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miércoles, 14 de diciembre de 2022

No retenga la bendición de los demás, y Dios no retendrá la suya

Me daba temor retener las ofrendas de los pobres, aquellas que gestionaba en el exterior durante mi fértil pastorado en Santa Amalia, La Habana, en mi lejana Cuba. Arrancaba mi motor JAWA-250 y allá me iba, el mismo día o el siguiente, no más. Viajaba hasta El Diezmero o Alamar, según fuera, donde estaban aquellos a quienes les había sido enviada. El principio del accionar dinámico era uno: no retener la bendición de alguien, especialmente cuando, como en aquellos casos, era pobre. Lo importante era, en otras palabras, no ser un estorbo, un palo atravesado en el río por donde debía correr fluida el agua fresca…

«Al que acapara el grano, el pueblo lo maldecirá; pero bendición será sobre la cabeza del que lo vende» (Prov. 11: 26). 

Con los años vi a tanta gente hacer algo así, retener la bendición de los demás. Hace no mucho tiempo, muy lejos de aquí, en un momento muy crítico, un buen hermano me envío algo. Realmente lo necesitaba con premura, pero el mensajero-mensajera lo retuvo. Dejó pasar los días y los días… Una tarde en que le llamamos para otro asunto, nos dijo: «By the way..., tengo algo que le mandaron a ustedes». Tal vez esperaba que el tiempo pasara y aquel que fue la fuente de la bendición lo olvidara… Muy afectado le dije a mi esposa: «Eso no fue lo que yo sembré en casi cuarenta años de ministerio».

Pronto aquel lejano mensajero perdió el ministerio, y con él, lo perdió todo...

Tenga cuidado: «…todo lo que el hombre sembrare, eso también segará» (Gá: 6: 7).

Sea canal y no estorbo.

Nunca retenga la bendición de los demás, y Dios no cerrará la fuente de la bendición sobre usted.

Nunca retenga la bendición de los demás, y Dios no retendrá la suya.



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