuestro amado Salvador.

No, Sagan, no somos polvo de estrellas. El Dios que nos hizo nos dio un gran valor en Jesucristo. Él murió por nosotros.



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