Muchos creen ver en el suicidio el fin. Este les da, además, una sensación de control sobre el Universo, al cual creen hacer desaparecer al morir, con todo lo malo que supone para ellos, pero no es así: El Señor Jesús enseñó: «y los que hicieron lo bueno, saldrán a resurrección de vida; mas los que hicieron lo malo, a resurrección de condenación» (Jn. 5: 29).
No podemos escapar a la inexorable ley de Dios: «…está establecido para los hombres que mueran una sola vez, y después de esto el juicio» (He. 9: 27).
El suicidio nunca es la solución. Reciba a Cristo como Salvador personal y quite de sí, el peso que le agobia y le hace insoportable la vida. Entre al camino de la salvación y la vida eterna, por el valor del sacrificio que el hizo en su favor, y escape de la ira venidera. Dios le ama, y le llama al perdón y la reconciliación.
Cristo es la solución; el suicidio no; este último es un camino de perdición. La vida la dio Dios, y nadie, ni siquiera uno mismo tiene derecho a destruirla. Dios le proveyó un camino de escape a la crisis que le puede estar agobiando. Ese camino es Cristo. Él dijo: «Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansar» (Mt. 11: 28).
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