El Dios de los cielos apareció a Isaac y le dijo:
No desciendas a Egipto; habita en la tierra que yo te diré (…). Habita como forastero en esta tierra, y estaré contigo, y te bendeciré; porque a ti y a tu descendencia daré todas estas tierras, y confirmaré el juramento que hice a Abraham tu padre (…). Habitó, pues, Isaac en Gerar (…). Y sembró Isaac en aquella tierra, y cosechó aquel año ciento por uno; y le bendijo Jehová (Gn. 26: 2b, 3, 6, 12).
No fue la calidad de la semilla que sembraron los labriegos de Isaac, ni la fertilidad de la tierra, o la bondad del clima; fue la obediencia de aquel hijo de Abraham lo que trajo aquella gran prosperidad y nos dejó la historia de esa gran victoria.
Sea sensible a la voz de Dios. Aléjese del pecado. Luche por hacer lo que agrada al Padre del cielo. Si siente que Él lo mueve a algo dirija todo su empeño en esa dirección. Muévase por los carriles de la obediencia. Ese es el secreto de la prosperidad.
El secreto de la prosperidad no está en dar, como muchos enseñan. El secreto de la prosperidad está en obedecer. A veces «dar» es pecado. Obedecer a Dios nunca lo es.
La prosperidad y la obediencia se mueven juntas. La primera es hija de la segunda. Obedezca a Dios y Él lo prosperará.
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